No andaba mucha gente por allí, salvo por los acostumbrados lectores tirados bajo las sombras de los árboles y los paseadores de perros, por lo que no tuvieron problema para sentarse en el mejor lugar que encontraron, en el césped debajo de un árbol cuyas hojas cubrían gran parte del suelo.

A pesar del jocoso incidente de hacia un rato, Abi se veía más feliz que de costumbre —si es que eso era posible—, tranquila pero alegre, por lo que Sam dejó que le contara un poco sobre lo que había pasado en el culto, y lo amables y cálidos que habían sido con ella, especialmente los pastores y un par de chicas que dijeron que esperaban verla cuando regresara a la ciudad luego de su viaje a casa. Se veía tan en paz que, de hecho, por un rato se quedó callada, abstraída por completo en esa porción de naturaleza que la rodeaba y en lo que fuera que pasara por su cabeza.

Él rompió el hielo, muy impulsivamente, luego de un rato de comer en silencio.

—¿Puedo preguntarte algo?—

Había estado pensando en eso desde la charla que tuvieron la primera noche en el ático. Le resultó irrelevante al principio, porque ella no le interesaba lo suficiente como para molestarse en preguntarle, pero las cosas había cambiado un poco en esos días, y sentía  que sería como cobrarse por todas las preguntas y molestias que ella hizo que se tomara.

—Claro—respondió Abi, haciendo una pequeña bola con el envoltorio de la hamburguesa y metiéndola en la bolsa de papel madera. Se había comido todo tan rápido que él ni siquiera pudo darse cuenta, hasta que la encontró robándole las papas fritas y untándolas en ketchup—. Pero luego será mi turno.

—¿Por qué dijiste que te preocupaba decirle a tus padres lo de la academia?—

Eso la tomó desprevenida. Pudo notarlo enseguida. Quizás esperaba que le preguntara otra cosa, algo burlesco o casi cruel incluso, lo que era de esperarse viniendo de parte de él, pero nada como eso.

—No lo sé— respondió dubitativa, frotándose los dedos con las servilletas tratando de eliminar los restos de aderezo y sal— A veces creo que se me olvida...

—¿Qué?—

—Que mi padre ya no es el hombre que era—

—¿Cómo era?—

—Agresivo— su respuesta fue seria, pero como si le costara sacarlo de la garganta—. Verbalmente, en realidad. Bebía, a veces perdía el control de muchas cosas. No lo sé, no lo recuerdo mucho, yo era muy pequeña. Pero era la sensación en el aire, de él enojado todo el tiempo.

Sam permaneció en silencio. Ella arrugó la nariz, pensando en algo con fuerza, recordando, quizás o buscando recordar, pero lo descartó al darle un trago a su vaso de refresco.

—Pero ya no lo es más—añadió—algo menos porqué preocuparse—

Sam frunció el entrecejo. ¿Algo menos? Eso implicaba que había otra cosa por la cual sí preocuparse.

—¿Y qué lo hizo... cambiar?—

Reprimió el impulso de hacer las comillas en el aire, enfatizando lo escéptico que era al respecto, porque supuso que era un tema difícil para ella, pero él realmente estaba seguro de que la gente no cambiaba. Quizás un alcohólico podía dejar la adicción, pero la agresividad era algo irreversible, podía decirlo por experiencia propia, y de sólo pensar en una combinación entre eso y el alcohol, era imposible.

Era parte de la naturaleza de esa gente el ser destructivo. A lo mejor era posible aprender a controlarlo pero no cambiaba lo que era. Su esencia siempre estaría allí.

—¿Quieres saberlo?—Abi alzó una ceja—A veces en serio me pregunto si crees algo de todo lo que te digo.

—Sólo responde—

AnástasisWhere stories live. Discover now