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Mizu se encontraba completamente perdido desde el momento en que pisó tierra. Por un momento, le extrañó la quietud del suelo y el silencio cuando las olas no estaban en constante movimiento. Se sintió de alguna manera fuera de lugar. Aunque, ¿quién no se sentiría fuera de lugar en medio de una isla desierta con animales salvajes jugueteando por ahí listos para comerle hasta los huesos?

Consciente de que había varios pares de ojos piratas mirándolo desde lejos, Mizu, quien tenía un orgullo que simplemente no podía dejar marchar, caminó con la frente en alto y negándose a temblar de miedo tal y como se moría por hacerlo.

Después de caminar por varios metros y adentrarse en medio de los altos e intimidantes árboles, por fin perdió de vista a los que se atrevieron a dejarlo en este lugar solo.

«¿En verdad necesito atravesar por todas estas ridículas pruebas?», se preguntó Mizu, pero él no era un chico que fácilmente retrocede a su palabra, por más de que estas no tengan ningún valor para los demás. Además, Keizar sabía demasiadas cosas que lo inquietaban y eso lo motivaba aún más. ¿Cómo es que tenía tanta información sobre dioses, clanes perdidos y demás?

Al estar aún más dentro de la fauna, el sol fue ocultándose hasta dejar solo unos rayos que pasaban a través de las hojas de los árboles. El aire también se sentía más helado y ligero, era agradable para Mizu, pero no tanto como lo era el mar. Un ruido a su derecha lo puso en alerta y al dar la vuelta vio como unas hojas se movían y luego, en un segundo, se quedaron quietas de nuevo. Quiso creer que los escalofríos que de pronto le subieron en todo el cuerpo en realidad eran debido a la brisa fría y no a algo parecido al miedo.

Contó unos tres segundos y al no volver a escuchar nada más, siguió su camino. Quería terminar cuanto antes con todo aquello. Encontrar al felino, cazarlo y luego volver.

«¡¿Cómo rayos voy a hacer eso?!», gritó para sus adentros.

Un rugido enorme se escuchó muy cerca y Mizu levantó la espada en un inútil intento de protegerse. Empezó a sudar frío y el pelo se le erizó. Su palma empezó a mojarse, sus oídos se pusieron en alerta y su respiración se acrecentó. Nunca había sentido tanto miedo como ahora. Escuchó como las hojas se movieron a sus costados y se dio cuenta que eran otros animales que también temblaban tanto como él de la bestia que rugía potente a la par que se acercaba.

Mizu no pensó en nada más que ponerse a salvo. De inmediato corrió tanto como sus pies le permitieron sin tomar en cuenta el sonido que sus pasos hacían sobre las ligeras ramas y hojas bajo él. Tal vez no fue lo más inteligente por hacer, después de todo, hacía más ruido que hace un momento. Pero eso no le impidió respirar aceleradamente mientras salía disparado sin rumbo. Sus hombros chocaron con los pedazos sobresalientes de los árboles, su rostro recibió arañazos que escocían y sus torpes pies casi le hicieron caer un par de veces. En aquel recorrido desesperante, se topó con un barranco y decidió bajar por él llenándose de tierra en el proceso y haciendo tronar unos huesos. Al hacerlo, volvió a acelerar los pasos hasta hallar una especie de cueva en donde decidió entrar esperando que la bestia no lo encontrase. Se sintió como un completo cobarde, pero no podía ir simplemente a saludar a un animal salvaje esperando que este se ofrezca como ofrenda a él.

La cueva era oscura y su fuerte respiración hacía un ligero eco. Después de unos momentos, cuando solo el silencio se escuchó tanto adentro como afuera, se permitió sentarse sobre algunas rocas que sobresalían del piso. Dejó su espada recostada a su lado y la mochila llena de agujeros también. El interior de la cueva parecía un buen lugar para refugiarse por veinticuatro horas hasta que fuera el momento de volver al barco. Solo tendría que soportar las miradas y risas burlonas de la tripulación debido a su cobardía y la decepción de sí mismo por no poder cumplir con esta prueba. Pero, ¿es lo que todos esperaban de él, cierto? Una amarga sensación le dijo que no estaba tan de acuerdo con rendirse como estaba pensando. ¿En verdad debía darse por vencido?

El Drágora©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora