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Mizu se encontraba rezando a todos los dioses, santos y superhéroes que conocía

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Mizu se encontraba rezando a todos los dioses, santos y superhéroes que conocía. Estaba corriendo por su vida mientras un hombre enfurecido lo perseguía ya hace más de diez calles, si hubiera sabido que aquel hombre tenía tanta resistencia física, no le hubiera robado la bolsa de pan que tenía en sus manos.

—¡Detente estúpido mocoso! —gritaba el hombre que ya estaba por alcanzarlo.

—¡Muérete, maldito viejo! —le respondió lo que hizo que al otro sujeto se le salieran chispas en los ojos por el enojo.

«Mierda. Soy un idiota», se recriminó Mizu. Su boca siempre lo metía en problemas. No pensó que las cosas saldrían de esa manera, al ver al hombre solo, con millones de bolsas, cerca del supermercado, se ofreció a ayudarlo y éste, agradecido por el gesto, le había dicho que sí. Mientras se dirigieron al auto del sujeto y este acomodaba las mercaderías, él aprovechó la situación y salió corriendo con la bolsa de polietileno llena de panes adentro. Al parecer, el hombre no tuvo ningún problema en dejar el resto de las cosas en el estacionamiento de aquel lugar y lo persiguió echando humos a su paso.

Mizu ya se estaba quedando sin aliento, pero siguió su camino chocando con miles de personas a su paso, estaba tan enfrascado en su huida que no se dio cuenta de lo que tenía en frente, por lo que terminó chocando con una pared enorme y cayendo en el piso con los panes esparcidos por doquier. Al mirar al frente, se dio cuenta que no era un bloque de cemento el causante de su caída, sino que se trataba de otro hombre, y no cualquiera, este vestía un uniforme azul que lo identificaba como oficial de policía.

«Estoy muerto, gracias por nada, súperman»

—¡Oficial, agarre a ese niño! —dijo el hombre que lo había perseguido, al llegar hasta ellos —Me acaba de robar.

—Ya me había dado cuenta, por eso lo intercepté —afirmó el oficial mirando al chico desde la altura.

El policía levantó del piso al delgado adolescente, y a pesar de que este pataleó e intentó zafarse, el agarre era muy fuerte.

—¡Suéltame! —gritaba reiteradas veces mientras las personas a su alrededor se detenían a mirar la escena— ¡Esto es abuso! ¡Lo voy a denunciar!

Tanto Mizu como el oficial tenían casi la misma estatura, lo que le hizo imposible poder huir. El chico fue llevado a la fuerza hasta una patrullera. El otro hombre, que al parecer tenía demasiado tiempo libre, los siguió para levantar la denuncia en su contra.

Llegaron a la comisaría de la ciudad, una edificación sencilla, pero con todo lo necesario para hacer justicia en el lugar, lo sentaron en una silla, con las manos esposadas, mientras el oficial se disponía a hacer el acta de la denuncia. El hombre se veía cansado a tal extremo de tener unas ojeras enormes bajos sus ojos verdes.

—¿Entonces este chico le robó una bolsa con panes adentro y usted lo siguió por más de diez calles? —preguntó el oficial escribiendo todo lo que el hombre relataba. Mientras el sujeto relataba, el hombre dejó su gorra sobre su escritorio dejando ver un llamativo cabello color naranja.

El Drágora©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora