1. El pasado de la bruja

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    Hace mucho tiempo existió una bruja cuyo poder de hechicería era incomparable al de las demás. Tan grande era su poder, que diversos rumores se fabricaron a su alrededor. De cada persona que conocía, sobre cada lugar que visitaba, siempre había una historia nueva sobre Sibelle.
    Sí, ése es su nombre. Sibelle, una mujer que seguramente persiste hasta ahora en dominar ciertos hechizos.
    Se preguntarán por qué ella. Se dice que es la única bruja nacida en la Edad Media como una niña normal y que todavía sigue con vida en la actualidad. Es verdad que ninguno de nosotros ha tenido contacto directo con ella, pero sabemos que está allí porque tuvimos contacto con aquel responsable de su poder.
    Sibelle está destinada a grandes cosas, no obstante, es su pasado lo que nos moverá en esta narración.
    Aquí comienza la historia de Sibelle, la bruja:

    De niña siempre había sido inquieta. Nacida de padres nobles muy amigos del rey y la reina, Sibelle conocía el castillo y a muchos de sus habitantes. Corría de pasillo en pasillo, de piso en piso, como una gacela escapando de sus captores. Causaba todo tipo de accidentes: Rompía jarrones y cuadros, ensuciaba vestidos, alfombras y metía lodo en su cama casi cada noche por no asearse antes de ir a dormir. ¡Era un caos ambulante! Cierta vez, por pura curiosidad infantil, había desatado a los caballos reales, y con un estruendoso chillido los había hecho partir sin rumbo ni jinete.
    No obstante, fue por una travesura mayor que se la condenó a tan severo castigo.     ¡Nada menos que meterse con la propia corona del rey! Nadie en su sano juicio se atrevería a hurtar tal tesoro para después intercambiarlo por unos supuestos "limones mágicos". No sólo provocó la ira del rey, que al enterarse mandó traer a todos los  comerciantes ante él para hacerles una rigurosa interrogación, sino que el pueblo, al saber lo ocurrido, comenzó a asaltarse entre sí en busca de la valorizada corona. Cometieron fechorías y asesinatos de todo tipo sin importarles las consecuencias, cegados por la codicia. No fue sorpresivo que la economía entonces sufriera una crisis considerable en el reino. Tanto el rey como la reina y los familiares de los fallecidos exigían la muerte de Sibelle como castigo, una muerte dolorosa como pago de lo que había hecho.
    Los padres, profundamente molestos y entristecidos por tener que entregar a su hija a las mayorías, sólo pudieron resignarse ante la situación. Sibelle fue encerrada en lo más alto de una torre mientras el reino decidía su forma de morir. Con la masacre acontecida en el pueblo y la falta de comerciantes para ingresar comida, a ninguno le importaba que sólo fuera una niña, y a los que sí, simplemente se alejaban con la cabeza gacha sin atreverse a participar en ello, ni tampoco evitarlo.
    Sibelle, confinada en la torre, no se daba cuenta de lo que había hecho. Había visto a sus padres coléricos y a los reyes muy molestos gritarle cosas incomprensibles, mas no los había escuchado en realidad. Su mente se encerraba en los limones mágicos. Así como estaba, en el cuartito vacío que la aprisionaba, tenía los limones con ella. Dos limones verdes que parecían sonreírle.
    La primera noche -que sería la única- Sibelle se preguntaba si debía comer o no su preciado intercambio. Tenía miedo de que algo malo ocurriese, aunque la curiosidad también la dominaba. Casi al amanecer de lo que sería el día de su muerte, Sibelle probó los limones.
    Fue cuando pasó.
    La luz llegó a ella envolviéndola con ternura y calor. Sibelle, congelada por el frío de la noche, agradeció aquello y lo acogió sin pensarlo dos veces. Cuando la luz la abandonó, ya no se encontraba en el cuarto de la torre. Tal vez ni siquiera se encontraba en el castillo. El cuarto en el que estaba era hermoso, con cortinas y tapices en las paredes y una cama tan grande que parecía superar a la del rey. Además, Sibelle iba vestida con otras ropas. Traía puesto un vestidito rojo de terciopelo, con varios adornos y encajes que lucir. Su cabello había sido lavado y peinado en un elegante moño arreglado con un velo fino.
    Y lo más impresionante: Había un anillo de oro en su dedo anular izquierdo.
    Era pequeño, como para ella, pero tenía grabados extraños y de él partían espirales de oro que salpicaban su dedo y su nudillo.
    - ¿Te gusta? - escuchó de pronto. Alguien yacía en la cama con ella.
    Sibelle se volteó y observó a un hombre adulto recostado con comodidad. Vestía también de manera elegante y revelaba un anillo negro en el mismo dedo que ella tenía el de oro.
    Aquel era, sin duda, un hombre hermoso.
    Sus ojos verdes la miraban con intensidad, sus labios sonreían levemente, mostrándole seductor. Su piel pálida hacía contraste con su cabello negro lacio peinado en una cola que caía sedosamente sobre su hombro.
    Sibelle se admiró ante tal belleza. Con sus once años cumplidos comenzaba a darse cuenta de que se sentía atraída por ese hombre. Quería tenerlo cerca, que la protegiera. Con gran timidez asintió. "Me gusta el anillo".
    - Lo hice especialmente para ti, Sibelle. Es un placer saber que me has aceptado.
El hombre extendió la mano como si le hiciera una invitación. Sibelle observó esa mano tan atractiva para ella y, todavía llena de inseguridad, posó la suya sobre su palma. El hombre se la besó con delicadeza.
    - Mi nombre es Nicolae, estimada Sibelle, y desde que decidiste comer mis limones te estoy destinado eternamente.

Post-cARTa: Estimad@ lector(a), ¿te gustó la lectura? Permíteme presentarme formalmente, me llamo Ana Rosa Triveño Gutiérrez y soy una escritora boliviana. Tardé mucho en animarme a publicar en este medio, pero soy optimista y espero la experiencia me resulte tan placentera como a ti mis palabras. Por favor, no dudes en escribirme tu opinión sobre el inicio de este relato. Debo aclarar que este cuento pertenece a la "I Antología del cuento maravilloso En Bolivia: De imposibilidades posibles" publicada en mi ciudad, Cochabamba. Voy a subirlo por partes y con algunos arreglos para su deleite. Enjoy!

 Enjoy!

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