Capítulo 40: Monstruo.

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Antes de que comiences a leer, tengo una "mala" noticia que darte. Mañana me voy de viaje, así que pasaré bastantes días sin escribir, y por tanto, sin actualizar. No obstante, cuando regrese, que será antes de lo que te imaginas, te tengo preparado un capítulo y una sorpresa que harán que tu espera merezca la pena.

¡Que disfrutes del capítulo! Nos vemos en septiembre

Mamá inclinó la cabeza hacia un lado mientras yo me pegaba una nueva prenda al pecho. Había llegado el viernes después de una lentísima semana en la que yo había pensado que terminaría subiéndome por las paredes, y, decidida como estaba a salir a matar, en vez de a jugar, le había pedido que me hiciera ella las trenzas. Le quedaban muchísimo mejor que a mí, sin ningún mechón suelto y mucho más apretadas, y eso que no me molestaban. Cuando terminara de vestirme le pediría también que me maquillara ella. La experiencia le daba un pulso y una precisión a la hora de hacer los rabitos de las rayas del ojo contra los que los que mi talento innato no podía competir.

Pero, claro, eso si conseguía encontrar algo que me gustara.

-¿Y si me pongo un pañuelo anudado al pecho...?

-Estamos en diciembre, Sabrae-me recordó, y yo asentí con la cabeza. Incluso si me ponía un top con un escote increíble, seguiría abrigándome más que uno de los trucos que mamá me había enseñado con los pañuelos. Los pañuelos eran demasiado finos para retener mi calor corporal-. Aunque se me ocurre...-se levantó y fue derecha a mi armario mientras yo me hacía un lado para dejarla trabajar.

No le había contado todo lo que había hecho Alec entre el domingo y el martes; sólo le había dicho que hoy salía y que quería dejarlo con la boca abierta, ante lo que ella había alzado las cejas y me había preguntado: "¿Necesitas preservativos?". Yo había negado con la cabeza y le había dicho que no, que sólo me gustaría... disfrutar un poco del poder que mi cuerpo ejercía sobre el suyo.

Porque puede que Alec follara con otras, pero estaba claro que no era de piedra. Y yo estaba buenísima, y pretendía salir esa noche, como mínimo, de toma pan y moja. Atrás habían quedado mis inseguridades con respecto a la perfección de Pauline. Puede que ella fuera más alta, más delgada, más guapa que yo, pero yo tenía unas armas de mujer que no iba a dejar en el trastero, cogiendo polvo. Disfrutaría de la seducción y le dejaría claro a Alec que él se lo perdía cuando no me elegía a mí.

-¿Sigues con la regla?-preguntó mamá, pasando una mano por mi ropa. Las yemas de sus dedos acariciaron todo mi vestuario mientras buscaba algo en concreto.

-Se me ha terminado de quitar hoy. Por la mañana-especifiqué.

Intuí la sonrisa de mamá cuando me escuchó. Seguramente el plan maestro que se urdía en la cabeza requería que yo no tuviera la regla. Nunca pensé que nadie pudiera arreglarse tanto de que por fin mi periodo se terminara como me alegraba yo, pero después de notar su cambio de humor, no estaba tan segura.

Extrajo una prenda blanca con inscripciones rojas. Se trataba de uno de mis bañadores favoritos: me gustaba tanto que nunca lo guardaba en la caja de ropa de verano cuando el otoño llegaba a su pleno apogeo. A veces me acercaba y lo miraba colgado en una percha, recordando lo bien que me quedaba.

Me lo mostró y yo me la quedé mirando.

-¿Estás segura?

-El blanco te queda espectacular. No sé por qué no te lo pones más a menudo. Te realza el delicioso dorado de tu piel de caramelo, mi amor-me acarició cariñosamente la mandíbula-. Y el corte del bañador te hace una figura increíble.

S a b r a e (Sabrae I)Where stories live. Discover now