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Despierto entre sábanas y manos que acarician más sutilmente que la tela

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Despierto entre sábanas y manos que acarician más sutilmente que la tela. Veo a Dunkel a mi lado, memorizando mi piel con la suya. Mis genitales aún duelen, pero al menos mi pene está flácido y eso ayuda y, pese a que mis testículos sean atravesados por punzadas de dolor, eso no tiene importancia ahora.

Sus ojos fijos en mi cuerpo y los míos también. Soy tan normal, tan aborrecible, pero él me mira como al último diamante en las entrañas de la tierra. Una duda asalta mi mente.

—¿Por qué me dejaste vivir? —pregunto, mirándolo sin temor a perderme en su abismo.

Sé que en esa oscuridad estoy seguro.

—Porque te miré a los ojos. —responde, volviendo a hacerlo. Su expresión no es como la de la primera vez, ahora sonríe con dulzura. —Yo tuve una vez esa expresión; no tenían miedo a morir, porque no habías vivido. Solo quería que lo hicieses, que vivieses.

No acabo de comprender del todo sus palabras, pero si algo sé es que él me hace sentir vivo, me hace sentir yo. No por el placer en mi voz o el dolor en mi piel, no por sensaciones del cuerpo, sino por esta tranquilidad de mi corazón que de un momento a otro se colma de apasionamiento, rebotando por todo mi pecho.

—Esclavo, ahora debo irme y no sé si volveré hoy o no, tienes prohibido salir de esta casa y cuando vuelva quiero que me esperes en la cama, porque quiero hacerte el amor. Quiero ver tus ojos, llenos de vida. Quiero saber que, pese a que provoco terror en ti, así como dolor, también soy el motivo de tu felicidad.

Mi corazón se paraliza por sus palabras. Nunca la sonrisa de alguien se pareció tanto a un hogar.

No me deja responderle, porque sabe que no tengo palabras para lo que me ha dicho, solo una gratitud que me llena los ojos de lágrimas, y me besa la frente antes de marchar.

Cuando aún le veo en el marco de la puerta, tomando el pomo para cerrarla, empiezo a hacerlo de menos sin que se haya ido.

Un rato después de que él se marche la puerta se abre tímidamente una cabeza pequeña y preocupada asoma por ella.

—¿Miquel? ¿Pasa algo? —pregunto levantándome del lecho pese a que el dolor castiga todos y cada uno de mis movimientos.

—Estoy preocupado, esta vez de veras. —suspira; se siente en el suelo, jugando con sus manos y sin ser capaz de mirarme directamente a la cara. —Se han ido a hacer algo peligroso, Gerald ni siquiera me lo ha dicho, le pregunté y me dijo que era solo una de esas salidas que hacen para limpiar la zona por si hay enemigos merodeando, pero no es eso... Lo sé porque estuve escuchando la última reunión que tuvieron, sé que está mal espiar, fue sin querer, yo estaba en la cocina y oí esas cosas y...

—Miquel. —digo serio, tomándole de las manos mientras mis ojos vibran con una convicción que lo deja mudo —¿A dónde han ido?

—Creen que saben dónde se oculta el jefe de los humanos —trago saliva, al oír que habla de mi padre los recuerdos me golpean a traición en parte posterior del cerebro, pero trato de superarlo y seguir escuchando. —, también creen que él ha salido a ahora a explorar y han seguido sus movimientos, todo indica de forma muy clara que va escoltado por un grupo muy pequeño de soldados y que está en campo abierto, donde es fácil atacar. Parece como si no fueran a tener problemas, pero me preocupa... hay algo raro y si no fuera peligroso Gerald me habría dicho la verdad, no hay secretos entre nosotros. Nunca.

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