—Suponía que estaba claro —.

—Entonces, — prosiguió, con esa impasibilidad que parecía no abandonarlo nunca— ¿lo tomas o lo dejas?—

***

Una escalera empinada de peldaños angostos los llevaba al ático de dos habitaciones que, en algún tiempo, también estuvo disponible para alquiler, cuando los antiguos dueños lo hacían funcionar como un hotel de categoría inferior.

El espacio era amplio, dividido al medio por dos paredes y una cortina de cuentas estilo caribeño en lugar de una puerta, como si fueran dos espacios diferentes pero conectados, con aire medio hippie o medio indie gastado, de pintura celeste grisáceo viejo y manchado en las paredes. En la primera habitación había algunas sillas, una mesa de café y una cama tamaño king. Cuando Samuel le indicó que fuera a la segunda, Abi pudo notar un sillón verde descolorido de gamuza bajo una ventana larga que daba a la calle y un par de sillas más.

Además de eso, todo el espacio en general no contenía nada personal. Ni un mísero objeto además de la ropa que estaba amontada sobre una de las sillas.

— Es amplio— comentó ella.

— Está bien— replicó él, restándole toda importancia. Abi se acercó a la ventana, aún con el bolso aferrado al hombro.

— La vista es increíble —

Lo era. Daba al centro mismo, con la ventaja de estar en el último piso, donde todo era luces hacia abajo y bosquejos de rascacielos a lo lejos.

Un mensaje vibró en el teléfono de Samuel. Lo sacó de su bolsillo y le dio una ojeada rápida. Era Denia, avisándole que Christian había llegado por la recepción.

Levantó la vista hacia Abi.

— Escucha, iré a hablar con alguien. Acomódate como quieras —

Bajó las cuatro plantas a paso ligero, las escaleras estaban desiertas, en absoluto fuera de pronóstico considerando lo a tope que supuestamente estaba el hostal, hasta encontrarse cara a cara con Christian, recargado en uno de los lados del mostrador cromado del lobby, cruzando los brazos y esperándolo con una sonrisa astuta.

—Me dijo Denia que tienes una amiga allá arriba— dijo con tono cantarín. Sam torció la boca.

— Es una chica que conocí en una cafetería, no consiguió el boleto que necesitaba para volver a su casa. Alguna mierda pasó con los trenes—.

Christian levantó una ceja y lo miró divertido.

— Me sorprendes, Sam, ¿ahora eres humanitario? —

— ¿Puede quedarse o no? —

El dueño del hostal comenzó a reírse. Sam lo miró molesto, como si estuviera a punto de desencajarle la mandíbula de un puñetazo.

— Tranquilo, hermano, sólo bromeaba. ¿Será por mucho? —

— Un par de días—.

— Por mí está bien—.

— Bien— Sam se giró, a punto de empezar a subir las escaleras.

— Pero Sam... —

La voz casi jocosa de Christian hizo que se detuviera, se volteara otra vez, y lo mirara inquisitivo.

—No vaya ser que tú también tomes ese tren. Necesito a alguien en mantenimiento que sepa lo que hace—dijo. Sam lanzó un resoplido sarcástico.

—Créeme, eso no va a pasar—.

Cuando regresó, con un humor que rozaba la histeria, se la encontró de espaldas, en el primer ambiente, y recogiéndose el pelo en lo alto. Se giró hacia él en cuanto escuchó la puerta cerrarse tras su espalda.

AnástasisWhere stories live. Discover now