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HASTA QUE ME OLVIDE DE TI
Por Ami Mercury


II


 Era un olor desagradable. Como agrio, a podrido. Niels arrugó la nariz y apartó la cara creyendo que así se libraría de ese olor: no lo consiguió. De hecho, se intensificó y se mezcló con otros distintos. A café, a galletas, a gasolina, a papel de periódico... Si se concentraba, llegaba a captar incluso más pero eran matices, retazos. Y el puñetero olor a podrido los eclipsaba a todos.

—Vecino.

La voz le pareció irreal y lejana, como algo fruto del sueño del que no disfrutaba. De hecho, ni siquiera había soñado o, al menos, no lo recordaba. Pero ahora se daba cuenta de que esa misma voz llevaba un rato repitiendo lo mismo.

—¿Vecino?

¿Y qué clase de palabra era «vecino» para empezar el día? No podía ser más absurdo y esa era la prueba de que aún dormía. La intensidad de los olores sumada a un dolor general en aumento, por el momento, no le decía nada. Estaban ahí, en el fondo de su cerebro, pero él los ignoraba a pesar de que cada vez eran peores. Sobre todo el dolor.

—¡Vecino, despierte!

La luz mortecina de la mañana le quemó en las pupilas. Apenas fue capaz de mantener los ojos abiertos un segundo antes de volver a cerrarlos y eso bastó para distinguir una silueta junto a él.

Su cerebro embotado empezó a establecer conexiones. Ahora sí reconocía todo a su alrededor como real y sintió que más le valía volver a dormirse pero claro, ¿quién podría en semejantes condiciones? Por lo que pudo adivinar, se encontraba tirado en plena calle, apestaba a alcohol y el aliento le sabía a rayos. Recordaba la juerga de la noche anterior y supuso que el galopante dolor de cabeza se debía a ello, al igual que la sensibilidad extrema a la luz. Lo de las articulaciones era también lógico si tenía en cuenta que había pasado la noche a la intemperie, tirado de cualquier manera en un callejón. Pero el dolor de boca... Eso sí que no se lo explicaba. Era punzante e intenso y le subía desde delante hasta las sienes. Y a todo eso debía añadirle los estímulos externos, que cada vez llegaban con mayor intensidad.

A los olores se sumó el ruido. Provenía de todas partes, como si tuviera alrededor a toda una banda de música grotesca tocando solo para él. El sonido de los coches, de los pasos al andar, susurros de buena mañana, un niño que lloraba, una mujer que gritaba, los pitidos de un cajero automático al ser manipulado, monedas que caían al suelo con un molesto tintineo y el tipo acuclillado a su lado que no paraba de llamarle «vecino».

—¿Qué hora es?

—Las siete. ¿Puedes levantarte?

Las siete de la mañana. Hacía años que para Niels no existía esa hora: raro era el día que se levantaba antes de las diez. O las doce. Eso de no tener horarios le proporcionaba la libertad de irse a dormir cuando quisiera y levantarse también cuando se lo pidiera el cuerpo, no el despertador. Gruñó. No sabía bien si mandar a aquel tipo a freír espárragos por despertarle tan temprano o si agradecérselo por ayudarle a levantarse de allí y desplazarse a la comodidad de su cama. El sentido común le dictó que la segunda opción era la buena.

—Me duele todo.

—Cogiste una buena anoche, ¿eh? Vamos, te acompañaré a casa.

—Gracias pero vivo lejos, con que me pida un taxi... Anoche me robaron el móvil.

La risa que emitió el desconocido le interrumpió en el proceso que el recuerdo acababa de iniciar. El recuerdo de un ladrón de móviles, una persecución, el callejón vacío y los dientes clavados en su carne. El recuerdo de sus venas expulsando la sangre directamente a sus labios. Habría sucumbido al terror de no ser por esa risa.

Hasta que me olvide de ti (#LatinoAwards2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora