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Su pelo azabache era petróleo entre mis dedos; escurridizo, pesado, oscuro. Montada sobre él, siendo invadida una y otra vez, me aferré a su nuca deseando la eternidad en esa posición.

Agitados, con una leve capa de sudor bañando nuestros cuerpos, gemíamos con indecencia. El inquilino del piso de arriba del nuestro, de seguro lo escuchaba todo.

Friccionando mis erguidos pezones contra su pecho apenas acolchado por una fina mata de cabello renegrido, asimilando el calor de mis omóplatos al sentir sus grandes manos sobre ellos y con su aliento pegado a mi nuez, creí estar en el cielo

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Friccionando mis erguidos pezones contra su pecho apenas acolchado por una fina mata de cabello renegrido, asimilando el calor de mis omóplatos al sentir sus grandes manos sobre ellos y con su aliento pegado a mi nuez, creí estar en el cielo.

El dulce placer de la penetración era determinante para pedirle que siguiera, que no se detuviese por nada en el mundo.

Sus piernas a ambos lados de las mías presionaban mis caderas, evitando mi huida.

Subiendo y bajando la pelvis, con la potencia de un potro salvaje, Fénix me llenaba en todos los aspectos; me daba la seguridad que yo necesitaba y tanto apreciaba de un hombre.

Hundiendo su nariz bajo el lóbulo de mi oreja, palabras sucias encendieron mis poros, cargándolos de fuego y convirtiendo mi transpiración en lava pura.

Desnudos, escondiéndonos de nuestros temores y del incierto futuro, formábamos una sola pieza, un único engranaje. Repiqueteando sobre su miembro duro y generoso, me entregué plena y exhausta sobre él, anidando mi licor de mujer en toda su cubierta extensión.

Una exhalación voraz, potente y con dirección hacia el techo, bastó para confirmar cuánto lo amaba. En cuerpo y alma. 

Y cuánto temía perderlo.

Batiendo mi cabello desordenado, dando tres estocadas fulminantes, culminó con su deber de macho dominante; desahogando un gemido sobre mi hombro, lo mordisqueó hasta que sus movimientos espasmódicos fueron historia para su cintura.

Aferrándome a su espalda, acariciando sus escápulas, lloriqueé en silencio sabiendo que este sueño estaba a un paso de convertirse en pesadilla.

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A mitad de la madrugada, cubierta por una de las camisas que yo le había comprado meses atrás, fui hasta la cocina para tomar un vaso de agua fría.

Necesitaba contarle la verdad, decirle quién era yo y qué demonios había hecho en Uruguay.

Mordisqueando mi uña descolorida y sin forma, con una risa irónica pensé en que no me vendría nada mal ir hasta la casa de Noelia para ponerme bella y por qué no, que su propio marido me disfrutara entre mis sábanas.

El destino me había jugado una buena pasada, por primera vez estaba de mi lado después de mucho tiempo, ¿pero por cuánto más?

Me prometí entonces ir a Martínez y conseguir mayor información que tuviera que ver con la nueva vida de esta tipa y, corroborar, cómo encajaba la desaparición de Fénix en su vida.

Como el Ave Fénix - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora