Prólogo

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                                                                    Inglaterra, 1219.

La noche era fría, por fin había llegado el invierno a las laderas y montes de Inglaterra. Los nobles se refugiaban en sus grandes castillos. Los pobres se unían cerca de las hogueras de los pueblos, y los animales empezaban su largo sueño.

Nos adentramos en la frontera terrestre entre la región inglesa y el país vecino: Escocia. Encontramos una llanura coronada por un grande y magnífico castillo. Éste estaba rodeado por un frondoso bosque, que antaño fue el hogar de cientos de bandoleros. Cuentan las leyendas pasadas que un forajido se enfrentó al clero y se rebeló contra la corrupta nobleza. Él fue recordado, amado, pero sobretodo, alabado por servir y fortalecer al pueblo. Sobrepuso el corazón y el honor por encima de la riqueza y poder. Robó a los ricos y alimentó a los pobres, sin remordimientos. Luchó contra algunos de los pares del rey, durante décadas. En la última batalla salió victorioso. El rey tomo la decisión de concederle sus mayores deseos. Al fin recuperó su tierra, su castillo y a su amada. Y se convirtió oficialmente en el señor de sus tierras. Colgó su caperuza y su arco. Fue conocido como el hombre más justo y honorable de toda Inglaterra. Fue alabado y apreciado en muchos reinos, entre ellos Escocia e Irlanda.

Hoy, treinta años después, lloran la muerte de la señora del castillo. Ese antiguo ladrón ha perdido al amor de su vida. Se lo arrebataron a sangre fría. Esa noche, todos los habitantes del señorío presenciaron el dolor y los lamentos de su señor. Había perdido la mitad de su alma, la mitad de su corazón. Su razón de vivir se había extinguido. Toda esta pena y dolor causado por los celos de una mujer. Una bruja llegada de las tierras altas. Su capricho por él la llevó a la muerte. No sin antes, maldecir a todos los habitantes que estuvieran allí; que la vieron sufrir y morir.

- Oh, mi señor. Vos me repudiáis. Me aborrecéis. Lo único que hice fue liberaros de la infamia de una mujer que nunca os amo. Yo si os amo, se cuánto necesitáis- le recitó la bruja de rojos cabellos como si fuera una canción de cuna.

- Vos no amáis a nadie. Mi señora, a la que habéis asesinado- señaló hacia el castillo iracundo- y que aún yace en mi cama señorial, era el amor de mi vida. Ahora ya no tengo nada por lo que vivir. - los hijos e hijas del señor se encogieron ante sus palabras. Amaban a su padre, por encima de todo, y que no pensara en ellos ni un segundo les dolía en el alma. Otro peso que llevarían en el corazón, junto con el dolor de haber perdido a su madre mediante un cruel y frío asesinato. - Quemadla viva. – ordenó el señor. Nunca había tomado una decisión tan cruel ni tan drástica. No era partidario de los castigos físicos ni de la pena de muerte. Pero hoy ya no era el mismo. Estaba roto.

- ¿Cómo te atreves? - gritó enfurecida la mujer- Yo te lo di todo. Hice un pacto con el maligno para librarte de ese demonio que llamas mujer. – con cada palabra se fue poniendo más roja de furia. El señor se dio la vuelta para volver al castillo y velar a su difunta esposa. Antes de entrar la bruja dio un lastimero grito, tan agudo que lo hizo doblarse de dolor, a él y a todos. Se giró raudo y la vio aullar como una bestia herida.

- Te maldigo, Robert, señor de estas tierras. Te maldigo con el sufrimiento de la inmortalidad a ti y a todos tus seguidores. - aulló a la vez que recitaba un conjuro de necromancia. - Te maldigo por el poder que me ha dado el mal. Nunca serás feliz. ¡Nunca! Tu maldición será vivir por siempre persiguiendo a tu amada. La verás, la sentirás y la llorarás al partir. Lo juro malnacido. Por mi alma que nunca volveréis a uniros. – Los caballeros se acercaron veloces lanzando la antorcha y encendiendo la pila. Una onda de poder los lanzó lejos de ella. Mientras el fuego se expandía ella gritaba de dolor y rabia. El cielo se volvió negro, las nubes giraron como un tornado sobre la bruja. – Tu felicidad será efímera. Ella morirá entre tus brazos, una y otra vez. - profetizó a pleno pulmón cayéndole lágrimas negras de los ojos. – Tú. ¿Vas a matarme? Cuando te he dado mi amor y mi corazón. No mereces que te amen.

- ¡Cállate, demonio! - gritó la hija mayor. La bruja se giró hacia los hijos y sonrío diabólicamente. De pronto, empezó a carcajearse en medio del fuego y del humo. Con su cuerpo apenas visible. - No creáis que me he olvidado de vosotros. Vosotros no viviréis tanto como vuestro querido padre. Está es mi sentencia.

- No- gritó Robert. – Te lo suplico. Ellos no.

- ¿Suplicar? - le miró directamente a los ojos. - Antes de que mi vida se extinga lanzaré mi última maldición. Oídme bien. – giró su cabeza y su mirada hacia los hijos- Os maldigo con la muerte- ¡No!, gritó Robert- Moriréis uno a uno de la forma más horrible posible. - observó uno a uno a todos los descendientes del clan, que la observaban horrorizados. - Gritando como yo grito ahora. ¡Sucios ladrones! Este es vuestro castigo. Todos vuestros hijos morirán entre gritos y lamentos que desgarrarán vuestras almas. - exclamó mirando a todos los incondicionales del señor- Sentiréis mí mismo dolor. - soltó un profundo grito de dolor. El fuego poco a poco se extendió por su cintura abrasándola. - Este será tu mayor dolor, mi amor - lo miró con afecto por un segundo, antes de reír histérica- Enterrar a toda tu familia uno a uno. Espero que con el don que te ofrezco sufras como yo he sufrido. Recuerda mis palabras, Robert. Tu dolor será mi felicidad. – estas fueron sus últimas palabras antes de convertirse en cenizas.

El señor miraba con lágrimas en los ojos a todos sus hijas e hijos. Su destino estaba escrito. Y todo por su culpa. El dolor lo cegó y mando quemar viva a esa mujer. Algo que nunca había hecho, algo con lo que su mujer se hubiese opuesto. Y ahora sus hijos estaban malditos, ellos y todos en este castillo.

- Te he decepcionado, mi amor- susurró al viento deseando que su triste mensaje le llegue a su esposa. Solo pudo rezar para que esa maldición no sucediera. Sus hijas estuvieron abrazadas a sus nietos y esposos llorando, aterradas. Sus hijos se mantuvieron impasibles como buenos guerreros. – Por favor, dios. No te los lleves.

Las suplicas del señor no fueron escuchadas, uno a uno sus hijos fueron cayendo. Su primogénito falleció en la guerra. Fue capturado por sus enemigos, torturado, desfigurado y desmembrado. Le mandaron, una a una, las partes de su cuerpo a su esposa. Su hija mayor fue secuestrada, violada y asesinada por unos vikingos. Tan solo una semana después de la muerte de su primogénito. Sus otros hijos fueron muriendo de diversas enfermedades: viruela, sarampión o cólera. Un hijo se cayó del caballo en una cruzada. A otro le cayó una piedra del castillo, aplastándolo. Los que quedaban con vida fueron atacados por animales salvajes. A uno lo devoraron los lobos. Otro en una cacería se enfrentó a una batalla mortal con un oso. Y uno mientras dormía fue mordido por una víbora. Fue tal su mala suerte, que el veneno de la víbora lo volvió loco, y su única salvación fue lanzarse desde las almenas del castillo.

Tres meses después de haber enterrado a su esposa, Robert había sepultado a todos sus hijos. Y a casi todos sus nietos. Todos fueron enterrados en el cementerio familiar. Su único consuelo fue que acompañarían a su madre y abuela en el más allá. Los enterró lo más cerca posible de su esposa. En los años venideros, en vez de envejecer, él rejuvenecía. En poco tiempo había vuelto a recuperar la apariencia de un hombre joven y vigoroso. Y así, fue patente que la maldición era tan cierta como que el sol saldría cada mañana.

Barcelona, 2013

Una mujer joven salía orgullosa del salón de tatuajes junto a su mejor amiga, donde se habían hecho un tatuaje conjunto. Emocionadas se abrazaron.

"Te he decepcionado, mi amor. Perdóname". Le llegó la frase a la joven morena. De la sorpresa se quedó petrificada, para un segundo después mirar a todos lados.

- ¿Qué te pasa? - le preguntó su mejor amiga. La morena la miró a los ojos, aún con la duda.

- Me ha parecido oír una voz. Me resulta conocida, no sé por qué. Y lo más extraño, me ha dado nostalgia.

- De acuerdo. - dice poco a poco su mejor amiga. - Necesitamos unas vacaciones, urgentes. Nos lo merecemos. - le pasa el brazo por los hombros y se la lleva calle abajo para que se olvide de la tontería de la voz. Su amiga, no puede evitar seguir pensando. Siente que ha oído esa voz de hombre antes, y no descansará hasta saber de quién es.

Mira hacia al cielo buscando paz, la luna llena empieza a saludar al mundo. Decide concentrarse en la retalia de palabras que ha empezado a soltar su amiga sobre un viaje a Inglaterra, a la ciudad de Eltocihar.

"¿De qué me suena esa ciudad?"


                                                  *Continuará en el Capitulo 1. 

Mi historia está perdida en tus sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora