Ciudad embrujada

Capítulo 3. Noche de caza

El gran vidente volvió a su cuerpo, este lugar le estaba resultando bastante interesante, más de lo que se había imaginado. Mientras, frente al armario, Emilio escogía ropa que le quedara más o menos acorde con su nuevo cuerpo, pero todo lo que se probaba no le quedaba, ni le hacía justicia a su nueva figura atlética. Se puso unos pantalones muy anchos y muy cortos para su nueva estatura bestial, una camiseta blanca de fondo, una camisa gris encima y unos zapatos azul oscuros tipo botín. Salió con prisa, ya en la calle, vio pasar un muchacho divino de unos ojos verdes esmeraldados al otro lado del asfalto. Varios señores y jóvenes pasaban cerca de el ojiverde, incluso algunos intentaban abordarlo, pero él los evitaba.

Era increíble que a esa hora hubiera tantas personas por la calle. Pero el toro no se quedaría atrás, ese aroma dulce que desprendía aquel muchacho lo mantenía embriagado y no se creía capaz de mantenerse lejos de él por mucho tiempo. Así que se dirigió al garaje afanado, se subió en tiempo récord al viejo carro, cerró el portón y arrancó tras el chico que había empezado a correr probablemente hacia la calle 19. Lo siguió de cerca, a una distancia prudente, acompañado por la multitud que se acrecentaba despacio. Seguía aquél aroma, esa nube delgadísima de humo verde que desprendía el cuerpo del pálido muchacho.

Cuando giró por una cuadra pareció perderse, todos parecieron volver en sí y se dispersaron. Pero él no podía dejar de recordar esa atracción, el placer que le producía mirarlo, percibir su presencia, imaginar el tácto de esa piel desteñida, ahogarse en ese cuerpo. Manejó hacia la calle principal, a la que había pensado que iría, avenida Ciudad de Lima, ¿por qué ciudad de Lima? Calle 19 es un término más neutral, menos típico de las pretenciones cosmopolitas bogotanas. Siempre le pareció ridículo encontrar nombres de barrios como Quito, Nueva España, Egipto, Alaska, Brasilia o Boston. Igualmente, ya casi nadie recuerda ese antiguo nombre. Odia esta horrible ciudad autodenigrante y con pretensiones europeas. Pero es allí el único lugar donde existe un joven así, el único lugar donde se puede encontrar la belleza pura, la única ciudad en la Emilio persigue el dulce y verde humo.

Sube desde la carrera décima por la calle 19 hacia el edificio Bacatá que se levanta enorme ostentando el antiguo nombre de esta tierra una vez de otro pueblo, y ahora el resultado de un territorio usurpado y saqueado por sus ancestros españoles. Bacatá, Bogotá. Más arriba aún, siente que puede perseguir ese verde, ese aroma, esa piel, ese muchacho. ¡Ahí está! Da la vuelta por el romboi desde donde entreve los brillantes espejos de agua que ocultan las antiguas venas de la ciudad, ahora corrientes subterráneas. La bruma verde brilla reflejada por el camino de fuentes de agua que constituyen el eje ambiental bogotano. El joven parece planear subir hacia las montañas coronadas por la catedral blanca que extrañamente esa noche adquirió un tono verdoso. 

Lo ve cambiar de opinión y devolverse por la misma avenida que venía subiendo, esta vez corriendo de bajada por la calle 19. al otro lado de la avenida dividida por un desnivel de asfalto. Justo en ese momento, El animalesco hombre lo ve subirse en un bus azul. Decidido a no perderle la pista da la vuelta en el romboi y se dirige a toda velocidad persiguiendo al afanado bus cuyo conductor no quiere sino terminar el turno nocturno lo más rápido posible.

Arranca detrás del cacharro azul, siguiéndolo por la ciudad hacia dondequiera que se dirija. Ya no alcanza a ver al ojiverde, ya no lo reconoce. Pero tiene una esperan... podría ser cualquier pasajero. Tiene que ser el muchacho con el gorro de la chaqueta puesto. Le parece que el gorro se tragó toda la dulzura, toda el humo y el verde... se le escapan unas gotas de saliva de la boca. Ya nadie lo persigue cómo antes... ¿Dónde? Se agarra desesperado al volante, quisiera estrellar el grande bus para sacarlo, ver de nuevo lo que se esconde bajo la capota de la chaqueta.