Alessandro y la base secreta

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¿Alguna vez has tenido un día extraño?

Un día en el que, desde que tu cabeza dejó la almohada, supiste que algo no estaba bien.

Una pieza desencajaba en el universo.

El cuadro estaba ligeramente inclinado.

El ave de todos los días había olvidado que tenía que cantar.

No es misterio que la vida es, por sí sola, extraña. El misterio más grande de la historia de la humanidad, mayor aún al del árbol solitario, el cretense mentiroso o el bendito gato en la caja (Schrödinger dejaba ya indicios de que esos animales nos darían muchos problemas y nosotros preocupándonos por algo tan ridículo como la superposición cuántica).

Cientos de miles de filósofos se preguntaron la misma pregunta cientos de miles de veces: ¿por qué existe la vida?

Y de esa pregunta madre crecen todas las demás preguntas, como: ¿por qué las cosas funcionan cómo funcionan? ¿Cuál es nuestro propósito en el mundo? ¿Por qué somos quienes somos y por qué demonios nos dieron la capacidad de hacer preguntas estúpidas?

Un gran signo de interrogación en nuestro libro de cosas que la humanidad sabe. Una duda sin resolver que, de alguna u otra forma, pasa bajo nuestro radar del día a día como si no tuviera mayor importancia que los irrelevantes pensamientos que vienen con el silencio.

Algo tan extraño como la vida, tomado por "común" por aquellos mismos que la poseen.

Porque no se siente extraño vivir, ¿cierto?

No se siente extraño ser una masa de carne, hueso y leche existiendo bajo la atmósfera gaseosa que hemos aprendido a respirar por nuestra propia cuenta, parados y anclados por principios físicos a una bola de tierra y agua suspendida en un vacío interminable de chatarra estelar y materia que crea y destruye.

... pero qué extraña definición tiene la palabra "extraño".

La idea de acostumbrarte a algo como la vida sugiere que, en cualquier momento, algo extraño podría suceder.

Algo extraño que, en realidad, es normal, y simplemente no nos hemos acostumbrado todavía.

Tan normal como un terrario de organismos orgánicos en el espacio, tan normal como aves volando, tan normal como la separación de los átomos de oxígeno en las agallas de un pescado, tan normal como el equilibro de la cadena alimenticia, y tan normal como nosotros.

Porque, en realidad, ¿qué es normal?

... Alessandro Bianchi tuvo un día extraño.

Pero la forma en que el cielo se iluminaba en la mañana y las nubes perezosas como brochazos en lienzo jamás le hubieran dado una pista.

Pequeños pájaros de plumajes encendidos, regordetes petirrojos, gorgoteaban agradables canciones, posados sobre los techos de arcilla y cemento de los locales de la plaza de la ciudad, que cobraba ritmo después de despertar con el paso de los minutos en el reloj de una cafetería con aroma a canela y té de manzanilla.

Ciudadanos ocupados se movían de un lado a otro, contagiados por un aire de esperanza que habitaba en el hecho de que el invierno les había regalado una mañana con otro color además de gris

"Oh, pero si el día está bellísimo!".

El calor en el rostro y las flores que cobraban color hacían que el aire oliera a tierra mojada y animosidad, silbidos alegres dando piruetas entre edificios y autos (incluso el tráfico se había hecho un tanto más tolerable).

La clase de días que te hacen querer quedarte junto a tu ventana y admirar, bañándote de vitamina D para aliviar los cambios de ánimo estacionales y respirar profundamente, limpiando tus pulmones de la pesadez de la semana.

Cat-a-clysmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora