El crimen de la punta del iceberg

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El Detective Orbina no había terminado su café cuando le llamaron en la mañana. Como era costumbre en aquella época del año, el día estaba nublado y había intensas rachas de viento azotando la ciudad. Salió de su casa y tomó su Sintecom, un pequeño aparato que se colocaba en la muñeca y que hacía las funciones de una computadora asistente. Caminó hacia la estación de metro más cercana y esperó el tren café en mano. En la ciudad existían ya 36 millones de personas y el transporte jamás se daría abasto para tantas: había 26 líneas de metro, 10 líneas de trenes suburbanos, 27 líneas de metrobús, todas recorriendo los seis niveles subterráneos de ciudad y los dos anexos verticales al norte y al sur con 4 pisos cada uno.

Un pitido se oía del fondo del túnel. Empujando una gran masa de aire a toda velocidad un tren magnético arribó a la estación. Hacía unas décadas que el sistema de trenes se había modernizado un poco: al no tener fricción en los rieles podía viajar hasta un 56% más rápido usando menos energía solar acumulada. Ahora los trenes pasaban cada 45 segundos, sin falta, para poder transportar a todas las personas y evitar las grandes aglomeraciones que reducirían la distancia entre el magnetorriel y el tren.

Su destino era la estación Unificación, en el tercer subnivel de la ciudad. Debajo del Centro histórico se habían construido subniveles: en los primeros dos había casas que el gobierno había vendido a bajo costo, en el tercer nivel, una especie de centro comercial de muy alto costo, los siguientes niveles eran también de casas y hasta el sexto había oficinas de gobierno. Al llegar a la estación, el Detective Orbina buscó la escena del crimen acordonada. Observó por su Sintecom, apretó un botón virtual y una extensión de pantalla de plasma ultra-fina se desplegó de la pequeña caja transparente de su muñeca y empezó a dibujar un mapa azul brillante del subnivel con una flecha roja señalando la escena. Caminó unos metros hacia la derecha; frente a un restaurante francés se encontraba yerto el cuerpo de un hombre muy bien vestido, cuya garganta había sido rebanada con un corte certero y fino.

— ¿Qué tenemos aquí? —preguntó Orbina a los policías y forenses.

—Un homicidio. —Respondió una policía de veintisiete años—. Una persona se acercó a él vestido como mesero y le pidió su orden. Caminó por detrás, le sujetó fuerte y de un tajo le rebanó el cuello.

—La cámara grabó todo, quiero imaginar—aseveró Orbina mientras activaba eltomanotas de su Sintecom.

—Sí, traía un cambia-caras. Esos dispositivos no deberían ser de uso civil.

—No tenemos identificación del atacante, entonces ¿Alguna huella? ¿ADN? ¿Identificaron a la víctima?

—No hubo necesidad. Desde que nos llamaron nos dijeron quién era. Se trata de Svan Gjertsen, ex primer ministro de Noruega. Vino aquí en visita diplomática.

—Es decir que tendremos a la policía noruega encima...

—Desde hace 2 minutos. En cualquier momento llegará el Detective Yttredal a hablar contigo. La embajada noruega fue notificada de esto e inmediatamente se nos asignó un agente. Calculo que en 2 horas llegará acá —. El tomanotas se detuvo un rato mientras buscaba en internet cómo deletrear "Yttredal", después continuó escribiendo lo que decía la policía Mariela.

Un jet supersónico salía de Oslo con dirección a la Ciudad de México. Dentro iban Yttredal y su equipo. El jet supersónico del gobierno noruego ascendió a 35,000m, donde la densidad del aire ponía casi ninguna resistencia al vuelo del avión. A una velocidad de Match 9, un tanto lento para aviones gubernamentales, tardarían nada en llegar a México.

El Utlandet-detectiv aterrizó en el Aeropuerto de supersónicos del área metropolitana de México, localizado cerca de Amecameca y conectado por un magnetorriel de alta velocidad al centro de la ciudad. Orbina estaba allí presto para recibir a Yttredal y su comitiva. Un hombre alto, rubio y blanco de unos cuarenta años, un tanto gordo, bajó del avión acompañado de su equipo, dos jóvenes de treinta años, altos y delgados, y una joven de cabello casi blanco, de unos veinticinco.

El crimen de la punta del icebergWhere stories live. Discover now