Esta vez, en vez de bajarla, tiro de ella hasta levantarla con tan mala suerte de que me quedo atascada por culpa de la coleta sin poder moverme. Resoplo avergonzada y escucho cómo se levanta y camina hacia mí. Le veo los pies por un hueco.

—Deja que te ayude.

Me sacudo para que no se acerque y le escucho reír. En vez de bajarla, tira de la tela hasta sacar la camiseta. Suspiro aliviada y en ese momento me doy cuenta de que me he quedado en sujetador. ¿En qué momento se me ha ocurrido esta brillante idea? Wade tira la camiseta al sofá y, en vez de apartarse, se acerca un poco más a mí. Trago saliva y le miro confusa. Entonces recuerdo lo idiota que es y el enfado regresa. Le doy un empujón, pero no se mueve.

—No hace falta que lleve nada bonito para ser bonita.

Se le escapa una sonrisa socarrona.

—No hagas eso.

—Lo que lleve puesto o cómo lo lleve es lo de menos —le intento hacer entender, dándole pequeños toques con el dedo índice—. Si buscas impresionar a una persona debería ser por tu personalidad no por la ropa o el peinado; y menos por el maquillaje.

—Eso ya no existe, Marnie. No existe el romanticismo y el tener detalles. Ni siquiera el amor verdadero que sacan en las películas, al final todo se acaba.

Da media vuelta y siento como todo en él cambia, parece más frío.

—No estoy de acuerdo y te lo demostraré —digo finalmente.

Puede que me esté metiendo en un lío gigante, pero confío mucho en mis palabras. Le voy a callar la boca.

—Y yo veré cómo fracasas —responde cansancio, coge mi camiseta y me la tira—. Póntela.

Me la pongo a regañadientes y él me observa, sentado en el reposabrazos. Su mirada parece triste, pero prefiero no saber por qué. De repente, se empieza a escuchar el llanto de un bebé. Sin decir nada, corro hacia las escaleras y mientras las subo me voy poniendo la camiseta. Cuando entro a la habitación de Dani, veo que está sentada agarrando uno de los barrotes de la cuna con la intención de levantarse. Menos mal que todavía no puede caminar.

—¿Hora de cenar? —la pregunto. Ella me mira, hace un puchero y vuelve a llorar.

La cojo en brazos y me la llevo a la cocina para prepararla el biberón. Al menos ya no llora.

—¿Te ayudo?

—No, puedo yo sola.

Dani vuelve a echar a llorar cuando dejo de mecerla y siento mi tímpano a punto de estallar.

—Son los dientes —comenta Wade centrándose en mi hermana. Ni siquiera le miro. Cuanto antes esté el biberón, antes dejará de llorar.

—Será mejor que te marches.

Cojo el recipiente y lo lleno de agua.

—La están creciendo los dientes, por eso está así.

—¿De qué hablas?

Me giro, pero él ya está de nuevo en el salón. Me quedo mirándole y Dani también lo hace, curiosa. Vemos como alarga el brazo cuando llega a su cuna de juguetes y coge uno. Cuando regresa, mi hermana estira los brazos para alcanzarlo. En cuanto lo tiene entre sus pequeñas manitas se lo mete en la boca y lo muerde.

—A mi hermana le encantaba hacer eso —contesta sonriendo al ver que Dani le ha hecho caso—. Deja que lo muerda un rato.

Sin decir nada, todavía perpleja, camino para dejar a mi hermana en la cuna. Observo, con los brazos cruzados, cómo aprieta ese donut de plástico tan esponjoso. Es increíble. Prefiero no decirle nada, aunque en el fondo se lo agradezco. Regreso a la cocina y cojo la leche para el biberón.

Conquistando al chico de mis sueños © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora