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Acaricio sus cabellos rubios, horrorizándome por su tacto estropajoso. Unas lágrimas abandonan mi mejilla y caen en la suya sin que su cuerpo muestre reacción alguna.

Tendida en la cama, con la piel desvaída y el rostro tan plácido que parece muerto, los huesos siendo apenas bultos bajo la manta blanca y el cuerpo entero sustentado por cables y tentáculos de plástico; rota, mantenida con vida por máquinas sin más carga que la de sus circuitos; destinada a acabar en otro mundo, pero atada injustamente al de los vivos, siendo un mártir y una carga a su vez.

Así se ve mi hermana en el hospital, habiendo envejecido sin siquiera saberlo ¿Quién está realmente viviendo su vida?

Su cuerpo parece de papel y hueso, pero puedo asegurar que sobre mis hombros ella pesa mucho y me hunde cada vez más y más. Sus miserias son las mías y mientras ella recibe la vida por vía intravenosa, a mí me la arrebata con solo existir.

Puedo hacerlo, hacer de verdad algo por mí. Pensar en mí y solo en mí.

Ser egoísta; tan poco como necesito y tanto como para arrepentirme unos instantes.

Puedo acabar con dos tormentos. Darle muerte a quien desea descansar y vida a quien apenas le queda un aliento.

Cierro los ojos, aprieto el cable negro en mis manos; casi sintiendo como fluye por él la energía suficiente para mantener una máquina y una vida. Tiro de él y cuando vuelvo a abrir los ojos la clavija está en el suelo. Se me corta la respiración.

Aún estoy a tiempo de unirla con el tomacorriente de nuevo, lo estoy realmente; pero mi cuerpo ha tomado una decisión y permanece inmóvil.

Me volteo con violencia, el tiempo parece haberse detenido en nuestra pequeña burbuja, pero desde una esquina ominosamente oscura emergen unas manos pálidas que hacen chocar sus huesos, aplaudiendo. Me pregunto ¿Acaso la vida y la muerte son un espectáculo para alguien o es que sin embargo no puede ser más que eso?

—¡¿Quién eres?! ¡¿Cómo has entrado?! —vocifero lleno de terror. La puerta sigue perfectamente encajada como yo la dejé, incluso puedo distinguir la leve mancha de sudor que mis manos dejaron en el pomo.

La ventana está abierta, pero frente a mí y por ella solo puede colarse silenciosamente la noche y la brisa; e incluso esta segunda me es evidente cuando entra reptando hacia el dormitorio.

De todos modos, la puerta está a mi espalda, sí, pero en el abúlico silencio de las clínicas cualquier sonido es fácil de advertir. Por favor, incluso escucho el repiqueteo de un grifo mal cerrado en los baños de enfrente. No ha podido entrar ahí, no mientras yo estaba aquí.

—Sal de ahí. —ordeno, aunque sé que mi voz débil se quiebra apenas al salir, resultando de ella una especie de súplica emborronada por los nervios. —¡Sal!

Me asusto de la estridencia de mi voz, sin embargo, ese sujeto no parece perturbado en menor modo. Solo se queda impasible, reposando en la oscuridad con sus manos blancas como guantes asomando.

Lo miro fijamente sin lograr distinguir nada más que una vertiginosa negrura y realmente llego a pensar que las falanges flotan en el aire y que, en las muñecas, ese cuerpo extraño comienza, acabando así en las puntas de los dedos.

Sé que sea quien sea no está ahí para delatarme, alarmado por la gravedad de mis actos, de lo contrario ¿Por qué disfrutaría de ellos?, pero, aunque eso me da cierta calma esta se agota cuando surge una nueva pregunta: Entonces ¿Por qué está ahí?

-Vaya, estoy acostumbrado a que me trates con más delicadeza- dice una voz socarrona entre las sombras.

Después su rostro flota desde ellas, como si saliera de aguas negras, pero no necesito ver las facciones andróginas o la constelación de pecas en esa piel lechosa para saber que es Lucian. Solo su voz puede, con palabras aviesas, darme paz y empezar una guerra dentro de mí al mismo tiempo.

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