Pero de nuevo, en su cabeza, resonó aquella palabra: vida.

Ya de pie, le aplaudió apenas, rodando los ojos enseguida, fingiendo ser sarcástico, y siguió la marcha, esperando que ella lo siguiera. Y ella lo hizo, riéndose suavemente. Siempre riéndose.

***

—Es tú turno, Samux— Abi lo codeó suavemente. Sam levantó las cejas por un segundo. Era la primera persona luego de Chris en llamarlo así, pero no le incomodó. No lo suficiente para decirlo.

Fingió pensar un momento lo que se suponía que ella le tendría que revelar a continuación. Se le había ocurrido algo incluso antes de que empezara esa especie de juego, así que ya sabía lo que le diría.

—Algo ridículo sobre ti misma—

—Oh—arrugó la nariz— ¿tenemos suficiente tiempo? ¿Como mil años o algo así?—

Una sonrisa sutil apareció en las comisuras del muchacho.

—Trata de ser breve — dijo. Ella suspiró, tratando de ocultar su propia sonrisa.

—Acortar al máximo posible los nombres de las personas—respondió, Sam arqueó una ceja— Ya lo sé, es extraño. Empecé haciéndolo cuando era una niña y por alguna razón no puedo dejar de hacerlo. Quizás es patológico. En mi cabeza ya te había llamado Sam cuando nos conocimos, antes de que me lo sugirieras siquiera.

Entonces se rió.

—Recuerdo que todo iba bien, tenía nueve años, mi mejor amiga Melinda ahora era Mel, el perro del vecino, Firulais, sólo "Fir", y entonces llegó un niño nuevo a la escuela. Se llamaba Jay, él me lo puso realmente difícil—.

—Supongo que te rendiste—.

—¿Estás jugando? ¡Claro que no!—ante su expresión de incredulidad, ella se volvió a reír— Después de mucho meditarlo, fue rebautizado J.

—Pero sigue siendo igual de largo — repuso él.

—No cuando lo escribes— respondió, con una amplia sonrisa que fue correspondida por una ladeada de parte de Sam.

—¿Ya te dije que creo que estás loca?—

—Unas dos o tres veces, pero es válido—

Él se rió, inevitablemente, casi con resignación, mirando hacia el cielo parcialmente cubierto de nubes que ahora permanecían teñidas de tonos rosáceos, por el reflejo de los rayos del sol. El camino hasta el mirador se iba acortando cada vez más. Los suburbios pronto quedarían a sus espaldas, y tendrían que subir unas empinadas escaleras, para llegar a uno de los extremos de la autopista.

—¿Qué es lo que más te gustaba de ser niño? — inquirió Abi.

—La inocencia —

—Pensaba en algo como comer chocolate hasta hartarte o los cuentos antes de dormir, pero supongo que eso lo engloba todo —.

Sam sonrió levemente. Abi agregó: —"Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios." Sí, eso lo dice todo. La inocencia —.

***

La muchacha se agarró del alambrado, sus propios dedos se entrelazaron a través de los rombos. La ciudad brillaba abajo, a lo lejos, con aura alternativa.

Sam la miraba, allí trepada, con las mejillas encendidas, como una niña pequeña.

A veces, Abi era seria y reflexiva, como en esos minutos. Le parecía curioso que existieran, aunque era una realidad que sentía flotando en la superficie, aún cuando ella salía andando ligera, o se trepaba alto, riéndose de su propio equilibrio. Que hubiera algo más que la quatre position en el medio de una calle muerta, con el sol débil rozándole los pies.

Por ello la miró y lo sintió justo adentro, la amargura en la sangre, ese carecer de algo que ella tenía de sobra y que no era ni frívolo, ni falso, ni entrenado.

Las bailarinas son sofisticadas, parecen hechas de cristal. Abigail tenía razón, no se parecía cien por ciento a una, no todo el tiempo.

Abigail tenía facetas, matices, sensibilidad. Fe, vida, libertad.

Sam volteó la mirada de nuevo, hacia lo que permanecía abajo de aquel mirador situado en una montaña baja, a los puntos de colores que conformaban la metrópolis algo distante, ese horizonte de luces y nubes rosáceas. El smog que apenas se deja ver, el movimiento que nunca se detiene, y la apatía.

Una brisa helada, parecida a la que los envolvió durante la mañana, se presentó otra vez.

—A todos nos falta fortaleza a veces—aseguró ella de improviso, con una afirmación que fue como un estruendo en aquel silencio que se había formado entre ellos; con la punta de la nariz rozando el alambrado y sus pupilas reflejando lo que observaban.

Él la contempló otra vez, dándose cuenta de que quizás ella estuvo tratando de leerlo todo ese tiempo, de averiguar el porqué de su coraza, de su actitud seca.

—Sí—respondió—, hasta que duele y sangra—.

—Pero sirve, Sam, el sufrir. Nos recuerda que todavía podemos ser heridos porque nunca tenemos armaduras propias realmente buenas. Nos recuerda que somos humanos y necesitamos de algo más grande que nosotros al que aferrarnos.

Una risita irónica brotó de los labios del muchacho.

—Pero eso más grande no existe—replicó—No puedes aferrarte a algo que no existe.

—Sí que existe, pero no podrás verlo hasta que aprendas a usar la fe que te fue dada y que tienes en algún lugar. Hasta que aprendas a tener esperanza.

—¿Puedes probarme que existe?—

—¿Puedes probarme que no?—

—Podría— dijo. Esta vez, ella lo miró—.

—¿Y por qué aún no lo has hecho?—

Él hizo una mueca. Abi suspiró apenas.

—Mira esto, Sam, esta ciudad, esta masa de roca, a lo lejos el mar. Todo esto es sublime, demasiado hermoso, y aún así la gente no lo entiende, y permanece vacía. No ven propósito en sus propias vidas, ven la perfección de todo lo que fue creado, los sistemas, y aún así se lo atribuyen a una explosión atómica, como si fuera posible, como si la brillantez de todo esto, de la mente humana, procediera de una cadena evolutiva que todavía nadie pudo terminar probar. Y luego se lo preguntan, todavía se preguntan cuál es el camino y porqué están más muertos que vivos.

Él pensó en responderle, decirle al menos una de las millones de injusticias que se le venían a la mente, y que llevaba contando desde hacia muchos años, pero no lo hizo. No cuando lo último que ella dijo, aquella última oración lo dejó en pausa. Ella había dado en el blanco y lo sabía.

La muchacha habló de improviso, como era su costumbre, después de unos minutos eternos.

—Creo que ya sé de qué quiero escribir mi primera historia—.

—¿Sobre qué?—

—Sobre dos personas que quieren volver a sentirse vivas—.

"Todas las cosas por él fueron hechas, y sin Él, nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres." Juan 1:3-4

"Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por Él fue hecho; pero el mundo no le conoció." Juan 1:9-10

"Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno." Romanos 12:3

AnástasisWhere stories live. Discover now