Capítulo 3

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  • Dedicado a Melissa López
                                    

Ricardo era el vecino del cuarto piso de Luna Valentina, chef pastelero de veinticinco años, al que según su mirada femenina le faltaba poco para ser modelo de comerciales, por sus cabellos azabaches, lacios, acomodados al pasar las manos, cejas gruesas, ojos oscuros, quijada cuadrada, dientes blanquísimos y un cuerpo bien definido por el ejercicio, información que sabía de antemano por verlo cada mañana —¡sin falta!— correr por las cuadras cercanas, desde su ventana.

No habían cruzado palabra, excepto por un esporádico «buenos días» o «buenas noches», a lo que él sonreía, haciéndola sonrojar. Apenas sabía su nombre y profesión, porque lo escuchó de unos vecinos, pero Luna Valentina estaba muy segura de que él no sabía sobre ella.

«¡Qué desdicha! Yo aquí, suspirando por alguien que no sabe ni mi nombre, mientras Ale se muere por mí. ¿Por qué no puedo fijarme en el hombre correcto? El que me quiere no me gusta y el que me gusta no me quiere, y es más, podría terminar siendo un idiota, ya que al parecer tengo buena habilidad para atraerlos», pensó con amargura.

Con el mal rato que pasaba decidió concentrarse en las nuevas clases de la semana. El resto del día salió de compras al supermercado, se llevó un par de prendas de vestir, de paso pagó por adelantado dos meses de universidad, de arriendo —que incluía agua—, luz e internet. Con todo eso, regresó feliz al apartamento. Por primera vez en mucho tiempo sintió tranquilidad. Ya no tendría que preocuparse por los próximos meses. Irónicamente, Luna Valentina pensó que Ale merecía un beso, pero enseguida la culpa la invadió.

«Es mi mejor amigo y el amor arruina todo. No quiero perderlo.

Ay Ale, ¿por qué tuve que gustarte?»

Entendió que no podría abusar de la billetera de Alejandro ni de su corazón por seis largos meses. Definitivamente habría que hacer algunos cambios.

«Necesito hablar contigo, ¿estás ocupado?», Luna envió el mensaje desde su computador.

«No, dime, linda», respondió desde su celular. Veía una película en la comodidad de su habitación. Para él no había mejor forma de terminar el día que chatear con la mujer de sus ojos.

«Verás, no me siento bien siendo tu novia a sueldo. Pienso que nos estamos aprovechando el uno del otro y nos ofendemos. Estoy segura que pronto conseguiré empleo, de modo que creo que «lo nuestro» no durará más allá de un mes»

«¡Ouch! Le pusiste comillas a lo nuestro»

«Por favor, entiende»

«Pero este es tu trabajo ahora: dejarte querer y dedicarte a tu carrera»

«Solo por un mes»

«No podemos negociar esto, no estaba dentro de tus condiciones. Serán seis meses, Lu. Ahora dime, ¿quieres ir al cine o al parque de diversiones el sábado?»

«A ninguno hasta que aclaremos esto»

«Al cine entonces. Paso por ti a las siete. No te pongas labial ni lleves abrigo»

«Ni lo sueñes. No me besarás ni me abrazarás»

«¡¿Tampoco puedo abrazarte?!»

Novia a sueldoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora