Capítulo 1. El discurso

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Conocí a Amalia hace tantos años que ya podría ser otra vida, hace 21 años para ser precisa. Teníamos 8 años, yo era enorme y ella menuda...

«No. Esto no es sobre nosotras.»

Daniel, hoy te estás llevando a Amalia y vas a tener que cuidarla mejor de lo que yo lo he hecho estos 21 años...

«No. Muy agresivo.»

«Escribir esto me va a costar el alma. Me costaría mucho aún si supiera poner en palabras mis sentimientos. No tiene que ser sincero, solo tengo que desearle a los recién casados la felicidad eterna y hacer un par de bromas fáciles. Claro que quiero que Amalia sea feliz, pero no creo que pueda serlo con él. O por él, no quiero que pueda ser feliz por él.» pensó Silvia «Amalia sabe que no creo en esa boda, no creo en Daniel. Mejor dicho, no creo que ella lo quiera como para casarse. Aunque se acostumbre que la mejor amiga sea la madrina, no debería ser yo; debería ser alguien que crea en ellos como Jimena o Tatiana. Pero Amalia tiene que forzarme a darle la aprobación a Daniel y con la mayor cantidad de público posible. En el fondo es buen tipo.» trató de racionalizar lo que solo podían ser celos, « Ni tan en el fondo, es buen tipo y ya. La quiere, o creo que la quiere, si no la quiere disimula muy bien. Y no es un fracasado como otros novios idiotas que ha tenido, que se apegan a ella para que los salve de su incompetencia. Daniel le va a poder ofrecer la casa en las afueras, el perro, los hijos... Eso es lo que no entiendo. Amalia podría tener la casa en las afueras el perro y los hijos sola... yo la acompañaría. No, puesto así suena mal. No le estoy deseando soledad. Solo quisiera que... que deje de esperar que alguien la arregle, quisiera que pudiera verse con mis ojos.»

—¿Silvi? -Carlos empujó la puerta al terminar de llamar, sacándola abruptamente de sus pensamientos– Hola –recordó saludar mientras se sentaba frente- ¿ya viste la hora? Es tardísimo y llevas horas encerrada aquí, ¿por qué no vamos a cenar?

— No tengo muchas ganas.

Carlos robó un vistazo a la pantalla: la última frase que había intentado Silvia todavía estaba allí. Compartieron una mirada llena de conocimiento.

— Otra vez el discurso... –dijo Carlos jugando con las manos– ¿por qué no le dices que no quieres ser la madrina?

— Ya hablamos de esto Carlos, sabes que no puedo hacerlo.

— Te estás haciendo daño por gusto –reprochó.

— Es que no hay ninguna razón para que la mejor amiga de una mujer le diga que no quiere ser su madrina. No se puede, de verdad, Carlos. Hasta yo, que soy una inepta para las relaciones, lo sé.

Le sostuvo la mirada de esa manera que a través de los años se había convertido en su estrategia para enfrentar la terquedad de Silvia.

— Razones hay... pero si no quieres decírselas, al menos dile que no ves la relación lo suficientemente fuerte como para que se casen.

— ¿Por qué te importa tanto? –dijo Silvia fastidiada.

— Porque no quiero ver sufrir a mi amiga, como tu no quieres ver sufrir a la tuya -levantó las manos como si la obviedad del problema le estorbara-. Este matrimonio es la ruta perfecta para que sufran las dos, y estás loca si crees que encerrándote en tu oficina y sepultándote en el trabajo vas a ocultar esto; sería un poco menos ridículo si la oficina del frente no fuera la de Amalia, y no tuvieras que verla cada vez que vas al baño.

» Silvi, esto no es pasajero. Esto no va a ser un novio más que viene y va; si dejas que se case sin decirle nada van a pasar años hasta la siguiente oportunidad –hizo una pausa para que Silvia contestara pero ella no dijo nada– y no sabemos cuántas cosas más pueden pasar. Podrían tener hijos...

A veces Carlos le agotaba la paciencia, empujando tan duro que tenía que apretar los puños para no reaccionar. Esta vez, sin embargo, pasó lo mismo que había pasado desde que Amalia vino a mostrarle ese anillo tan desproporcionadamente grande: se le llenaron los ojos de lágrimas.

— Lo he pensado, Carlos -dijo masajeándose las sienes para tratar de evitar un dolor de cabeza que llegaría de cualquier manera-. Pero también he pensado en todo lo demás: Amalia nunca me va a ver de esa forma, han pasado muchos años y tantas situaciones... somos amigas, las mejores amigas; todo lo demás es una fantasía mía.

— Lamento interrumpir tu viaje de autocompasión pero no es cierto... todos sabemos que eso no es una amistad normal.

— Vamos a cenar, anda –quiso cortarlo antes de escuchar lo que había oído ya tantas veces–. Esta conversación no tiene fin.

Se tomó su tiempo cerrando los archivos y apagando el computador, no tenía ganas de salir de su oficina, era tarde y Amalia ya debía haberse ido, pero no quería pasar frente a su puerta. Su oficina era un santuario bajo control, fuera de él, todo podría salirse de las manos y no tenía la energía para enfrentarlo.

Les costó atravesar la ciudad, no prestó atención a la ruta, asumiendo que cenarían cerca de su apartamento porque pasaron mucho tiempo en el tráfico con la radio por compañía. En un principio la ignoró pero luego parecía ser lo único que podía cortar el silencio: todas las malditas canciones hablan de amor de una forma u otra: el amor feliz, el amor no correspondido, el desamor. Hundió con fuerza el botón de off y suspiró, dejando salir la rabia.

Carlos puso su mano suavemente sobre su pierna para transmitirle algo de calma. Había pasado el último mes tratando de convencer a Silvia de hablar con Amalia y decirle, por fin, lo que sentía; pero a dos semanas del matrimonio esa posibilidad se veía más lejos que nunca. Estaba genuinamente preocupado por Silvia, pues la quería como a una hermana, una hermana estúpida que llevaba años enamorada de su mejor amiga en silencio.

La llevó a comer en un restaurante indio que sabía que le gustaba, intentaba que se relajara y lo mejor que podía hacer para eso era discutir el siguiente proyecto que tenían entre manos, el lanzamiento de un nuevo modelo de automóvil deportivo de Hyindo, el gigante coreano. Planear el concepto del evento les llevó buena parte de la comida; el cambio de tema le hizo bien a Silvia, que por fin pudo dejar de pensar por un rato en el matrimonio de Amalia.

Relaciones públicasWhere stories live. Discover now