— ¿Entonces cómo pretendes conocerme? — inquirió él.

— Sólo con tiempo — respondió, con esa calma con la cual pudo verla renacer después de su tormento de la noche anterior, y que ahora era más potente que al principio. Una expresión incrédula se adueñó de su rostro, y ella se rió al notarla de inmediato —. Sam, no quiero que me digas nada que no quieras, ni presionarte para nada que te incomode. En realidad, sólo te invito a pasar un tiempo en este lugar. Quizás podamos ser amigos, o al menos conocidos que se estiman aunque sea un poco.

De nuevo, la miró, profundamente, como si de esa manera pudiera entender lo que tenía en la cabeza, en su aura, o donde fuera. Suspiró, como rendido, al cabo de un segundo.

—¿Por qué quieres hacer esto? — le preguntó. Ella le regaló otra de aquellas sonrisas, pero que se le antojó diferente, de alguna manera.

—Porque me agradas, Sam. Creo que eres una buena persona. Creo que hay más luz en ti de la que tú mismo puedes ver.

—No es así —replicó, Abi se encogió de hombros.

—De acuerdo, entonces no tienes nada qué perder — a continuación, extendió la mano hacia él por encima de la mesa. Sam observó el gesto frunciendo el entrecejo—. Vamos, esta ciudad es tú hogar, la conoces de maravilla, y me gustaría verla un poco antes de irme, ¿me ayudarías con eso?

Él le estrechó la mano, inesperadamente, porque era cierto, no tenía nada qué perder. Porque quizás eso lo llevaría a ser menos insufrible. Se conformaba con tener algo qué hacer en su tiempo libre en lugar de sólo pensar. Abi ensanchó su sonrisa.

Quizás luego se arrepentiría.

El centro estaba abarrotado. La gente se movía por las calles y aceras a raudales. Habían cortado algunas arterias principales para darle espacio al desfile que se llevaría a cabo. Él aún no sabía el motivo.

Abi se detenía por un par de segundos en algunas tiendas, para contemplar fugazmente los escaparates. Había dejado de llover hacia apenas media hora, casi en el momento en el que terminaron de desayunar y Sam de mentalizarse que realmente pasaría todo el día con ella.

Intentó planificar algo en su cabeza, una serie de lugares interesantes que ver.

Si no la habían suspendido por mal tiempo, habría una feria que se organizaba en una callejuela todos los sábados por la mañana. Una suerte de mercadillo donde se vendían cosas de segunda mano y baratijas, pero que Abi encontraría interesante.

En realidad, podría llevarla literalmente a un depósito y seguiría con la misma cuota de entusiasmo.

La miró de reojo.

—Hay... —comenzó, dudando, recordándose que había prometido que lo intentaría, y queriendo suspirar— hay una feria por aquí cerca. Seguro que te gustará.

—¿Ah, sí? ¿Feria de qué?

—Segunda mano. Cosas así. Está bien—.

—Hace mucho que no voy a una —comentó. Tenía la vista en los rascacielos, de nuevo caminando cada varios pasos con media punta de sus pies —. Las hacían seguido donde vivía.

—¿Dónde vivías? —

—A cinco horas de aquí. Es un pueblo pequeño, con mucho campo —.

—Ah —

Llevó la vista hacia arriba. Las nubes grises como partiéndose en el cielo. Se imaginó un pueblo, el aire puro, la calma excesiva.

Abi lo miró de nuevo.

—Sam, ¿siempre viviste aquí? —Él bajó la vista, y la enfocó en su rostro.

—No —respondió. Tuvo el impulso de un suspiro, pero no dejó que fuera. Llevó las manos a los bolsillos de la chaqueta, con los ojos ahora clavados en la masa de personas a unos metros —. Pero hace mucho que estoy aquí.

—Es una ciudad muy linda, seguro que no te arrepientes de haber venido —. Abi le sonrió amablemente. Sam dejó pasar por alto la respuesta.

Cuando giraron en la siguiente calle, comenzaron a encontrarse con pequeños puestos uno junto a otro desde el mismo principio del estrecho pasaje.

Olor a humedad mezclado con el de verduras orgánicas, objetos de segunda mano, y juguetes de madera. En el primero se exhibían libros de hojas amarillentas, tapas blandas, y un cartel sugerente de dos por uno.

Abi tocó el brazo de Samuel en cuanto lo vio, y lo señaló casi eufórica, como si fuera a arrastrarlo hasta allí en cualquier instante. Y realmente estuvo apunto, hasta que un hombre de edad avanzada los interceptó casi de frente.

Por acto reflejo, el muchacho retrocedió, llevando a Abigail hacia atrás con él.

El anciano llevaba ropa rotosa, en sus manos pequeñas tarjetas para vender. Tenía un letrero colgado al cuello, que decía que no tenía nada, familia ni donde vivir, y con lo que vendía o le donaban, comía.

Sin dejar siquiera que dijera algo, Sam enterró la mano en el bolsillo de la chaqueta. Abi posó una mano sobre su antebrazo, otra vez.

— Tranquilo, yo lo hago —.

Le tendió un billete al anciano; luego, sacó una hoja de color doblada del bolsillo de su chaqueta, y se lo dio también.

—¿Sabe leer? — le preguntó. El hombre asintió con la cabeza lentamente. Abi se volvió hacia Sam— Si quieres puedes esperarme en algún puesto. No me llevará mucho tiempo —.

No sabía a qué se refería, pero le hizo caso. Caminó entre los puestos, pero permaneció en uno cercano a ella, apoyado en uno de los laterales, y observando lo que hacía. Por si aquel intentaba algo que no debía.

Ella había desdoblado el papel colorido y rectangular, y se había acercado un tanto al hombre, invitándolo a que lo leyeran juntos.

Apenas podía escuchar desde donde estaba por el bullicio de gente, pero percibió algo que había escuchado alguna vez.

« Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en él crea, no se pierda, mas tenga vida eterna.» *

El hombre estaba siendo receptivo. El hombre pareció querer llorar al cabo de unos minutos.

Abi puso una mano en su hombro. Él cerró los ojos, ella también. Ella comenzó como a hablar.

No podía escucharla. Adivinó de qué se trataba.

El hombre no contuvo las lágrimas.

Abi le indicó algo que estaba apuntado, señalándole hacia el sur, como indicándole la dirección de un lugar. El hombre asintió varias veces. Apretó su brazo con un gracias, aunque siempre manteniendo entre ellos una prudente distancia, antes de que se alejara.

Sam miró hacia otro lado antes de que hicieran contacto visual, cuando ella comenzó a acercarse hacia donde estaba. Tomó una figura de madera, sin mirarla realmente. Abi sonrió en cuanto llegó a su lado.

—¿Ya? —inquirió, tras un carraspeo. Ella asintió.

—Ya—.

"Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos."**

*Juan 3:16 —Fragmento bíblico

**Mateo 5:16— Fragmento bíblico

AnástasisWhere stories live. Discover now