Amor y enfermedad

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Miguel y Hiro se habían pasado toda la semana mensajeándose, el segundo impulsado más que nada por el pequeño punzón de celos que sentía cada que recordaba a Miguel con la chica esa el 15 de septiembre. Por supuesto él nunca lo admitiría.

Ese día había sido muy... Lindo.

Le gustaba recordarlo.

Se habían quedado arriba abrazados sin decir nada, no lo necesitaban, Miguel le transmitía calma, tranquilidad y un sentimiento aparte que no alcanzaba a entender completamente, de manera que su cerebro lo traducía como cariño.

Así estuvieron durante una hora, viendo a la nada mientras pensaban en diferentes cosas cada uno, pero acompañándose mutuamente con el contacto físico que les servía como un ancla a la tierra.

Poco después volvieron a la habitación y ya que Leo se encontraba desaparecido Miguel encontró en Hiro una potencial pareja para bailar, solo durante un rato, hasta que a eso de la 1:00 am la gente comenzó a irse.

Está por demás decir que el mitad japonés fue el último en irse, incluso después de Kubo ya que por la pena de lo que había ocurrido en el sanitario, éste se fue luego de media hora de encontrarse atrapado con Leo en un silencio incómodo por el nerviosismo de ambos chicos.

El poblano había caído rendido del baile y las cervezas, sin notar que su chico y su rival se habían quedado solos.

Los dos chicos de diferentes nacionalidades habían platicado un buen rato, no paraban de reír, se sentían muy cómodos uno al lado del otro. Tanto fue así que Honey había optado por irse por su cuenta, cómplice de lo que sucedía entre sus amigos. Hiro ni se percató de aquello y sin que Miguel tuviera que repetírselo dos veces el extranjero se quedó esa noche.

El güerito no sabía aún si había sido por la euforia del momento o por el trago que le dio a la tecate de Miguel pero el mexicano lo había convencido de que durmieran en la misma cama. Siendo que solo existían dos habitaciones, la de Leo y la suya y ninguno de los dos quería que el otro durmiera en el sillón.

Entre la oscuridad de la habitación y la calma del hotel, contrastante con el ruido de la ciudad despierta afuera, Hiro sintió algo calido brotando en su pecho, completamente relacionado con la presencia del músico a lado suyo. Pero si Hiro sentía una llama en su corazón Miguel sentía el mismísimo infierno. Podía escuchar sus latidos y el dolor en las mejillas por una sonrisa que se rehusaba a desaparecer. 

Por un segundo se asustó, ¿Qué mierda, le estaba dando un paro?

Sabía la respuesta, era algo pero, pero le daba miedo, carajo que miedo se queda corto.

Sabía que el extranjero no quería nada con él y por ello decidió adjudicarle esos sentimientos al par de bebidas alcohólicas que había tomado, cayendo en los brazos de Morfeo con esa estúpida excusa sirviendo como una gota de agua tratando de apagar el sol.

Pero aún con eso, el músico no dejaba de suspirar, una y otra vez.

Las canciones de amor se habían vuelto más fáciles de interpretar.

Quería verlo, necesitaba verlo.

No le diría, por supuesto que no, pero quería pasar más tiempo con él, intentar las cosas de una manera más seria quizá.

El problema era que ahora que comenzaba a dudar de que lo que sentía por el Sanfransoqueño ya no entraba dentro de la definición de la palabra "gustar" entablar una plática comenzaba a volverse un poco más complicado.

Así que optó por algo más sencillo, un clásico escenario en el que dos personas estaban relativamente juntas pero no tendrían que hablar.

Ir al cine.

Sukoshi kurutta [ΩHiguelΩ/¤Kuban¤]Where stories live. Discover now