17. 90 días

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La mañana del domingo amaneció y Torrey se sintió como una mujer nueva. Tuvo un pequeño problema al preguntarse porqué la gente se lanzaba a esa agonía de forma regular, prometiéndose obligarse a la moderación en todas sus cosas. El sol justo había salido por las montañas del este y se clavaba en la superficie del océano. Torrey adoraba ese efecto mientras hacía su rutina de Tai Chi. Nunca entendía qué había en la luz sobre el agua, pero parecía presagiar algo bueno en su vida. Algo que aún no había sucedido, pero que cuando sucediera, sería la culminación de algo extraordinario.

Se puso un par de shorts y una camiseta, dejando a Jessica, que ya estaba despierta, en el gran parquecito en medio del salón. Torrey tendía a perderse de sí misma durante su rutina. Siempre quería estar segura de que Jessica estaba fuera de peligro, desde que la pequeña niña había aprendido a andar llegaba a velocidades sorprendentes.

Deslizando la mampara que daba al patio, Torrey se arrodilló en la hierba, sentándose sobre sus talones para unos momentos de silenciosa meditación antes de comenzar. Sintió la presencia antes de oír sonido alguno, la comisura de sus labios se elevó ligeramente. Cuando abrió los ojos y los levantó vio la anta figura de su amiga a unos pocos pasos ligeramente tras ella. Sus movimientos eran lentos y relajados, los movimientos de Torrey un poco más graciosos en oposición a los de la artista, quien sólo había estado practicando ese ritual un poco durante un año.

No había palabras durante ese rato, ninguna comunicación verbal, pero ocasionalmente la pequeña rubia sintió como si ella fuera una parte de los pensamientos de la artista, si bien la puerta de esas emociones se cerraba rápidamente. La meta era llegar a estar lo más relajada posible, concentrándose en cada movimiento sin el acto físico de la concentración. Como intentar balancearse en una precaria cornisa sin intentar del todo ese balanceo. Los movimientos debían llegar tan naturales como fijos.

Mientras ambas mujeres se movían en perfecta armonía, Jessica estaba sentada fascinada por los movimientos. La niña se mantuvo más silenciosa aún viendo el fluir de la pequeña rubia y la alta y morena mujer.

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Mientras Jessica estaba sentada en la cocina tomándose su té, vio a la artista en el patio exterior. Vistiendo unos negros pantalones de cordón y un top igualmente negro la artista estaba obviamente en un mundo al margen, donde Jessica siempre pensaba que estaba su madre cuando hacía su rutina de Tai Chi. La alta mujer se movía sin emitir ruidos, sus ojos fuertemente cerrados mientras se movía sin pensar realmente en el movimiento.

La joven pensó que era extraño que tuviera la misma sensación viendo a Taylor en su rutina matinal que cuando veía la de su madre. Era una extraña sensación de no estar completo. Como si sólo estuviera viendo una parte de la foto, esperando a que algo más se viera. No lo comprendía, pero tampoco lo había vivido.

Desde que se trasladara a vivir con la silenciosa y reservada artista había sentido varias sensaciones extrañas como esa. Taylor intentó explicarle que probablemente serían recuerdos de su niñez. Continuó diciéndole a Jessica que no sería tan extraño que su roce o su sonrisa le resultaran familiares a la joven, considerando que Taylor había vivido con ella dos años de su vida.

JT salió de sus pensamientos sobre el patio mientras Taylor se adentraba, desordenándose el cabello mientras andaba. La joven nunca había vivido con alguien que abarcara toda las gamas de emociones como Taylor lo hacía. Abierta y apasionada, pero también hosca y melancólica. Había días en los que podían pasear y Taylor apoyaba su brazo al rededor de sus hombros de la misma forma en que su madre deslizaba a veces su brazo al rededor de su cintura. Y por el contrario, había días en los que extrañamente intercambiaban unas pocas palabras. Taylor se disculpaba y le explicaba que la fecha de su exposición se acercaba y que estaba tensa por ello.

No tan ciegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora