A lo lejos se escuchó el aullido lastimoso de un cánido moribundo. El joven dejó la taza encima de la mesa y tiritó a pesar de encontrarse al lado de la estufa.

-Venga, yo te ayudo a salir. Vamos, tenemos que irnos, ¿no ves que la casa no aguantará? Mira la ventana, el agua ya empieza a subir de nivel en la calle. No seas tan cabezota y entra en razón. Mira lo que le pasó a tu mujer por...

-¡A mi Amparo ni la nombres!- gritó furibundo Braulio alzándose sobre su pierna mala con cierta dificultad- Ni una palabra más sobre ella o el que se irá de esta casa serás tú.

Miquel cerró la boca y miró al frente. La puerta de la habitación seguía entreabierta y los rayos iluminaban la cama y el armario.

-Tengo frío- dijo Braulio intentando alzarse del asiento.

-Ya voy yo- le dijo con calma- ¿Por qué no te pones al lado de la estufa y descansas un poco la pierna, hombre?.

Miquel rápidamente se dirigió a la habitación de matrimonio. Entonces abrió el armario de par en par y cogió un par de mantas. Sin titubear abrió el cajón y metiendo la mano hasta el fondo, tanteó su interior. Al fondo del todo, tocó con la punta de los dedos una cajita de madera y estirando el brazo pudo alcanzarla. La madera estaba hermosamente trabajada y sus bordes estaban lisos debido al roce. Despacio abrió la tapa y vio un fajo de billetes atados con un cordel fino. Con rapidez se metió el dinero en el bolsillo del pantalón y dejó la cajita donde estaba, cerrando el cajón y la puerta del armario.

Llevó la manta a Braulio que le miraba fijamente y dejó la suya en el sofá, sentándose a continuación con un suspiro y apartando sus cabellos de su frente sudorosa.

Un golpe sordo y seco levantó de su asiento a Miquel de un salto. Parecía que los cimientos de la casa temblaban y con precipitación se dirigió a la escalera decidido a escapar con el dinero.

Cuando bajó, vio que la puerta estaba abierta de par en par y la planta baja completamente inundada. El agua entraba a borbotones y seguía subiendo. Era imposible salir por ahí.

Pálido como un muerto volvió sobre sus pasos y se sentó en el sofá, mirando con desesperación al viejo.

-Tenemos que salir por el tejado- dijo con voz temblorosa el joven mientras se manoseaba el pelo- Hay que ir hacia arriba.

-Ve tú- respondió Braulio con sequedad- Yo de aquí no me muevo.

Miquel se estiró el pantalón, palpando el dinero y excusándose se dirigió a la escalera. Apoyaó su mano en la barandilla y tanteando la escala con los pies fue subiendo con dificultades ante la falta de luz.

Pudo vislumbrar una puerta y en cuanto la abrió, el agua empezó a correr escaleras abajo. Las tejas se habían roto y dejaban espacios entre ellas por las que se colaba el agua de la lluvia.

Se llevó la mano temblorosa de la cara al bolsillo y tanteó el dinero. Maldijo por lo bajo al comprobar que ya estaba húmedo a causa del pantalón.

Suspirando entró en la habitación y miró a su alrededor. Un montón de trastos viejos se apilaban sin ningún orden estropeados ya por el agua y el barro.

Por ahí no iba a poder subir. Tenía que haber algún cuarto con escala para subir al tejado. O lo encontraba o estaba todo perdido.

Salió al pasillo y volvió a usar las manos para guiarse por la baranda hacia el interior de la casa.

Localizó otra puerta y girando el pomo metálico con sus dedos temblorosos accedió a la habitación y comprobó aliviado que daba al tejado. Una escalera de madera se veía claramente en su interior.

Al lado de la escalera de madera había un palo en cuyo extremo tenía clavado un gancho. Miquel lo cogió y tras un par de intentos abrió la puertecita que daba a lo alto del tejado. Se encaramó y cuando empezó a trepar alguien le agarró de la pierna con tanta fuerza que le tiró contra el suelo.

El agua se metió por su nariz y una mano le enganchó cruelmente del cuello.

-¿A esto has venido, Miquel?- espetó Braulio entre dientes- ¿A aprovecharte de un anciano cojo y solo? ¿A quitarle el dinero que Amparo le dio antes de morir?

Miquel intentaba zafarse pero Braulio tenía más fuerza de la que parecía y usaba su peso para inmovilizarle. Por su nariz entraba agua y al toser saboreó el barro y la suciedad.

-¿No te bastan el dinero con el que te pago, sinvergüenza? Te di mis llaves porque confié, Miquel. Pensé que me tenías en estima, no como todos los demás que me hablan a mis espaldas. ¡Culpándome de lo que le pasó a mi Amparo!

Un sonido similar al aullido de un animal retumbó por toda la casa y la tromba seguía cayendo sin piedad por los agujero que había abierto en el tejado.

El joven pataleaba e intentaba zafarse del férreo abrazo del viejo. Quería pedir clemencia, pero el dolor era tan agudo que no sentía el aire llenar sus pulmones.

Un temblor sacudió violentamente toda la casa, desestabilizando al viejo que se golpeó contra la escala de madera . Miquel suspiró aliviado al sentir que le soltaba,

incorporándose lentamente, se llevó las manos mojadas a su adolorida garganta.

El bramido de un trueno se impuso por encima del ruido de la constante lluvia y la casa gimió como si fuera un animal herido.

Miquel se dirigió de nuevo a la escalera a pesar de que Braulio se encontraba aún allí. Pero moverse era cada vez más difícil y la salida estaba cada vez más lejos. Los pasos no le acercaban, sino que le arrastraban hacia atrás.

Su mente no conseguía entender qué estaba ocurriendo. Por unos instantes pensó que acaso estaba soñando.

En ese momento, un dolor agudo, y certero en la pierna le hizo reaccionar y mirar su alrededor. A sus pies una fuerte corriente de agua le empujaba hacia la puerta que daba al pasillo. Intentó luchar contra ella. Pero cuanto más porfiaba, más rápido perdía sus fuerzas. Miró hacia adelante, y vio que Braulio estaba bien sujeto a la escalera de madera y observaba fijamente a Miquel. El joven fue arrastrado escaleras abajo entre ruegos y súplicas.

El viejo se quedó mirando el umbral de la puerta, y tras unos segundos empezó su ascenso hacia el tejado. Subía muy despacio, y maldecía en cada escalón a su pierna mala, parando cada vez que el dolor se volvía insoportable.

Por fin, consiguió alzarse con grandes dificultades sobre el tejado. Con satisfacción, contempló como el río se había llevado por delante las casas de sus vecinos. Braulio miró a su alrededor y cuando su pierna cedió, resbaló y su cuerpo quedó sujeto por el canelón de la casa. Allí, tumbado cerró los ojos y supo que él ya no vería el amanecer. 

La ruina y otros cuentosWhere stories live. Discover now