... AL CORAZÓN

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Ella me disparó.

Sabía que la bestia jugaba con su presa, confundiéndola, dejándola ir cuando se aburría de ella. Yo había sido la presa que, viéndose en libertad, volvía a correr ciegamente a las garras de su captor. Había olvidado que si la presa volvía era solo para morir. De cualquier modo, a la bestia no le importaba, pues desde un principio había tenido la intención de matarla.

Recuerdo que ocurrió un jueves de abril.

Tenía esa tarde libre y había decidido entrar a una cafetería de la zona. De inmediato me rodeó un ambiente ameno y cálido, con el aroma a café inundando mis fosas como un bálsamo. El local estaba lleno, sobre todo por jóvenes de alrededor de mi misma edad, que salían de sus trabajos o estudios buscando unos instantes de relajación y desahogo, riendo y conversando desde los sillones de las esquinas, entre tazas de latte y macchiato, galletas y pasteles.

Aunque yo estaba solo sentado en mi mesa, redonda y pequeña, ubicada justo entre el mostrador y la puerta principal, sabía que mi soledad no duraría mucho. Ella volvería por mí, siempre lo hacía, al igual que lo había estado haciendo desde hacía más de siete meses. Ella volvería en busca de su sombra, de su bufón, de su juguete perdido.

Una inevitable sonrisa se trazó en mi rostro cuando la vi cruzar la puerta de entrada, a apenas un par de metros de distancia, el sonido de la campanita tintineando anunciando su llegada. Debí haberme percatado que aquella campana no tardaría en convertirse en un canto de muerte.

Pasó a mi lado con la cabeza gacha, sin verme. Mi piel se erizó por la proximidad entre ambos, como si las lenguas frías de su aura me lamieran. Mi corazón martillaba con crueldad mis costillas, y me sentí embargado de ansiedad. Ella también venía sola. La observé pedir su orden y tomar asiento en la barra de la otra esquina, casi al extremo opuesto de donde yo me encontraba. Seguía con la cabeza gacha, y su cabello de cascada me mantenía oculta su expresión.

No sé cuánto tiempo permanecí en el lugar. Había dejado mi bebida casi intacta y me dedicaba a escribir sobre un cuaderno. Por unos minutos incluso olvidé la presencia de ese ser, esa criatura acechante desde las tinieblas, mientras me encontraba abstraído por la actividad que llevaba a cabo; hasta que volví a sentir esa impresión gélida, esa sensación de vigilancia, como la de dos cañones apuntando a mi nuca.

La presa presiente que hay peligro a su alrededor.

Traté de voltearme con el mayor disimulo que fui capaz. Y ahí estaba ella, disparándome desde el extremo opuesto de la cafetería. Sus ojos de bala estaban clavados en mí, y un gradual miedo me revolvió de pronto el estómago.

Hice amago de cerrar mi cuaderno y me llevé a los labios mi capuchino, bebiendo con prisa. La vi levantarse de su puesto y comenzar a caminar en mi dirección, acrecentando el terror que, como llamas, comenzaba a avivarse en mi interior.

La presa ve al cazador acercándose.

Las palmas de las manos me habían empezado a sudar y el corazón me latía con mayor desesperación. Ya había pasado mucho tiempo desde que nos habíamos separado, pasando de un juego de amor a uno de correr y atrapar, un juego en el que sabía que ella siempre había ganado a pesar de todo. Hacía tanto tiempo que no escuchaba su voz que creí que, cuando llegó de nuevo a mi lado, me dispararía con sus palabras bellas y atroces, con sus comandos de reina otra vez; pero en lugar de ello, pasó de largo y la vi caminar hacia la salida.

Mi cerebro se debatía entre sentir alivio o tristeza al notar que se marchaba, y por unos instantes estuve tentado de levantarme y detenerla. Quería escucharla, quería abrazarla, quería besarla. No por nada yo seguía siendo su esclavo, su objetivo de cacería. Al asomarme a la ventana de mi habitación por las noches, la veía parada junto a un farol, observándome. La veía seguirme por el parque, oculta entre los rosales. Ella había venido a buscarme y me había encontrado.

DISPÁRAMEWhere stories live. Discover now