Capitulo 4- Un tango en la arena.

2 1 0
                                    


Todo se ha quedado en calma. Un gélido soplo desfila por la pequeña bahía.
La arena forma un montículo en medio de la escena, de donde sobresale una
roca descomunal.

El peinado de mi compañera ha vuelto a desbaratarse y su mano permanece
fielmente entrelazada con la mía, pudiendo notar un sudor entre nuestros
dedos.

A pocos metros, se ve la orilla donde rompen las olas del mar; creando
burbujas de espuma.

Es un lugar solitario, está mucho más desamparado que donde me senté a
comer con Juan, allí, no se oye ni un alma, ni un solo pájaro, ni siquiera los gritos de la gente. Nada. Debe estar muy alejado de la multitud o camuflado en
otro de mis sueños, pues, tampoco nos alejamos demasiado.

Pasaba desapercibido algo tan bello en una ciudad en la que todo lo
magnánimo se conoce.

La noción del tiempo parece haber desaparecido también... Sólo se escucha el oleaje, las ramas de un árbol muerto que silban mientras se retuercen, nuestras
respiraciones y las hojas; las cuáles nos deleitan con una bonita danza.

Tengo tantas preguntas que ansío resolver, pero no quiero romper el silencio
que nos arropa en esta enternecedora atmósfera.

No hemos cruzado una sola palabra desde aquel último beso; donde, acogidos
por las paredes de la ciudad, nos hicimos uno.
La chiquilla suelta mi mano repentinamente, remanga los extremos de su pantalón, y me conduce al centro del lugar.

Sin dejar de mirar intensamente mis ojos, saca con cuidado sus botas negras.
Sus pies desnudos se esconden en la arena, apreciando, como disminuye su
estatura.

-Hazlo tú también.

Hago caso sin rechistar, para poder mantener ese momento en mi memoria
una y otra vez.

Sus pasos retroceden, van a un lado y regresan al mismo punto
sucesivamente. Apoya su mano en mi omóplato mientras me hace un gesto
con la mirada para indicarme que apoye la mía en su cintura. Suavemente,
deslizo cada uno de mis dedos por su costado. Continúa moviéndose. Esta vez
alzando levemente los brazos y aumentando la velocidad de sus piernas.
Tornamos alrededor del grisáceo pedrusco en muchas ocasiones.

Baila, baila con agilidad. Me guía a la vez que yo la guío a ella, bailar sin
mediar palabra es lo que le da vida a ese lugar, es un perfecto escenario. Las
fatigas suben, los sudores bajan, su sonrisa se eleva cada vez más y parece
querer llegar al estasis del baile ya mismo. Los movimientos sienten, las
palabras sobran, es un tango con tal improvisación, que si a todos los
bailarines les guiara el corazón, serían los mejores del mundo.

Baila, sigue bailando y no te detengas, no hagas nada más. Muéveme de
nuevo a la orilla del mar para que pueda notar el frescor de las aguas, y yo te
llevaré a ese pequeño haz de luz que tanto te hace sentir...

Pero baila, y no dejes de mirarme.
Es como revivir todos aquellos recuerdos de la niñez en un solo instante, como
notar vibrar el invierno porteño de Piazzola en mi ser, es como soñar despierto, como estar conectados por un hilo invisible que creemos tocar pero nunca
llegamos a alcanzar...

Mentes conectadas, cuyo emisario son los ojos, los labios o el corazón.

Hace tiempo que volvió a caer tu pelo, esta vez sin darte cuenta.
No puedo controlar mis movimientos, solo quiero mirarte y que me mires.
Tus rizos se unen a la danza, a nuestra danza, las hojas lo empezaron, pero
esta vez todo parece moverse, hasta el pedrusco. Siento... Que las dudas no
tienen importancia, que la vida no pasa tan aciaga si tú estás a mi lado, que tus
ojos son los únicos que quiero ver el resto de mis días, la única llave a la
felicidad.

Te hago girar, con un ágil pero suave movimiento de muñeca e interrumpo tus
planes de continuar. Cojo tu cintura, elevo tu cuerpo al viento y volvemos a
recomenzar. Haces un gesto con los brazos, intentando tocar los difuminados
nubarrones, testigos del tango. Queriendo volar bajas a tierra firme, para
continuar inundándome con tu heterogénea poesía.

Acerco tu pecho al mío rápidamente y veo tu cara tan de cerca, que soy capaz
de contar todos y cada uno de tus lunares. Nueve. El calor de nuestros
agotados cuerpos se comprime; y acerco mis labios a tu boca para poder sentir
tu aliento sin llegarte a besar, solo rozando la punta de las comisuras...

Entonces doy una vuelta completa a tu cuerpo mientras una de tus piernas se
eleva y consigo cogerla al instante en el que te desplomas en caída libre hacia
atrás, confiando en mí y dejando que sostenga tu espalda fuertemente, apenas
notando el peso de tu cuerpo, agarrándote con firmeza como si estuvieras
profundamente dormida.

Mirarte me recuerda a la música de Mozart, al olor que tienen los días de lluvia,
al aroma que tiene el café recién hecho...

Tus párpados han caído y el mar humedece todos tus rizos que penden de tu
cabeza y de nuestros fundidos cuerpos.

...Me recuerda ese poemario que una vez redacté para ti...

Siento. Siento.

Sí, ¿Qué siento?

Vous avez atteint le dernier des chapitres publiés.

⏰ Dernière mise à jour : Sep 08, 2018 ⏰

Ajoutez cette histoire à votre Bibliothèque pour être informé des nouveaux chapitres !

Un sentimiento Veneciano (en proceso)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant