Invierno

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Me encontraba acostado en mi cama. Diferentes sabanas cubrían mi cuerpo. El frío congelaba cada rincón de mi habitación. Estábamos en época de invierno, la temperatura alcanzaba los 40 grados bajo cero. Además, tenía una gripa de hace 3 días, por lo que cada cinco minutos debía agarrar un pañuelo y estornudar. La mucosidad tapaba los orificios de mi nariz. Era un total fastidio.

Intenté dormir, pero fue imposible. El suspiro de cada partícula de aire helaba mis pulmones. Decidí, entonces, pararme e ir a la cocina. Allí, me serví una taza de café caliente -quizá esto funcione-, pensé. Sin embargo, después de beberlo mi dentadura todavía seguía titubeando y mi piel aún se erizaba. Incluso, en ocasiones también me daba escalofríos, ni siquiera al prender la calefacción la temperatura se regulaba.

Por otro lado, mi cabaña, a pesar de estar hecha de madera, no era capaz de aislar el frío. La nieve seguía cayendo y el clima más helado se ponía. Así que pensé en encender la fogata de mi chimenea, pero recordé que no tenía leña. Si quería conseguir algo de ella debía salir al bosque. Era la única forma de protegerme y librarme del frío.

Por tanto, procedí a ponerme distintas prendas. Desde la más delgada hasta la más gruesa, una sobre otra. Por último, me puse mi sombrero, unos guantes y unas grandes botas. Afuera hacía mucho frío, solo era abrir la boca para que mi lengua se congelara.

Ya listo, tomé mi hacha y saqué mi escopeta por si algún felino u oso se cruzaba en mi camino. En el bosque donde vivo hay muchos animales salvajes. En el pasado, un amigo mío fue asesinado por una manada de coyotes.

Así pues, salí con la bendición de Dios en busca de algo de leña. Caminé alrededor de 15 minutos y aún no encontraba el tronco apropiado para mi fogata. La mayoría de árboles eran muy gruesos y difíciles de cortar y no tenía el tiempo ni las energías suficientes para derribarlos. Debía hallar una madera fina, pero fuerte. Así, podría cortala y tener fuego durante toda la noche.

Cada vez era más complicado caminar. No podía demorarme tanto. Entre mayor es el frío, mayores son las posibilidades de sufrir de hipotermia. Y la nieve no ayudaba para nada, se ponía más densa mientras más avanzaba. No obstante, a la lejanía observé un árbol pequeño, sus ramas eran largas, su tronco de grosor mediano y su corteza seca y delgada, perfecta para la fogata.

Me dispuse entonces a caminar hacia a él. Pero justo antes de llegar, fue que un oso apareció de repente, elevó sus patas delanteras y rugió con gran fervor. Asustado, tomé mi escopeta y le disparé. Fallé en el primer intento y caí debido a la fuerza de empuje de mi escopeta. En el piso, mientras el oso corría hacia mí, cargué de inmediato mi segundo disparo. Allí, justo antes de atacarme, le disparé, esta vez sí acerté. El oso cayó desplomado y un gran ruido se escuchó. El oso había muerto y yo me había salvado de una muerte inminente.

Me puse nuevamente de pie y seguí mi trayecto. Solo dos minutos después, el árbol que había visto a la distancia estaba en frente mío. Así que, sin ningún apuro, agarré mi hacha y lo corté, no tarde demasiado. Los troncos de madera eran ligeros de cargar y transportar.

De regreso a casa no tuve problema alguno, solamente un poco de frío en las piernas y cansancio en mis brazos. En mi cabaña, encendí mi chimenea y me acosté en mi sillón. El calor del fuego arrullaba mi cuerpo. La moquera y los escalofríos habían disminuido y por fin pude descansar. Aquella noche, dormí como si fuese un bebé, con un sueño profundo y placentero.

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⏰ Last updated: Jul 23, 2018 ⏰

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