Capítulo II

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2.

La Isla de Quel'danas era el corazón del reino thalassiano.

Cuando Dath'remar creó la Fuente del Sol a partir de un vial de agua del Pozo de la Eternidad, surgieron poco a poco a su alrededor, como juncos en torno a un lago, las viviendas y los templos. Mucho después, el Azote había arrasado gran parte de lo que, con el tiempo, Quel'danas había llegado a ser. Y sin embargo, el poder de los Magistri lo había vuelto a levantar en unos pocos años. ¿No era esa la prueba más fehaciente del inmenso poder de la raza elegida de Belore? ¿No era suficiente muestra de supremacía? ¿Qué otros pueblos habían sido capaces de alzarse de nuevo con tanta garra tras haber sido aplastados por la gran bota del Rey Exánime? Nadie. Nadie.

Y así, de la miseria se habían alzado de nuevo. La Aldea Estrella del Alba con sus dos sagrarios, el gran Templo de la Fuente del Sol, el puerto y, por supuesto, el Alto del Magister conformaban el complejo principal. Más allá, en la falda de la cordillera, estaban los restos del antiguo cuartel militar de los Rompehechizos de Quel'thalas, a la sombra de la majestuosa cumbre donde los dracohalcones anidaban.

Los Hojalba sobrevolaban la isla y sus fuerzas de infantería se entrenaban a pie de tierra, incansables, llenando el aire con el sonido del entrechocar de espadas y el restallido de los hechizos. Las voces de los Caballeros de Sangre y los conjuradores resonaban, musicales y poderosas. En el mar, las naves de guerra mantenían recogidas sus velas, dispersas y vigilantes alrededor del perímetro de la isla. Y más allá de los muros de la Fuente del Sol, donde antaño se viera un claro resplandor alzándose hacia el cielo en una columna arcana, pálida y vibrante, ahora no había absolutamente nada. Al menos a simple vista. Sin embargo, si uno era sensible a la magia y tenía buen oído podría percibir una emanación oscura, extraña, y escuchar un débil tintineo disonante procedente del Templo.

El magister Maldathar Ilvana cumplía con ambas características: era sensible a la magia y tenía buen oído. Por eso torcía el gesto, desde lo alto de una de las torres de la Explanada de la Observación. Acababa de reparar un cristal vil un tanto agrietado y ahora estaba tomándose un descanso clandestino, fumando un poco y contemplando las maravillosas vistas, cuando se percató del sonido. Habían pasado dos semanas desde su llegada.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó a la elfa.

Silian le miró de reojo. Era una muchacha joven, muy seria, de cabellos oscuros y rostro afilado a la que no le gustaba hablar. Especialmente con él. A Silian le habían asignado su «custodia y protección», lo cual no era más que un eufemismo de vigilancia.

Maldathar la miraba insistentemente, aguardando respuesta. Ella se removió, incómoda. Las anillas de la armadura tintinearon.

—No es asunto tuyo.

El magister esbozó una sonrisa irónica.

—¿Eso significa que no lo sabes, o que no me lo quieres decir?

—Tampoco es asunto mío.

—Osea, que no lo sabes.

Silencio.

Maldathar suspiró. Dio una profunda calada y prolongó el descanso unos minutos más, contemplando el horizonte mientras meditaba sobre lo que ocurría en esa isla. Durante aquellos catorce días había tenido ocasión de familiarizarse con las dependencias del Alto del Magister. Antaño, aquel lugar era uno de los tres edificios más importantes del reino junto con el Palacio Real y el propio Templo de la Fuente del Sol. En el Alto del Magister estaba el observatorio principal, el mirador celestial más potente del reino, equipado con un conjunto de lentes que permitía ver las estrellas con una precisión y cercanía inusitadas. También acogía una importante biblioteca y un planetario, galerías atestadas de estantes con libros y bancos donde los magistri trabajaban, y zonas al aire libre para el debate y la conversación. Y por supuesto, la Asamblea. Un gran salón de reunión donde los magos, junto con el rey, tomaban las decisiones importantes que tenían que ver con la Fuente del Sol y con el flujo de energía mágica procedente de ésta que alimentaba a toda Quel'thalas.

De la sangre del SolOnde as histórias ganham vida. Descobre agora