✣ Capítulo 2

60 5 3
                                    

Marcus:

Hacía bastante tiempo que no venía a un bar a beber y a bailar un poco, ni siquiera tenía tiempo para estas cosas. Ahora me pregunto qué era lo que me gustaba de estar aquí.

La música me aturde, suena demasiado fuerte, con sonidos irritantes. El olor a humo y alcohol, junto con hedores corporales que desprenden los cuerpos sudorosos de todas y cada una de las personas en el lugar no es, en absoluto, una buena combinación.

Bebo un sorbo de mi tercera cerveza en toda la noche y observo una vez más hacia las personas, en busca de Joseph. Debido a que yo lo traje con la excusa de que soy el conductor designado, dudo que pueda irme sin él. Conociéndolo, no me dejará olvidar jamás el hecho de que lo dejé en el bar sólo y a su propio juicio.

Suspiro, esto está volviéndose aburrido. Trato de recordar lo que hacía cuando estaba aquí en mis épocas de universitario rebelde. Ningún recuerdo es grato de recordar. Era un idiota. Danielle me señaló eso varias veces en el pasado e, indirectamente, me encuentro sonriendo al pensar en ello. Ella era tan detallista y hermosa en sus camisas y suéteres, con esos jeans que permitían lucir su trasero. A veces me pregunto por qué ella se volvió lo que es ahora. ¿Qué le pasó a la niña de dieciocho que decía ser virgen? Me pregunto si siquiera eso era verdad.

—¿Qué sucede? —la pregunta suena fuerte a través de la música y me giro para ver a una borracha versión de Joseph. Hacía años que no lo veía así.

—Eso debería preguntarlo yo —contesto—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué no estás bailando con esa chica extranjera con acento falso?

—Ella se fue —se encogió de hombros y la pregunta de si él la dejó bailando sola llega a mi mente.

—¿Demasiado inmadura?

—Ella tiene diecisiete, hermano —él suelta, frustrado—. No sé que demonios hace aquí. Es muy caliente, pero no aguanto sus idioteces de colegiala.

—Te entiendo —río.

—¿Has bailado, siquiera? —pregunta luego de un momento de silencio. Un silencio que sólo nosotros hicimos, porque la música y las risas o gritos que se reparten aquí jamás permitirían un minuto de silencio en este lugar.

—He bailado un poco —miento. Las dos horas que pasé aquí se basaron en destapar cervezas y vigilar a Joseph. Nada interesante.

Él pareció no escucharme o quizá sólo me ignoró. Se giró sobre su eje y encaró, con un tono brusco, al hombre detrás de la barra.

—Prepara algo con mucho alcohol. Algo rápido —dice. El hombre, que aparentemente es centroamericano, asiente con una sonrisa muy practicada de hago esto todos los días y procede a verter líquidos de diferentes colores dentro de un pequeño recipiente.

—¿No crees que has bebido suficiente?

—Oh, yo lo he hecho —dice—. Ahora es tu turno.

—Creí que era el conductor designado —le recuerdo.

—Lo eras —asiente—. Pero nos olvidaremos de esto, necesitas embriagarte, tener sexo y olvidarte de esa puta de dos caras a la que solías llamar novia.

—No necesito hacer nada de eso. Sólo quiero irme de aquí —mi tercera cerveza ahora está en el suelo.

—Hermano —él suspira—. Sabes que eres lo único que me queda y quiero verte bien —él frunce el ceño y, sólo porque estoy furioso, aguanto una carcajada—. Mierda eso sonó cursi. A la mierda, hay que beber. ¡Como en los viejos tiempos, eh! ¿Qué dices?

MÁSWhere stories live. Discover now