—Al menos dime dónde está tu casa —le vuelvo a decir en un tono agudo. No me atrevo a destaparme la nariz así que bajo las ventanillas para que el olor no se haga más fuerte.

Tras el vómito parece que se ha despejado un poco más.

—La esquina de Brentwood, cerca de la iglesia —responde en un quejido.

—Genial, gracias —contesto con sarcasmo y vuelvo a arrancar el coche.

Aparte de las clases normales, George me ha enseñado también. Dice que siempre tengo que ir con la vista al frente, pase lo que pase, sin perder de vista los retrovisores, pues puede aparecer alguien por cualquier lado. Sin embargo, cuando llevas en la parte de atrás a una persona medio muerta junto al contenido de sus tripas, la concentración falla mucho. Así que hago lo que puedo.

Su casa es como todas las de este barrio: marrón. Es un poco más grande que la mía y tiene jardín. Hay un columpio también, imagino que de su hermana. Salgo y abro la puerta de atrás.

—Vamos, sal del coche.

Le cojo del brazo y tiro de él, pero no se mueve. Le golpeo unas cuantas veces en la espalda y, en un ataque de bondad por su parte, me ayuda a sacarle. Está peor de lo que pensaba y se ha manchado un poco con el vómito. Como si fuese un zombie, llegamos a la puerta de su casa.

—Las llaves, Wade —insisto, extendiendo el brazo. He metido la mano una vez en su bolsillo, no pienso hacerlo dos veces.

Las saca mientras se queja y se apoya en el marco de la puerta. Abro procurando no hacer mucho ruido y entramos en la oscuridad. No se ve absolutamente nada. Saco mi teléfono y enciendo la linterna. La entrada da directamente al salón. Wade empieza a caminar y yo le sigo. No quiero que sus padres le pillen, ¿y si se mete en un lío? Se lo merecería, es cierto, pero en el fondo siento lástima. Si estuviese en su lugar querría que me ayudaran.

Llega hasta una puerta y se detiene frente a ella.

—Abajo —murmura echándose hacia atrás.

Le miro contrariada, pensando que se ha confundido de lugar, por lo que tiro de él hasta las escaleras que suben al piso de arriba.

—Abajo —insiste señalando la puerta de antes.

Me dejo guiar y, cuando la abro, descubro que son las escaleras que dan al sótano. Wade enciende la luz y pone un pie en el primer escalón, pero se tambalea y le tengo que agarrar con toda la fuerza que puedo. Hago que se apoye en mí y bajamos despacio. Un movimiento brusco y nos caemos los dos.

Al llegar abajo me doy cuenta de que no es un sótano cualquiera, sino una habitación completamente amueblada. Su habitación.

—Increíble —digo una vez logro dejarle en la cama—. Pocos pueden estar orgullosos de dormir en un sótano.

—Solo un asesino en serie —bromea y se empieza a reír con los ojos cerrados.

Mientras él balbucea cosas que no entiendo, aprovecho para cotillear. A pesar de que no es muy grande, tiene un montón de cosas. Una estantería con libros y trofeos. Otra con discos y películas. Estoy leyendo los títulos cuando escucho un ruido recientemente familiar. Sin embargo, esta vez parece que se está ahogando. Corro a ver qué le pasa y me doy cuenta de que no puede vomitar. Asustada, le zarandeo unas cuantas veces y le coloco boca abajo. Del golpe al caer contra la cama, todo el líquido cae al suelo.

—Joder, Wade —añado con el corazón a mil por hora. Me llevo las manos a la cara para tranquilizarme y vuelve para ver cómo está.

Ha estado a punto de ahogarse de verdad e incluso tiene la piel un poco pálida. Me levanto mi miro a mi alrededor en busca de algo que pueda servir. Me fijo en que en su mesilla tiene un vaso, pero está vacío. Camino y, tras una puerta, veo que hay un baño. Lleno el vaso y regreso rápidamente a la cama. Le tiemblan las manos de lo débil que está. Menuda mierda.

Regreso al baño y cojo una toalla, la mojo y salgo para limpiarle.

—Vete a tu casa —dice cuando le toco con la toalla, parece que se ha recuperado un poco.

—No pienso dejar que te ahogues —contesto con concentración. Él cierra los ojos y se rinde ante mis intentos de ayudarle, resoplando.

No sé en qué momento he decidido que me voy a quedar, pero ¿cómo iba a dejarlo? Una cosa es tener aprecio a una persona y querer estar con ella y la otra era simple humanidad. Además, no tengo manera de volver a casa.

Le ayudo entre quejidos a quitarse la camiseta y a ponerse una limpia. Coloco una papelera en su lado de la cama y me levanto a llenar de nuevo el vaso. Cuando regreso ya se ha quedado dormido. Me sorprende su facilidad para conciliar el sueño.

No hace frío aquí, aunque él parece helado, por lo que le tapo con el edredón de la cama sin deshacer. ¿Por qué los chicos nunca hacen su cama? Me quito las botas y me quedo mirándole. Parece tan tranquilo. Nunca he tenido que cuidar a un borracho, pero siempre hay una primera vez para todo.


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Conquistando al chico de mis sueños © |COMPLETA|Where stories live. Discover now