capítulo 2- El amor de estar enamorado

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El transcurso de la visita guiada es un vaivén de miradas y cuchicheos. No puedo parar de fijarme en Juan, que observa atolondrado toda clase de insecto que se posa en su nariz. Los pensamientos sobre lo ocurrido minutos antes no cesan en mi mente, haciéndome sentir el recuerdo de aquella muchacha tan jovial que ilustra mi corazón.

Con el rabillo del ojo puedo darme cuenta de que se encuentra a escasos metros de mí, escuchando atenta todas las palabras del ilustre guía.

Por mi parte, lo único que deseo es salir de allí; escapar de alguna u otra forma de todos aquellos sentimientos que me acaparan en la que puede ser la hora más duradera de mi existencia.

Y ojalá hubiese estado en otro de mis buenos momentos, así habría escuchado con detenimiento lo que relataba el intérprete.

-¡Hey chaval!, ¿Otra vez en las nubes?, me señala Juan.

-Ojalá pudiese estarlo…, expreso intentando generar sarcasmo, a lo que este hace caso omiso.

-Pronto lo estarás amiguito, porque… ¡Es la hora de comer! Nos lo merecemos después de esta extensa charla.

Con sonrisa burlona y facciones resaltadas, comienza a marchar hacia la plazoleta en la que comenzó nuestra tertulia. Rápido como una flecha, agarro su brazo de la manera más agresiva posible.

-¿Pero es que no has visto lo que acaba de ocurrir hace un momento?, digo ofuscado.

-¿Antes de la visita guiada?

-Sí.

-Pero si sabes que nunca arrojaría la pluma, además, la he comprado yo, bromea.

-No Juan eso no, lo otro.

Hace una mueca expresiva, intentando aparentar que recapacita.

-Esto es serio, afirmo al fin.

-Lo sé pero no lo recuerdo, y sabes de sobra que no puedo pensar con el estómago vacío.

-Pero si bromear.

-Eso siempre, ¡Un momento!, no será cuando…

-Espero que ahora estés en lo cierto.

-Ya me acuerdo, te has topado con M…

-¡Pero no hables tan alto!, lo detengo mientras poso mi mano en sus labios para evitar que diga su nombre. Acto seguido, este me pincha con los aparatos que adornan sus dientes.

-Si está lejísimos, no se iba a enterar.

-Lo tuyo no son las distancias, se encuentra tan solo a diez metros y tu voz se escucha más de lo que crees, ésta vez soy yo el que bromea.

-Está bien, oye deberíamos ponerla un mote para evitar estos accidentes.

-¿Un mote?, pregunto indeciso.

-Sí, es fácil. Por ejemplo una palabra que no tenganada que ver con ella.

-¿Cómo por ejemplo?

-Pues tortilla o lechuga estaría bien, nadie sospecharía jamás.

-Estás desvariando, anda vamos a comer.

-¡Bieeeeeeen!, su sonrisa asciende eminentemente.

Nos alejamos del casco antiguo hasta alcanzar el más remoto  de  los  silencios.

Allí, lo único que se escucha es el canto de alondras complementado con las olas del reluciente mar rompiendo en el granito que soporta la ciudad.

Un sentimiento Veneciano (en proceso)Where stories live. Discover now