1.0 One way

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Un lunes cualquiera.

Un lunes como todos los días en el calendario: levantarse, cambiarse, desayunar lo poco que pueda haber en la alacena, abrigarse y salir... salir a las calles.

Caminar cubriéndose el rostro, evitar contacto visual, acelerar el paso frente a vagabundos e ignorar los gritos, los llantos y los alaridos de alrededor.

Un día más de la semana tratando de sobrevivir.

Un lunes como los otros.

Cuando Oh SeHun despertó lo único que pudo hacer fue suspirar y levantarse lo más silenciosamente posible.

Se lamentó una milésima vez más el hecho de seguir vivo en este mundo, viendo a su pequeña familia sobreviviente tratando de sonreír.

Se sentó en la esquina de la cama y a tientas buscó sus pantuflas. Al hallarlas caminó hacia la derecha, frente a su ropero pequeño. Encima de este se encontró con los cerillos y le dio vida a una pequeña vela sobre un candelabro.

Sacó los pantalones grises entallados, una camisa negra, y la chamarra de cuero. Después se inclinó y sacó sus botas del fondo del mueble y los calcetines de un cajoncillo.

Con cuidado tomó el candelabro y sus cosas para encaminarse al baño.

En definitiva, era horrible vivir así.

Arrastró sus pies y se detuvo frente a una habitación a lo largo del pasillo, con la punta del pie pateó la puerta y esta chirrió dolorida.

Su madre se sentó de golpe en la cama, con el pecho agitado, y él, apenado, sonrió.

Ella soltó el aire retenido con alivio y le devolvió el gesto.

-Son las cuatro, mamá, sólo te venía a decir que voy a bañarme, me iré en media hora, no sé si quieras que lleve a Hyeya a la escuela hoy.

La mujer cercana a los sesenta rió con los ojos llenos de dolor y angustia.

Le miró fijamente, se talló los ojos y después hizo una mueca.

-No, amor, Hyeya no volverá a salir de aquí-murmuró, cuidando ante todo su tono y volumen de voz-.

Entonces es ahí cuando su pecho se oprime y no hace más que darse la vuelta con el corazón derrotado, es ahí cuando se siente la peor miseria del mundo por no darle la seguridad que merecen las únicas dos mujeres de su vida y las propietarias de todo el cariño que posee.

Entra al baño y coloca el candelabro sobre la taza y abandona sus prendas en un estante; toma el bote lleno de agua que se encuentra en la esquina del cuarto y se mete a la bañera.

Con un recipiente toma el agua y se la echa sobre el cuerpo.

Sus vellos se erizan ante el frío que le recorre la columna al bañarse con agua helada. No reprocha desde los cinco años acerca de la temperatura de esta.

Acaba y se coloca la ropa que traía consigo, y toma un bóxer del estante donde su madre suele poner la ropa recién lavada.

Sale del cuarto y camina hacia la cocina, teniendo siempre la vela consigo.

Toma una rebanada de pan y agarra sus llaves.

Apaga la vela.

Siempre, a las cuatro y media, viene su dilema moral: tomar o no tomar el arma...es una disputa donde todos los argumentos son a favor de no tomarla y dejarla sobre la mesa de la entrada, pero al final, con el pesar de su alma, lo termina haciendo y la esconde dentro de su chaqueta, mete su navaja en el bolsillo trasero, por si al caso.

O b s e s s i v e | SeBaek | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora