Nuevo amanecer

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Rex circulaba a alta velocidad por una autopista, en un coche rojo de alta gama que había alquilado. Tenía puesta su música electrónica favorita a todo volumen. 

Las líneas de asfalto se veían borrosas y al ser horario de madrugada, hacía rato que no se cruzaba con  ningún otro vehículo. 
A lo lejos, pudo ver una luz rojiza que se perdía en las curvas, para luego volver a aparecer. Sintiendo un hormigueo en la piel,  apretó hasta el fondo el pedal del acelerador. Quería fundirse con la carretera  y pronto adelantó al otro vehículo.

Su viaje continuó durante un par de horas más, dejando atrás todas las salidas. Rex quería fundir todo el depósito de gasolina del coche. Le quedaba todavía un cuarto y pensaba hacerlo correr al máximo.

La carretera seguía difuminándose y pronto el cansancio se apoderó de su cuerpo. Sus manos estaban agarrotadas y tenía la espalda rígida a causa del dolor. El sudor se le metía en los ojos, que le escocían tremendamente. Aunque veía pasar carteles luminosos a toda velocidad, era incapaz de saber dónde estaba. 

Le pareció ver un hotel en el horizonte. Su silueta iluminada era como un faro, que le guiaba hacia el merecido descanso.  Intentó fijarse si en alguna salida aparecía el símbolo del hotel. Y al notar que se dormía, intentó girar ligeramente el volante para parar unos minutos en el arcén. Pero antes de poder acabar de hacerlo, sus ojos se negaron a seguir abiertos y se cerraron. A continuación, su agotado cerebro desconectó la conciencia de su cuerpo.

Rex despertó ante el sonido de unas voces que parecían gritarle al oído. Entreabrió los ojos y pudo ver el movimiento fluido de unas batas blancas. Pero su atención estaba fija  en los sonidos rápidos y rítmicos que producían todas aquellas personas.  El idioma era totalmente reconocible para él. Y eso le pareció lo más extraño de todo. Había viajado a Alemania intentando reflotar su negocio ruinoso. ¿Qué hacían en su habitación todos esos médicos españoles?. 

Las voces se distorsionaban y los colores se difuminaban. Le pareció escuchar que le llamaban por su nombre, pero lo ignoró cerrando los ojos de nuevo y durmiéndose al instante.

Horas más tarde, el hombre volvió a recuperar lentamente la conciencia. En la habitación varias personas hablaban sin parar. Y de nuevo, no en alemán.

-Me acojo a mi derecho de poder rebuznar cuando quiera- dijo en voz alta, haciendo que el silencio se impusiera de nuevo- Soy un animal herido y quiero mi pienso.

Un médico se aproximó a su cama. Estaba casi calvo y llevaba unas gafas que le cubrían prácticamente todo el rostro. Su nariz era ancha y la boca enorme, llena de dientes anchos.

A Rex le pareció extremadamente desgradable. No quería a ese médico cerca de su cara.

-Exijo que traigan a una mujer a mi presencia. Una mujer médico- dijo intentando hacerse entender, mientras el sapo le miraba con ojos de poseído- Me acojo al convenio europeo. 

El médico se colocó las gafas y salió de la habitación en silencio.  Al poco rato, varios doctores (incluyendo una mujer) entraron en la habitación 106.

-Quiero mi alfalfa- dijo Rex, mirando a la mujer- Es mi derecho.

Vio como los médicos hablaban entre ellos en un perfecto español castizo, típico de la zona centro del país.

Rex iba a preguntar sobre esto, cuando la mujer se adelantó y empezó a mirar las lecturas.

-¿Cómo se encuentra? ¿Algún dolor?

Rex miró su cuerpo relajado y pensó en lo tenso que había estado durante toda su estancia en Alemania. La ruina económica era total, y Marga (su mujer) iba a dejarlo. Toda su vida daba vueltas como el agua en un retrete. Y se dirigía inexorablemente hacia su evacuación.

La ruina y otros cuentosWhere stories live. Discover now