CAPÍTULO 2: EL EFECTO DE LOS BREBAJES

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-Despertad, despertad - la voz de Raül, aunque sonaba bajita, resonaba en el frío callejón- Venga, despertáis. Joder quién me mandaría a mí clavarme aquí.

A Raül en esos momentos le hacía mucho mal la cabeza.

En ese momento Enrique y Miquel abrieron los ojos. Y se pusieron una mano a la cabeza como si los hiciera daño

- Por fin, ya era hora que despertaréis.

-Que...? ¿Qué ha pasado? - preguntó Enrique- Joder este dolor de cabeza me está matando.

- No lo sé, que yo sepa he sido el primero a desmayarme. A mí también me hace daño la cabeza.

Miquel y Enrique se incorporaron y se sentaron en tierra junto a Raül.

- Mira que tuyo dije, "no bebas que puede ser peligroso", y tú, "va que está buenísimo"- dijo Miquel- Joder tienes razón, parece que la cabeza me vaya a reventar.

- Perdona, pero tú no dijiste que era peligroso, sino que no era normal

- Casi se el mismo.

-Donde está la tienda? - preguntó Enrique

- En el mismo lugar que antes, hace un rato me he despertado y la he encontrado allá al fondo. – dijo señalando hacia la dirección ninguna donde todavía se veía el letrero de la tienda. Pero esta vez no estaba iluminado - Pero la puerta estaba cerrada.

- Ya y nos has dejado aquí a solas? Y si hubiera venido algún delincuente, ¿qué? - dijo Miquel

- Si hubiera venido algún delincuente, cosa que lo dudo, aunque hubiera sido yo habría pasado el mismo- dijo Raül

- En esto tiene razón- comentó Enrique mientras se levantaba- que tal si salimos de esta asquerosa calle.

- Sí, ave fuera. - contestó Miquel levantándose también- Si nos pasa algo debido al líquido que hemos bebido, sepas que la culpa es tuya, ¿Eh? Raül?

Raül no contestó, sabía que era inútil. Los tres amigos se levantaron y empezaron a andar en la dirección por la cual creían que habían entrado a la calle. Eran hacia las seis de la tarde y era por la noche, así que le daba en la calle una sensación más oscuridad, si es posible, que antes. Finalmente, en silencio, salieron de la calle. Qué cambio que habían dado de la calle oscura de donde habían salido donde estaban ahora, todo iluminado y alegre y pleno de gente. Despacio mientras iban respirando aire medianamente puro (al menos en comparación con el aire que habían respirado al callejón que parecia otra cosa) el dolor de cabeza fue desaparezcan.

Tenían hambre, puesto que desde buena mañana que no habían comido nada, así que se fueron a un bar. Los tres amigos no sabían cuánto de tiempos habían pasado dentro de la tienda y menos cuando habían pasado al callejón en tierra, nadie de los tres estaba de ánimo como para comentar el que los había pasado. De todos modos, desde que se habían tomado el brebaje que no se notaban normales, ¿o era desde que habían entrado a la tienda y habían notado aquella sensación extraña? ¿O eran las dos cosas a la vegada? Esas eran algunas de las preguntas, que, en silencio, se los pasaban a los tres amigos por la cabeza. Acabaron de comer. Todavía los quedaba una hora porque agarraron el tren así que, en silencio, siempre en silencio, paseaban entre la gente, mirando escaparates y a la vegada sin mirar nada perdidos en sus pensamientos, mientras paseaban. Cómo todavía estaban un poco lejos la estación, iban andando hacia ella. A las ocho de la noche los tres estaban a la estación esperando en el tren. Pocos minutos después el tren llegó a la estación y en silencio, como si no tuvieron ganas, o, mejor dicho, fuerzas para articular ninguna palabra, subieron al tren.

Los cuarenta minutos que llevará el viaje de vuelta se los pasó volando. La madre de Miquel tenía que ir a recogerlos a las nueve así que todavía los quedaba un cuarto de espera a Raül y Miquel. Enrique por su parte se despidió de sus dos amigos y se fue a casa. Raül y Miquel se quedaron sólo a la estación, en silencio y se sentaron, cada cual perdido en sus pensamientos. Pasó el cuarto y la madre de Miquel apareció con su coche. Los dos amigos subieron.

EL CABALLERO DE LA TRISTEZA: ÉRTOKWhere stories live. Discover now