lll: final.

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Esa madrugada escapé del granero y corrí entre la oscuridad, me caí un par de veces pero la sangre en mis manos ni el dolor externo se comparaban a lo que estaba sintiendo en el interior.

Olvidé el arroyo y me interné en el bosque, solo quería ir a ese lugar que había sido mi escape de todo lo malo que me había sucedido, pero poco antes de llegar ahí mi carrera terminó y no pude seguir reteniendo las lágrimas que dificultaron mi vista, haciendo que me cuestionara si estaba viendo visiones.
Quizá lo estaba.
Gerard estaba en medio del claro y su rostro miraba al cielo, su cuerpo tiritaba aún y parecía que a duras penas sus piernas podían soportar su peso.
Estaba a punto de extinguirse y yo no podía permitirlo.
Corrí hacia él y lo abracé por la espalda.
– Frank – Suspiró feliz.
Mis lágrimas pronto comenzaron a mojar su ropa cuando hundí el rostro en su espalda.
– ¡Lo siento tanto! – Grité con todo el dolor que había acumulado los últimos años.
Gerard intentó apartar mis brazos de su cuerpo para así poder voltear, pero no lo permití, él preguntó a qué me refería.
– Existe... - Mi voz estaba completamente destrozada. – Existe una leyenda sobre los corazones rotos; esta dice que en las noches que te sientas desfallecer por la tristeza y el dolor debes guardar un papelito en un frasco... – Lo abracé con más fuerza y él se mantuvo inmóvil entre mis brazos. – Y cuando logres llenarlo alguien concederá tu deseo del corazón por haber sido valiente.
>Un niño lo logró, llenó un tarro porque era alguien triste la mayoría del tiempo, pero él no quería riquezas ni felicidad eterna, él solo quería ver una estrella fugaz antes de quitarse la vida. Así que el cielo dejó caer a uno de sus hijos a la tierra para que aquel niño pudiera ser feliz aunque el sentimiento fuera una exhalación. Pero él se enamoró de la estrella, fue egoísta y entonces robó a esta su luz sin saber que aquel resplandor representaba su vida y sus recuerdos. La estrella olvidó todo pero su corazón pareció recordar.
El temor se extendía por todo mi cuerpo. Quizá a partir de aquel momento Gerard me odiaría pero prefería eso a verlo morir.
– Y lo siento, de verdad – Finalicé entre sollozos antes de perder la fuerza en mis brazos y estos cayeron a mis costados mientras Gerard no se atrevía a moverse. – No quería volver a ser esa persona depresiva, le diste un sentido a mi vida y no quería que el sentimiento me abandonara ni que tú lo hicieras porque te amo y joder, te amo tanto que no podría verte morir por mí.
Pasé de largo junto a su cuerpo y las manos me temblaron cuando saqué un pequeño cofre del hueco de un árbol cercano. Suspiré y regresé con Gerard para dárselo, él lo tomó sin elevar la mirada a mi rostro, lo contempló durante largos minutos acariciando la tapa con sus pulgares.
Sabía que a partir del momento en que él volviera a su casa yo tal vez regresaría a ser una persona triste, pero al menos uno de los dos recuperaría su felicidad.
– Frank. – Su voz me hizo temblar de pies a cabeza. Sonaba tan inexpresivo que me convencí de que me odiaba.
– Eso es tu verdadero resplandor – Dije cuando él dejó un tiempo bastante prolongado de silencio.
– Yo no lo necesito. – Me miró finalmente. Mis ojos se abrieron de par en par y boqueé un par de veces pero las palabras no querían salir. – Te dije que no estarías solo nunca más – Me extendió de regreso el cofre que obviamente no tomé.
Mi ceño se frunció con dolor y lo presioné contra su pecho.
– No te dejaré morir
– Y yo no permitiré que la tristeza vuelva a consumirte – Objetó.
Las mejillas de ambos comenzaron a empaparse por las lágrimas mientras nos veíamos directamente a los ojos, en los suyos vislumbre de vuelta ese brillo que me hacía condenadamente feliz.
– No tienes que preocuparte por mí. Estaré bien. – Y no mentía, realmente intentaría estarlo. – No podía verlo de la forma en la que lo hago ahora, pero aun cuando te hayas ido yo no estaré de nuevo solo – Sonreí y limpié sus mejillas antes de abrazarlo con cuidado. – Porque desde este momento, cada vez que miré al cielo, sabré que alguien allá arriba me está amando. Y eso es todo lo que necesito... Te amo y estaré bien siempre y cuando tú lo estés.
De un momento a otro Gerard comenzó a llorar ruidosamente y nos llevó a ambos hasta el césped.
Sus sollozos rebotaban en los árboles y cualquier otro sonido quedó opacado por el llanto de la estrella.
Intenté levantarlo pero él se rehusaba y yo estaba desesperado porque sentía que en cualquier momento el tiempo se acabaría. Su piel cada vez se asemejaba más al papel.
– Dime por qué llenaste un frasco, por qué eres alguien triste – Me miró con sus ojitos rotos. – Lo noté desde el primer momento pero no pregunté nada porque no me hablabas. Así que dímelo – Suplicó.
Me mordí el labio inferior y volví a sentarme a su lado para sostenerme de algo, porque sí, estaba a punto de caer.
Quedaba tan poco tiempo.
– Alguien me hirió desde adentro y las heridas que esto dejan no son tan fáciles de cicatrizar. – Me miré las manos lastimadas por las caídas que había sufrido para llegar ahí. – No bastan con desinfectar y poner una venda.
>Fue hace cuatro años pero aún despierto en las madrugadas a causa de los recuerdos de un cuerpo meciéndose ferozmente sobre el mío. Tuve que dejar la escuela porque todos lo sabían, susurraban y me señalaban cuando caminaba por los pasillos, me miraban con lastima, ellos solían decir "pobrecito niño".
Cerré mis manos en dos puños y apreté los dientes, mi cuerpo tembló y Gerard me abrazó y besó mi sien para tranquilizarme.
– Entonces aquella leyenda llegó hasta mis oídos y comencé a llenar aquel frasco, aunque pronto dejé de hacerlo con ese propósito porque vamos, nadie cumple deseos y de todas formas cómo alguien podría cumplir uno a mí si dios nunca escuchó mis suplicas.
>Comencé a dejar una bolita de papel en aquel tarro por cada noche que deseé estar muerto y eso hizo que volviera a sentirme alguien fuerte. Ese tarro representa todas esas noches en las que fui mi propio héroe.
Mis ojos buscaron los de Gerard y sonreí, acuné su rostro con mis manos y dejé un casto beso en sus labios.
Aquella noche no lo dije, pero lo haría en todas las demás desde aquel lugar; gracias a él ya no tendría que llenar ningún frasco porque me bastaba con mirar al cielo y encontrar mi fortaleza ahí, no estaría solo nunca más y mi amor no solo fue una estrella fugaz.
||
Cerré la puerta tras de mí y al instante comencé a sollozar.
Gerard se había ido hacia veinte minutos y realmente estaba triste por ello, no podía evitarlo y lo único que me reconfortaba era saber que estaría bien, que ahora estaría en casa como yo lo estaba en la mía.
Se había llevado con él una parte de mi corazón y él había dejado una del suyo conmigo, pero por alguna razón había recordado aquella noche de hace dos años y medio. Me sentía igual de desprotegido.
Pateé la primera cosa que tuve a la vista, una mesita en la cual se hallaba un florero, este se tambaleó y finalmente cayó rompiéndose al instante en muchos fragmentos.
Me deslicé hasta arrodillarme en el piso y lloré con más fuerza. No me arrepentía en absoluto de haber dejado ir a Gerard, solo que sabía que lo extrañaría demasiado y tal vez no volvería a verlo, tan solo me quedarían los recuerdos, así que me prometí no olvidarlos, ni un solo segundo que tuve de él.
Pasos apresurados bajaron las escaleras y pronto la luz de la entrada me iluminó el rostro empapado con una expresión llena de dolor.
– ¿Frank? – Era mamá. – ¡Oh dios, cariño!
Corrió a mi lado y no pude evitar abrazarla. De cualquier forma ya no quería seguir evitándolo.
Sus brazos me recibieron con fuerza y la escuché también llorar mientras aquel recuerdo tan desagradable recobraba fuerzas en mi memoria.
Era como un dejá vú.
Minutos después otros pasos se escucharon bajar por las escaleras.
– ¿Qué está ocurriendo?... ¿Frank? – Su voz reflejaba la sorpresa que la escena le había causado.
Abrí los ojos. Él me miraba con tristeza y lo supe.
Me despegué de mamá y me dirigí a él para rodearlo en un débil abrazo.
– Frank – Repitió...
Alguien cubre mi cuerpo con una manta y me estremezco cuando, sin querer, roza mi hombro con su mano áspera. Las ganas de llorar vuelven a invadirme pero de mis ojos ya nada emerge, supongo que me quedé sin lágrimas –una idea estúpida-.
El colchón se hunde cuando papá se sienta a mi lado cuidando dejar un espacio bastante amplio entre nuestros cuerpos. No lo culpo, yo también me asqueo.
Mi cuerpo está sucio y, aunque nadie más que yo lo note, hace manar un hedor que me revuelve las entrañas.
¿Cómo podían no percibirlo?
Una vez más mi cuerpo se sacude y levanto la mirada. Las luces rojas y azules danzan por mis paredes sin cesar, así que las observo mientras pido en silencio que alguien las apague porque comienzan a darme dolor de cabeza.
Papá se aclara la garganta luego de varios minutos, la verdad no importa, podría haber pasado media hora y yo apenas me daría cuenta.
–Frank, ellos realmente quieren hablar contigo. Él... él no estará más aquí, no podrá volverte a hacer daño pero tienes que decir cuándo empezó y... - Vuelve a carraspear. – cómo empezó.
Se detiene. Siento su mirada en mí de la misma forma en la que yo observo esas estúpidas luces.
Me pregunto por qué esos colores. Siempre he odiado el color rojo, deberían reemplazarlo por un verde.
Escucho el suspiro frustrado de papá.
– Entiendo que es difícil pero debes hacerlo para que puedan refundirlo en la cárcel todo el tiempo que se merece ese...
– La verdad no me importa – Lo interrumpo.
Subo los pies a la cama cuando los dedos se me comienzan a enfriar más.
– Frank – Gruñe. – Él te hizo esto. No puede quedar impune
– Es tu hermano
– ¡Que le den a ese desgraciado! ¡Tú eres mi hijo, joder!
Una risa floja abandona mis labios. Papá frunce el ceño.
– Jodido.  Jodido es como estoy y nada podrá cambiarlo. Así que no me importa.
Papá se levanta con brusquedad y estampa el puño en la pared a un lado de la puerta. Un nuevo estremecimiento me recorre.
Ninguno dice más nada y su furiosa respiración es el único sonido en la habitación.
– Lo siento mucho Frank – Dice finalmente, devolviéndome así a ese instante.
Él nunca antes lo había dicho y así tampoco lo esperaba yo, no tenía sentido, así que supongo que era más una disculpa hacia él.
Pasó todo aquel tiempo sintiéndose culpable de lo que me había ocurrido ya que dejó a su hermano hospedarse en casa, en la habitación al lado de la mía. Una semana después de que lo arrestaran papá compró la granja y nos alejamos de todos los que sabían mi historia.
Pero tal vez esas palabras eran para él, se estaba perdonando y me aliviaba que lo hiciera porque yo nunca lo había culpado.
– Debí haber hecho algo...
– Lo hiciste, papá.
Una sonrisa afloró en su cansado rostro a causa de mis palabras.
– Frank – Besó mi frente y la sensación no se transformó en algo desagradable. – Yo tuve que haberte mostrado mi apoyo pero tú te cerraste y creí que me odiabas. No quería que pensaras en lo ocurrido todo el tiempo así que lo mejor que pensé fue comprar esta granja y darte muchas tareas para que tu mente estuviera ocupada. No supe cómo afrontarlo.
– Yo también pensaba que me odiabas.
Me apartó y me miró directo a los ojos.
– ¿Odiarte? – Preguntó escéptico. – ¿Cómo podría hacerlo?.. No... - Sus pequeños ojos se humedecieron. – Lo siento mucho. Dejé que te hundieras, que tu voz se pagara, que te volvieras intocable... - Volvió a abrazarme, esta vez con más fuerza y comenzó a sollozar. – Nosotros te amamos hijo. Eres lo mejor de nosotros, no debiste haber sufrido como lo hiciste.
Sonreí cuando mamá se unió a nuestro abrazo.
– Yo también los amo – Susurré.

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El cielo brillaba gracias a las estrellas y la luna que esa noche habían decidido mostrarse más imponentes ante los hombres, sobre todo esta última.

Frank sonrió cuando abandonó la casa con una manta encima, un libro de poesía bajo el brazo y una taza de chocolate en la mano, pues él se consideraba gran admirador del satélite natural de la tierra. Tanto así que cada noche, después de que sus padres se echaran a dormir, él salía y recitaba para ella cortos y largos versos.

La gente creía que estaba loco, otros que estaba enamorado, pero Frank siempre ignoraba; porque sí, estaba enamorado, pero era un secreto y así sería por mucho tiempo. Porque, ¿cómo explicas que amas, y a su vez eres amado, por alguien que solo persiste en tus recuerdos y en las estrellas?

En realidad puede ser posible pero es bastante difícil de explicar, más aún de comprenderlo, y Frank, chico de pocas palabras y poca paciencia, no tenía el tiempo ni las ganas de decirle a todos lo que sucedía en su corazón. Así que dejando a la gente hacer y deshacer su vida a su gusto, salía al jardín, esperaba leyendo en voz alta y esperaba sentado bebiendo chocolate caliente por ese destello en el cielo. Solo entonces alzaba la mirada y sus ojos se humedecían por la felicidad que invadía a su ser.

Cada noche él salía de casa para ver una estrella fugaz. Al principio no lo sabía, creía que Gerard había desaparecido de su vida de la misma forma en la que había llegado, pero la realidad era que él nunca lo había abandonado. Seguía en su vida, lo amaba desde el cielo y desde este mismo lo cuidaba; y a pesar de ser efímero el momento que se les permitía verse, ambos sabían que su amor era inmarcesible.

Y para Frank y Gerard eso era suficiente.

Historia de una estrella fugaz; Frerard Donde viven las historias. Descúbrelo ahora