Heimdall

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No estaba cansado, tampoco aburrido, es solo que a veces la eterna vigilia lo ponía un poco nervioso. Era consciente de que cada día que pasaba era uno menos para que terminara su guardia, más no podía distraerse con esos pensamientos, aún no era el momento, después ya tendría todo el tiempo del mundo para descansar, para reflexionar y pensar en todo lo que había visto durante su vigilancia.

Vigrid, el campo de batalla, se veía tan tranquilo como siempre, era curioso pensar que ese sería el lugar donde acabaría todo, donde todo lo que conocía quedaría reducido a cenizas. Era ahí donde vería perecer a todos aquellos a los que amaba, antes de que su propia vida fuera tomada también por el implacable destino que la anciana hacia tanto tiempo había predicho.

En un principio también estuvo asustado, como cualquiera cuando le dicen cómo y donde va a morir, nunca pensó en escapar, en esconderse, no tenía sentido. Con el tiempo fue perdiendo el temor, ya se había hecho a la idea de que la muerte gloriosa que le esperaba era mejor que vivir oculto y con miedo por el futuro, futuro que él sabía, se encontraba cada vez más cercano.

Cerró los ojos, no tenía sentido preocuparse por eso ahora, la hora llegaría y cuando fuera necesario lucharía con todas sus fuerzas, como su destino y su sentido del deber lo llevarían a hacerlo. Cuando cerraba los ojos sentía como su oído se agudizaba, el padre de todo hacía tiempo ya que le había concedido unos sentidos sin igual, los mortales solían decir que su mirada no tenía igual, que veía cada rincón del mundo, que podía escuchar la hierba crecer, ojalá no fuera cierto, al menos no todo el tiempo.

Siempre que se sentía solo miraba hacía Midgard, lo divertía ver como los hombres, sus hombres, vivían sus cortas vidas, llenas de pequeños problemas, discutiendo entre ellos como si de verdad valiera la pena discutir por algo. Por lo menos su historia no estaba escrita, o por lo menos no que ellos supieran, no podía hacer otra cosa que admirarlos al verlos dar la vida por sus creencias, por sus familias. Suspiró, cuando vives una eternidad nada dura demasiado, faltaba menos.

Desde donde vigilaba, de pie, a la sombra del gran árbol, podía ver extenderse la realidad ante si, mundos completos llenos tanto de vida como peligro, seguramente más emocionantes que su constante guardia. Tenía su vista fija en el gran puente, ardiente con los colores del arcoíris reflejándose en su armadura, pulida y lista para enfrentarse a los embates del enemigo, más sus pensamientos vagaban por los reinos, sin un rumbo fijo, pero sin olvidar nunca la tarea que le había sido asignada.

De tanto en tanto se llevaba la mano a la cintura, colgado a su costado, Gjallarhorn, el cuerno que resonaría en cada esquina de los nueve mundos cuando llegara el momento, el llamado a la batalla más sangrienta de la historia, le gustaba contemplarlo, sostenerlo en sus manos preguntándose qué se sentiría soplar a través de él, dar inicio al fin.

Pensaba en su adversario, aquel enemigo con el cual tantas veces había compartido el hidromiel, casi llegaba a sentir compasión por él, tanto sufrimiento, tanto odio y rencor no se comparaban a nadie que el mundo hubiera visto antes. Solo él sería capaz de traer al mayor ejercito enemigo que jamás se hubiera visto en la tierra de los dioses, y desencadenar la destrucción de todo lo conocido.

Ahí estaba, parado frente a él, su rostro desfigurado por la tortura estaba casi irreconocible, más sus ojos brillaban con el fulgor de siempre, el fuego y la muerte habían llegado a las puertas de Asgard, sonrió, sus dientes brillaron como el oro en el ocaso de aquel último día, antes de poner el cuerno sobre sus labios y soplar, aliviado, su guardia había terminado.

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⏰ Last updated: Sep 06, 2018 ⏰

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