Capítulo 18. «Ver más allá»

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—Es Amaris. Me ha transmitido un poco de su vida al convocarme aquellas veces. Es difícil de explicar, pero me ha dado un poco de su esencia y eso aquí hace mucho la diferencia.

Zedric sintió su estómago contraerse. Nunca había querido aceptarlo, pero Ranik era, del todo, el rival más grande que había tenido alguna vez.

Y lo seguía siendo. Aun después de la muerte estaba ahí, perturbando la existencia de Amaris e incluso estando más cerca de ella que lo que Zedric nunca lo estaría. Teniendo su esencia.

—¿Y por qué estás aquí? ¿Por qué están aquí? —preguntó—. ¿Estoy muerto? No entiendo nada. 

—La muerte es distinta a lo que piensas. Todas estas almas detrás de tí están en pena, y yo... —se detuvo, centrando su mirada en Cara por varios segundos—. Te sentí. Bueno, no sólo yo, sino también Cara. Ella también es muy poderosa aquí.

—¿Pero cómo puede serlo? —Zedric entrecerró los ojos—. ¿También ha tenido contacto con alguien externo?

—No. Es sólo su poder. Como sea, quería hablar contigo antes de que noten que nos hemos ido. Tienes que saber algo sobre los elfos.

Los elfos. Zedric recordó a esas extrañas criaturillas en la cueva de los Ramgaze, ocultas en las profundidades del mar por miles de años. Eran sus esclavos, secuaces, esperando a recibir órdenes o, (y si sus sospechas eran correctas), siguiéndolas.

—¿Qué pasa con ellos? —devolvió.

—Están vivos. Vivos del todo y escondidos de ustedes. Tanto los elfos buenos como los malos.

—Eso cambiaría por completo las cosas.

—Las cambian, porque los elfos ya están aliados con Zara. Siempre lo han estado.

—¿Y qué propones? —preguntó Zedric, ofuscado.

Ranik le daba pavor. En cierto modo se veía como él, pero aun así tenía grandes ojeras, un brillo sobrenatural en su rostro y, al mismo tiempo, la misma palidez de siempre.

Estaba muerto y realmente se veía así, tanto que parecía tenebroso.

—Debes decirle a Amaris que su búsqueda está mal —respondió Ranik, mirando hacia la nada—. No soy ni de cerca el más poderoso aquí, Cara es la que ha visto cosas y cree que la respuesta está en conseguir aliados, no distracciones.

—¿No querrías volver de la muerte? —preguntó Zedric—. Si yo he venido aquí debe de haber una manera....

—No —sentenció Ranik—. Era mi destino morir y estoy bien con eso. Yo... —el dolor en sus ojos casi se podía sentir— No pude detenerla de hacerse ese tipo de ilusiones porque no estaba consciente de mí mismo. El trance en el que están las almas después de morir es más complicado de lo que piensas. Pero no quiero volver. No es posible, desafiaría a toda la lógica, desafiaría al gran Dios de las tinieblas, al de las sombras, a Skrain y al dios del inframundo. Son muchos dioses con los que no quiero meterme.

—No creo que Skrain se sienta ofendido —contestó Zedric—. Está a nuestro favor y seguro dejaría que Amaris se ganara su regreso.

—Skrain es el Dios que se lleva a las almas, más no el que las controla. ¿Te imaginas a un Dios gobernando el cielo y el inframundo al mismo tiempo? Aquí hay un Dios muy poderoso, tanto que gobierna el inframundo. Es tan desconocido que no supe de él hasta que Cara no me dijo que existía. ¿Y crees que no se enojaría?

☀☀☀

—Cariño Zedric, es hora de despertar —escuchó venir de una voz femenina. Una mano estaba posada con calidez en su mejilla, sintió que alguien se aproximó y se sentó a su lado en los aposentos.

Zedric abrió los ojos. Frente a él estaba Elina, sus ojos mieles analizándolo con firmeza. La luz del sol entraba en la habitación, iluminando su rostro de tal forma que sus mejillas y cabello rizado parecían estar incendiándose y remarcando cada una de sus facciones.

Lo besó. Fue un simple pico, algo que ella creyó que sería normal ya que estaban próximos a ser esposos.

Pero no lo era.

Zedric recordó a Amaris, la cálida forma en que había puesto los labios sobre él aquella vez en el medio de la guerra.

La extrañaba.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, enfocando la mirada debido a que el sol le lastimó con solo abrir los ojos.

El rostro de Elina se endureció. No parecía feliz con la forma en que Zedric lo había recibido, se sentía celosa, molesta e impotente. Aun así no lo demostró y, por fuera, respondió:

—La lluvia ha terminado y el sol ilumina el camino. El rey quiere que salgas y comiences con tú campaña, cree que puedes aprovechar para robarle a Nathan a sus súbditos. ¡Sal! ¡Ve a todos esos hombres esperando para conocerte!

Parecía una buena estrategia. Al contrario de lo que se pensaría de parte de un forastero, el Reino Sol no era del todo unido.

Las personas seguían recordando las derrotas de sus provincias en las elecciones reales aun después de varios años, los rencores y rivalidades básicamente eran el plato principal de la nobleza que, en vez de buscar el bienestar de su reino, sólo veían por sus intereses personales.

—¿Venir a verme? ¿No querrían esperar a qué su verdadero favorito regrese?

—Sal y míralo tú mismo.

Zedric se frotó los ojos y, consciente de que sólo llevaba un simple camisón, caminó hasta el armario y se calzó una bata muy vistosa y elegante que seguro estaba ahí exclusivamente para él. Ya vestido, fue hacia el balcón de su habitación.

Las personas que estaban esperando debajo de él gritaron de emoción al verlo salir. Eran miles, todas con carteles y estandartes de la casa Mazeelven, Goldshine y el Reino Sol.

Realmente estaban ahí para conocerlo. Sus pensamientos venían hacia él como si se tratara de agua cayendo en una cascada.

Algunos eran buenos, como:

«¡Nuestro futuro rey!»

«¡Qué bello es!»

«¡Él tiene más poder que nadie en el reino!»

Más, y sin embargo, había unos que cortaban la respiración, eran malos o le traían malos recuerdos:

«¿Realmente alguien tan joven puede mejorar el estado tan miserable en el que estamos?»

«Él fue a ese viaje y dejó que sus amigos murieran. No es tan poderoso como parece»

«Si lee la mente, ¿Por qué no vió que Zara mataría a Elmhir? ¿Y si está aliado con Zara y quiere darle el reino para terminar con esta división de la que ha hablado tanto en sus discursos?»

El dolor en la cabeza de Zedric se volvió insoportable. Las voces eran demasiadas, tantas que apenas podía distinguirlas.

Hasta moverse dolía, estaba consciente de demasiado a su alrededor y hasta sus sentidos se percibían más fuertes y sensibles.

Detuvo sus saludos, hizo una reverencia tambaleante y volvió a sus aposentos.

Elina entrecerró los ojos hacia él.

—Estás sufriendo —dijo. Zedric soltó todo el aire que estaba conteniendo y dejó que el vómito cayera en la tetera más cercana a él.

Elina corrió y, sumamente preocupada, lo miró de tal forma que a Zedric volvieron a darle arcadas.

—Estoy bien —respondió—. Sólo déjame solo.

Los pensamientos de Elina eran confusos. Veía las ojeras de Zedric, pensaba en su hermano, estaba furiosa con su vida y al mismo tiempo preocupada por él.

Zedric podía ver más allá que antes, entrar a su mente y no sólo oír lo que venía de ella.

Era cierto que su poder crecía.

Ecos de sol.Where stories live. Discover now