Capítulo 1: Encuentro Desgraciado

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Encontrábase solo, pues tal era sucostumbre, cenando en el Marion una langosta suave, reciénhervida, de ésas que tanto le gustaban, acompañada por unchardonnay de sabor ligero, añejado por manos ajenas pero disfrutadopor el paladar propio, despreocupado como si ese viernes fuera unviernes normal, como si esa noche fuera, sencillamente, una más,otra de tantas pasadas en la comodidad de la vida de soltero exitoso,y la comida fuese la recompensa obtenida merced a una proficua semanade negocios. Jamás hubiera imaginado, claro está, ni aun en el mástrastornado de sus sueños, lo que le deparaba la Fortuna esafatídica velada de otoño ventoso. De haber vislumbrado siquiera loque le habría de ocurrir, de haber presentido aunque más no fuesecomo un tenue malestar, una indescriptible y casi imperceptiblesensación de incomodidad, los acontecimientos que lo acechaban, queesperaban pacientemente que llegase él, protagonista de estahistoria, otrora verdugo y hoy condenado, para desencadenarse, habríatratado desesperada y vanamente de evitarlos, de oponerse al crueldestino como un hombre enfermo y abandonado en medio del salvajebosque lucha contra una infección pese a carecer de los antibióticosnecesarios y se resiste con obstinación irracional a la idea de supropia muerte pese a saber que es inevitable. Pero no sabía, noimaginaba, no presentía.

 El heraldo de la desgracia atrajo suatención apenas cruzó el marco de la puerta, vestido como estaba,con una chaqueta de verde oscuro raída y vetusta, en alguna clase deimitación desafortunada de lana, la capucha cubriéndole el rostro."Totalmente inapropiado", concluyó el señor Evans con esedesprecio que siempre demostraba por los demás seres humanos, aquienes jamás había cometido el pecado imperdonable de considerarsus iguales. No pudo evitar, sin embargo, y no supo explicarse a símismo por qué, continuar mirando al recién llegado, a quienseguramente alguien se encargaría de echar a patadas al frío de lacalle al que pertenecía, cabe el resto de los pordioseros. El merohecho de su presencia sucia infectaba el aire del comedor y esparcíaquien sabe qué terribles gérmenes sobre los alimentos. Bastase porprueba, si es que tal hacía falta, si acaso quedaba alguna mentedistraída con tonterías románticas como la misericordia que soñasecon considerarlo digno de lástima, la nube de moscas que locircundaba. Fue entonces, en ese primer contacto visual, que sintióel chispazo en su nuca, el escalofrío que le nacía a la altura delos riñones y escalaba asiéndose de las vértebras como unalpinista profesional hasta instalarse entre los omóplatos. No setrató solamente de una mera sensación de desagrado, pero suincapacidad de interpretarla en ese momento (¡cuán diferentehubiera resultado esta historia de haber comprendido aunque más nofuese en parte la terrible importancia de los eventos que en esepreciso momento estaban teniendo lugar!) como el negro augurio delque realmente se trataba se convirtió en otro de los clavos que, unoa uno, sellaron el ataúd de su destino en ese trágico anochecer.

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⏰ Last updated: Jul 23, 2018 ⏰

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