III

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Durante algunos meses, cada grupo se dedicó a sus actividades de manera normal.

 Kajiwara se la vivía en el puente, vigilando que todo estuviera en orden. A veces iba al laboratorio de especímenes, el cual tenía acceso a uno de los hábitats reservados para ciertas especies. 

Allí, en un tanque estaban sus preciosos peces koi, con los que embarcó. Tres hembras y tres machos que con suerte podrían aparearse y procrear. Había recibido un importante reconocimiento en la Tierra por el rescate de numerosas especies de peces, como los salmones y el atún. Pero para su gente, los peces koi eran invaluables, porque tenía varios significados para ellos. Iba a alimentarlos un par de veces al día y los veía nadar alegremente, con sus colores variados de rojo, blanco y negro. Mucha gente no le daba importancia a esos "feos" animales, pero a él de verdad le gustaban.

El Departamento de Habitabilidad había reportado que el planeta, aunque era habitable, tenía un acoplamiento de marea con la estrella, por lo que la construcción de una colonia pequeña en un límite intermedio sería posible, pero una terraformación todavía debía ser planeada con cuidado, hacía falta comprobar si existía alguna clase de atmósfera y la composición de ésta. 

A fin de cuentas, los hábitats podían estar en órbita junto a la Estación Espacial que ya estaba siendo ensamblado al costado de la nave por el equipo de ingenieros. 


Satsuma pensaba en esto cuando de pronto contó a sus peces. Faltaba uno. Y recordaba a alguien saliendo del hábitat antes que él entrara. 

Corrió como si la vida le fuera en ello, siguiendo un rastro de gotas en el piso, pero ¿A quién se le ocurrió sacar a uno de sus peces del tanque? Con horror llegó al segundo hábitat, sólo para ver a la Doctora Quint a punto de lanzar al pez a un estanque lleno de cocodrilos.

― ¡Deténgase! ¡Por lo que más quiera, no lo arroje! ― el hermoso rostro le miró sin expresión.

―¿Cuál es el problema? Solo es un pez. ― él llegó a su lado y logró arrebatarle el escurridizo animal de las manos, a penas y se movía. Ella lo miró sorprendida.

―Oiga, ¡¿con qué derecho...!? ― y lo vio correr de vuelta al otro hábitat. Decidió seguirlo. Cuando lo alcanzó vio como ponía al pez en un tanque más pequeño y lo revisaba, acariciándolo con la mano y diciéndole cosas cariñosas en japonés, a juzgar por la entonación, el pez estaba aletargado pero aún se movía.

― Necesito presas vivas para los cocodrilos.

― Pero éstos peces en específico están en la lista de especies protegidas ―dijo el con voz fría. ― hay tanques con especies que pueden ser consumidas.

― Podía recuperarse, hay suficiente material para...

―¡Éstos peces yo los crie por años! Le voy a pedir por favor Doctora, que si quiere desquitarse conmigo, hágalo de frente y no con los especímenes.

― ¿Qué sabe un bárbaro terrícola de esto? Si no fuera por ustedes la Tierra no se hubiera convertido en lo que es ahora.

―Eso no tiene nada que ver, se ve que jamás salió de su pequeña burbuja en Marte, ¿verdad? La mitad de las plantas y peces vienen de las colonias de la Tierra, su pequeña colonia ni siquiera hubiera existido como tal si no hubieran sido desarrolladas primero en la Tierra. Le recuerdo que soy el capitán y si esto vuelve a suceder, voy a tener que encerrarla, ¿me escuchó? ― de su cinturón tomó un dispositivo con en que llamó a unos hombres. ― por favor, lleven el tanque los koi a mi camarote.


Enfadada, Noémie regresó a su pequeño cuarto. La verdad es que no sabía que esos peces tenían dueño y se le hizo fácil tomarlo. 

Era grande, tonto y gordo, ¿qué podía pasar? Jamás imaginó así de furioso al capitán. Para calmar un poco sus nervios decidió ver el video que estaba en un disco. 

Eran mensajes de su familia.

Al ponerlo vio a sus padres y hermanos deseándole suerte, que la amaban y que siempre lo harían. Luego estaban sus abuelos. Ellos dijeron con sus voces roncas que habían nacido en la Tierra, cuando todo era hermoso. Pero que ahora, los humanos luchaban por salvarla.

― Tú naciste en la Tierra y siempre la llevarás en tu corazón. Aunque la guerra nos obligó a vivir en Marte, nosotros siempre seremos hijos de la Tierra. Cuida la vida, Violaine. De ti depende enseñarle a tus hijos cómo era nuestro hogar.

Simplemente, se soltó a llorar.



Era hora de descansar cuando Satsuma escuchó unos pequeños toquidos en su puerta. 

Había salido de la regadera unos momentos antes, se apresuró a ponerse los pantalones y abrió la puerta. La fina cara pálida de la Doctora Quint le miró sorprendida de pronto, mirándolo de arriba a abajo.

― ¿Se le ofrece algo? ―dijo con frialdad, pero su corazón latía acelerado al verla sonrojarse. Eso no era común en ella.

―Vine a disculparme con usted, capitán. ― dijo respirando hondo para tranquilizarse, no estaba acostumbrada a eso ― Lamento haber tomado al pez.

―Si Ichiro le perdona, lo pensaré.

― ¿Ichiro? ¿Es en serio?

―Le dije que no eran animales corrientes. Casi lo mata, de ser así mi proyecto de crianza se hubiera ido al caño.

― ¡Le estoy diciendo que lo siento!

―Bien, la perdono, pero quisiera que dejara de tratarme como si le hubiera hecho algo malo, yo también me disculpé con usted en su momento por mi falta de delicadeza, por lo que no hay razón para que me trate así.

― Ella nos trata a todos así, capitán... ―dijo alguien que pasaba por ese pasillo, ella miró al individuo con ojos enfurecidos y Satsuma sonrió.

―Mire, yo...

―Déjelo así, solo hágase un favor y sea más amable. Si no le importa, debo vestirme. Descanse, Doctora Quint.


En el desayuno, Satsuma le contó a Hrant todo con un tono de frustración en la voz. 

Aunque Hrant no necesitaba comer, estaba acompañando al capitán mientras bebía un preparado de café sintético hecho especialmente para aquellos con mejoras como las suyas. 

De algún modo, Satsuma veía a su segundo como un padre, quien a pesar de no aparentar más de cuarenta, aseguraba tener al menos veinte años más. Además, Hrant parecía ser el único que no se sorprendía de lo atolondrado que era para ciertas cosas.

―Vamos, esos peces lerdos, ¿qué utilidad tienen?

―Ya sé, pero los crié en la Tierra desde pequeños, antes de venir ya los tenía destinados para eso, son como mis hijos. ― Intrigado, observó cómo la luz en el ojo biónico del individuo cambiaba de dirección y de pronto dijo

― Bueno, capitán, de esto parece que al fin algo bueno resultó. ― La doctora Quint se acercaba a su mesa con la charola. ― debo terminar de supervisar al equipo de ingenieros, lo dejo, vendré a darle mi reporte en una hora.

― ¿¡Eh!? ―exclamó el capitán antes de que Hrant desapareciera de la mesa y la doctora se sentara frente a él. Escuchó el particular chirrido de las piernas de Hrant mientras se alejaba con una cínica sonrisa metálica

―¿Puedo? ―dijo ella con rostro serio, aunque la voz delató su nerviosismo

―A...adelante...

―Acabamos de aprobar el aterrizaje, llegaremos al planeta en una semana y ya hemos armado al equipo de expedición que irá en la cápsula cuando la Estación Espacial se ponga en órbita. Usted deberá venir con nosotros.

― No sabía que yo... se supone que yo debo permanecer aquí.

―No si su P.C.G. es parte de la misión de aterrizaje. Tiene que venir conmigo forzosamente, capitán. ― Al fin, después de mucho tiempo, vio la encantadora sonrisa de la chica.― y usted puede llamarme Noémie, si no le importa

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