ilusión mortal

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"Todo está en tu cabeza. No ocurre nada. Tranquila", eso es lo que siempre me dice el médico. No es verdad. Él no sabe lo que pasa  no sabe lo que veo, no sabe lo que siento... Nadie lo sabe, sólo yo. Incluso aunque lo contara todo nadie me creería... Sólo soy la típica víctima de una esquizofrenia grave, como miles de personas más. Hay veces que llego a creerme todos esos cuentos chinos que me cuentan los psicólogos, que si son alucinaciones creadas por mi enfermizo cerebro, que si aún tengo cura... Pero todo eso no son más que estupideces, ellos siempre vienen, por la noche, cuando intento cerrar mi párpados y dormir una miserable hora. Ni eso me permiten.

Creo que todo empezó hace tres años, en un frío invierno. Tenía tan solo 12 años. Esa fue la primera vez que me torturaron... La primera vez que sentí ese terror irracional que no me dejaba moverme tan siquiera, la primera vez también que estuve ingresada dos semanas en un hospital, presa de interminables y aterradoras alucinaciones, con la paranoia brotando en cada recobijo de mi mente...:

 Llovía con fuerza. No podría salir al parque con Cristina hoy. Estaba frustrada y sumamente aburrida. Papá estaba en el trabajo y no volvería hasta tarde, mamá, como en todos los inviernos, se encerraba en su alcoba y se dedicaba únicamente a tejer mantas y mi hermano mayor, Raúl ,se acababa de ir hace media hora a la universidad en la que estudiaba Derecho. <<Vaya rollo>>— pensé mientras cambiaba velozmente de un canal para otro con el mando. Cuando empecé a ver una comedia que echaban todos los sábados, sonó a la puerta. Tal y como siempre me dicen padres, primero miré por la mirilla. Era un hombre de mediana edad, de pelo negro y ojos grises, envuelto en un extravagante abrigo de pelo color oscuro. No me sonaba para nada. Decidí abrirle por si acaso era alguno que se había equivocado de casa o algún vendedor de esos que siempre rechaza papá. Ojalá nunca le hubiera abierto...

- Hola, ¿Quién es?— pregunté al desconocido tras abrir la puerta.

Él no me respondió, se quedó callado observando cada centímetro de mi cuerpo y un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Un extraño sentimiento me dejó inmovilizada. Sus penetrantes ojos grises me estudiaban de pies a cabeza. Daimon ladró con fuerza. Me sentía incómoda.

El hombre apartó su mirada de mi un instante y acto seguido entró a la casa sin previa invitación. Sus gélida mirada recorrió todas las estanterías y rincones del salón. Estaba muda, no podía hablar.

De pronto, el hombre sacó un cuchillo largo y afilado, de esos de asesino en serie de novela policiaca. Quise chillar, pero mi garganta estaba seca y no tenía fuerzas para soltar siquiera un suspiro. Aún me extrañaba más que mamá no hubiera venido a ver quién llamaba a esas horas.

El hombre se acercó a Daimon, mi amado perro. Se acuclilló ante él. Hasta el perro parecía intimidado y asustado, igual que su dueña. El cuchillo rozó la piel de mi mascota un segundo antes de que desgarrara su carne, abriendo una gran raja de la que empezó a brotar sangre, mucha sangre, tanta, que se formaba un charco de líquido escarlata bajo el rígido cuerpo del animal, que aullaba y gemía descontrolado.

Mis rodillas cedieron y caí al suelo con estrépito, conseguí articular un débil "Daimon..." antes de que me golpeara la cabeza con el suelo. Quedándome con la imagen de aquel desconocido degollando a mi perro. Daimon...

Dos días después desperté envuelta en sábanas blancas, en una habitación de paredes verde pistacho, con un olor puro y desinfectado. Típico de un hospital. Lo peor sin duda era el aspecto de mi cuerpo: lleno de agujas en las que entraban suero y medicamentos a mis venas, la cabeza engarzada en un tipo de venda muy apretada y con tubos alrededor de mi estómago... Recuerdo que me incorporé y a mi cabeza volvieron las traumáticas imágenes de aquel hombre, que asesinó a Daimon... Chillé, con todas mis fuerzas, me quité de un tirón todos esos tubos y agujas que tenía, pegué puñetazos a las paredes... Estaba descontrolada. Al instante vinieron los médicos y tuvieron que inyectarme morfina para poder tranquilizarme. Mi madre vino en cuanto desperté de nuevo, traía a mi supuesto fallecido perro consigo. Fue increíble volver a poder acariciarle de nuevo, pensé que nunca más volvería a verle. Mi madre narró a los médicos su versión: que oyó un golpe seco proveniente del salón, llegó y me vio inconsciente tirada en el suelo, con lágrimas en los ojos. No me lo podía creer, lo del hombre, y Daimon, con el cuchillo... Conté todo eso a los allí presentes y me mandaron a un psicólogo, allí, tras unos análisis y pruebas, me diagnosticaron esquizofrenia. Pero yo sabía que era algo más que eso. Siempre lo he sabido.

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