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─¡Fondo blanco!¡Fondo blanco! ─a la música estridente del boliche se sumaron los alaridos de mis amigas, Soledad, Micaela y Pato

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─¡Fondo blanco!¡Fondo blanco! ─a la música estridente del boliche se sumaron los alaridos de mis amigas, Soledad, Micaela y Pato.

─¡No!¡Ya tomé bastante para lo que estoy acostumbrada! Además, ustedes fueron unas vivas bárbaras, se chuparon todo pero yo soy la única que vino con auto ¿no?

─¡Dale! ¡Si te encanta ser la chica diez! ─dijo Mica, con un grado de alcohol en sangre más que considerable a juzgar por su aliento y su tono de voz pastoso.

Otros cuatro chicos con los que hicimos buenas migas en el pub se unieron al griterío. Aplaudiendo, entre tragos y olor a humo, me incitaron a más.

Y yo no dije que no.

De un saque, el tequila ingresó a mi garganta quemándolo todo a su paso. Hice una mueca de desagrado al chupar la rodaja de limón y la sal del borde del vaso largo. Sacudí las manos y a media lengua pedí por agua.

Alguien que no reconocí me acercó una botella y tomé de tres largos sorbos casi hasta la mitad.

Yo quería demostrar que era la alumna ejemplar, la novia perfecta y amiga incondicional; aceptando cuanto desafío me proponían yo aceptaba, queriendo congraciarme con cada una de mis amistades.

Exhalé al terminar de beber; de estar Manuel acá presente me agarraría de la mano para llevarme a mi cama y hacerme "chas chas" en la colita. A él le encantaba regañarme.

Y yo tampoco decía que no a eso.

Educada desde chica en una escuela de enseñanza ultra católica, mi familia no admitía domingos sin misa; participando en la colecta anual de Cáritas, no escatimaba en suculentas donaciones a hogares de ancianos.

Correctos, amados y con gran trayectoria en la política local, mis padres eran la pareja ideal ante la vista de todos y yo, la hija que todos le envidiaban.

Sacando partido de esta situación de perfección, fue que mi padre había dejado su banca como juez en San Isidro para lanzarse como diputado por la provincia de Buenos Aires, en las próximas elecciones a celebrarse en agosto próximo.

Faltaban varios meses pero sus asesores ya lo tenían todo planeado. Con uno de ellos, Manuel Galé Costa, me casaría en un año. El estrés por preparar la campaña política de papá, la exigencia que su carrera como Licenciado en Ciencias Políticas le había demandado este último tiempo y la presión de su padre porque se graduase antes de los treinta años, hizo de Manuel un hombre recio y al que poco yo le importaba.

En los eventos, posábamos ante las cámaras como una pareja encantadora y con una prometedora carrera dentro del mundillo del jet set: yo, por ser la única hija de uno de los jueces mejor posicionados según la opinión pública, recientemente graduada como abogada y él, como el primogénito de un matrimonio que había conocido el mundo gracias al gran papel como diplomático de Juan Carlos Galé, su padre.

Como el Ave Fénix - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora