Un extraño llamado Sam

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"Es Halloween, todos merecemos un buen susto".

Halloween, John Carpenter

No había nada aterrador en ella, había comentado su madre desde que la adquirió, pero para Dany las palabras eran algo vacío y sin valor, esa muñeca era el diablo en persona. Este pensamiento no era porque su aspecto fuera aterrador o siniestro, él pensaba que era precisamente por todo lo contrario. La muñeca tenía un largo vestido color rojo, la tez de su piel, impresa por un artista hábil, era de un color chocolate. Sus labios eran gruesos y rosas. Sus ojos grandes y castaños con unas pupilas que volteaban hacían la derecha y, fijas, de ahí nunca se movían. En sus pies, bellamente tallados, había sandalias de palma. El cabello que adornaba su cabeza y que parecía tan real, era color negro azabache, rizado.

La muñeca se parecía mucho a su madre. Ella le tenía mucho amor, ya que era un regalo que su padre le había dado en una de las pocas buenas visitas. La última vez que se vieron, un par de años atrás, según había observado Dany, hubo una gran discusión. Su madre lloraba, a él no le gustaba verla llorar, odió a su abuelo en ese momento, pero poco después el sentimiento dio paso al olvido, ya no pensaba en él. Hasta ese día, claro, que su recuerdo se asoció a la cosa que estaba sentada junto a él.

Estaba observando los dibujos animados, tal como lo había hecho siempre y siempre lo haría (al menos esa era su idea). Afuera corría un aire otoñal, escuchaba como las hojas secas golpeaban furiosas contra la ventana acarreadas por el viento, como insectos estrellándose en un parabrisas. Faltaban un día para que saliera a pedir dulces con todos los niños de la cuadra, ese día iría vestido de Gru, el protagonista de esa conocida película infantil. Recordaba con cierta amargura y enojo que cuando le habían preguntado en la escuela sobre cuál sería su disfraz, todos estallaron en carcajadas al escuchar la respuesta. Incluso su maestra, quien siempre había sido bondadosa con él, comenzó a reír por lo bajo. Comprendió que todo se debía a su color. Gru era un hombre blanco calvo, algo gordo y narizón. Dany era un niño flaco y negro, aunque calvo sí, eso era insuficiente para poder obtener un disfraz verosímil. Su madre le había dicho que no importaba, que él podría disfrazarse de blanco por una noche, si lo quería, pero que tampoco se lo creyera mucho o terminaría igual de muerto que Michael Jackson. Eso le hizo reír, pero hubo algo en la expresión de su madre que le dio escalofríos. Aun así, no iba a dejarse intimidar, se vestiría de Gru y la decisión estaba tomada.

Sorbió de su leche con chocolate. Dio un mordisco a su pan con mermelada y algunas migas cayeron sobre su pecho. Después lo limpiaría. Ahorita estaba en break. Eso era lo que decía su madre cuando se encerraba en su habitación y no quería que la molestaran, algo bastante común últimamente.

—Dany, ve a jugar con algunos niños, no me molestes, tomaré un break.

Ya había terminado sus labores, limpiado su cuarto y lavado unos cuantos trastes, merecía estar tomando su propio break. ¡Sí señor! Ya después limpiaría las migas que estaba tirando... después.

Lanzó una carcajada cuando Bugs engañó a Porky y este comió un sándwich súper picante. Lagrimeó un poco y entonces la vio. Había logrado pasar el día hasta que llegó la tarde sin reparar en su presencia, así era mejor, una vez le hacía caso, se sentía observado. Sin embargo, no podía ignorarla por siempre... menos si ella estaba también sentada en la sala. La muñeca estaba en el otro extremo del sofá, este tenía cupo para cinco personas de peso normal, pero para Dany, esa distancia era muy poca. Era bastante grande, pensó, casi de su estatura, apenas un palmo menor. Su madre la acomodó ahí porque le gustaba presumirla con sus visitas, aunque en el fondo, Dany pensaba que la acomodaba en el sillón de la sala porque a la muñeca también le gustaba ver la televisión... Eso era algo estúpido, las muñecas no pueden ver, pero ella veía... sí, ella lo hacía, y lo veía a él. Sus ojos lo observaban de reojo y Dany sintió como toda su piel se erizaba. Tenía que hacer algo, aunque no sabía que. Odiaba la mirada sonriente de su némesis, pero tampoco podría moverla o su mamá se molestaría mucho. Optó por una decisión más simple. Fue corriendo a su cuarto, sacó una sábana y la tendió sobre ella. El miedo no cedió, pero ahora podía ver la televisión sin sentirse observado. Lo tomó como una victoria.

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⏰ Last updated: Sep 18, 2018 ⏰

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La MuñecaWhere stories live. Discover now