9- Benevolencia

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Pasaron dos semanas desde que había abierto completamente mi corazón hacia Debby, y nos volvimos más unidos

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Pasaron dos semanas desde que había abierto completamente mi corazón hacia Debby, y nos volvimos más unidos. Por suerte el beso no se volvió a repetir, aunque no sabía si era bueno o malo. Por una parte me encantó, y la volvería a besar mil veces hasta quedarme sin aire. Pero por el otro, no quería arruinar la amistad que teníamos.

Salíamos del instituto después de un viernes muy agotador, con trabajos para hacer en parejas -Debby y yo, obviamente-, y con la nota del trabajo de biología. Volvimos a sacar un sobresaliente, y fuimos a festejar nuestra excelente nota con unos helados.

Antes de olvidarme le envié un mensaje avisándole a mamá que volvería tarde a casa, para que no volviese a suceder una pelea como la que casi rompe nuestro pequeño lazo que nos mantenía unidos. Por suerte fue ella quien se disculpó por armar semejante escándalo, y yo lo dejé pasar fácilmente. Si no hubiese recapacitado con Debby, a lo mejor no le estaría avisando a Margareth que volvería tarde a casa.

—Bueno, estos helados —alcé mi característico helado sobre mi hombro, y miré atento sus ojos— es un festejo de nuestra buena nota, y además una forma de agradecerte por no dejarme al enterarte de lo que en realidad era. Por quererme por tal y como soy.

Di un lengüetazo al helado, mientras los ojos de Debby brillaban con un tono especial en ellos. No eran lágrimas, eran sentimientos que jamás podría descifrar desde mi lugar.

—¿Quieres que caminemos por la plaza? —propuso cambiando totalmente de tema.

Asentí efusivamente, tomando mi mochila y la de ella, cargando con las dos. Por su parte abrió la puerta de la heladería, y masculló que ella podía llevar su propia mochila.

—Quiero ser caballeroso, déjame serlo por una vez, ¿de acuerdo?

Movió su cabeza con desgano, mientras daba pequeños pasos. Sin preverlo, entrelazó nuestras manos, dejándolas a nuestro costado.

— ♣ —

Pasamos todo el día juntos, caminando por un centro comercial. Entramos a muchos locales en donde Debby se probaba ropa al azar.

En una tienda vi un vestido ceñido al cuerpo, rojo vino y con un moño en la espalda en oferta. Sin pensarlo lo tomé y se lo tendí, mientras ella me miraba sorprendida.

—Primero, tienes muy buen gusto. Segundo, no pienso probarme esto.

La empujé a uno de los vestidores en donde comenzó a refunfuñar, claramente enojada.

Luego de dos minutos aproximadamente de espera, en donde me puse a leer sobre una noticia científica, Debby salió del probador deslumbrando con ese vestido que le quedaba perfecto. A lo mejor tres dedos sobre la rodilla, y su largo cabello cayendo por la espalda, daba una buena impresión.

—¿Te gusta?

Asintió, mirando el precio del vestido. Sus ojos se agrandaron, y su mandíbula casi cae al suelo.

—Cuesta una fortuna. Déjalo, no me gusta.

Volvió a meterse en el mostrador, y le pedí que me pasase el vestido junto a la percha, con la excusa de volver a colgarlo en su lugar.

Estas oportunidades se daban muy pocas veces en la vida, y yo deseaba ver a Debby enfundada nuevamente en ese vestido.

Caminé hacia el principio del local, en donde dejé el vestido sobre la caja. La cajera buscó su precio, y me miró sonriente.

—Serían setenta y un dólares —dijo alegre—. ¿Es para su novia? Se veía muy linda con el vestido.

Me reí abiertamente, y luego la volví a mirar.

—No, no es mi novia. Somos mejores amigos —y con esas palabras le tendí el dinero, mientras ella me daba una bolsa con el vestido dentro.

En ese momento se acercó Debby sonrojada y con su ceño fruncido.

—¡Te he dicho que no lo comparases! —me gritó apenas estuvo frente mío.

Por su tono se ganó una mirada curiosa por parte de la chica delante de nosotros, quien borró su sonrisa.

—Déjalo Debby, es un regalo de mi parte —traté de excusarme con mi mejor sonrisa, y tendiendo la bolsa para ella.

Inmediatamente me la arrebató de la mano, y giró para ver a la cajera, quien nos observaba con una ceja alzada.

—¿Podría hacer un rembolso? Yo realmente no lo quiero, y él lo ha comprado sin antes pensar en si lo quería o no.

Obviamente esas palabras como explicación para la cajera estaban demás, pero iban indirectamente dirigidas a mí.

—Por favor, no lo rembolse, es un maldito regalo —entonces yo tomé la bolsa y la muñeca de Debby, tirando de ella hacia mí—. Gracias por la atención.

Y con eso, arrastré a Debby a la salida.

—Suéltame —me dijo apenas salimos del local—. He dicho que me sueltes — u tono era cada vez más pesado—. ¡Que me sueltes, idiota!

Saqué mi mano de su muñeca, sorprendido. Jamás nos habíamos insultado, y pensé que jamás lo haría de verdad. Algo en mi pecho dolió.

—No me digas idiota Debby. Te he hecho un regalo: acéptalo. No es nada malo, sólo quise tener un lindo gesto contigo.

Ella rodó los ojos, y mordió su labio inferior. Cruzó sus brazos sobre su pecho, y golpeteó su pie contra el suelo.

—No tenías por qué hacerlo, Nilon. No te lo pedí, y tampoco lo quería. ¡No lo puedes comprender de una maldita vez!

—No levantes la voz, la gente nos mirará mal.

Ella, cabreada, hizo todo lo contrario para hacerme enojar a mí. Y lo consiguió, muy fácil a decir verdad.

—¡Eres un maldito idiota que sólo piensa en sí mismo, y está desesperado por que le presten atención! —apenas sus palabras escaparon de sus labios llevó sus manos a su boca, y palideció rápidamente.

—No lo has dicho, ¿cierto?

Mi voz sonó rota, con un notable dolor.

—Yo... en serio lo siento Nil, no fue mi intención.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y la miré con tristeza. Mi pecho dolía, ¿o ese era mi corazón? Algo dentro de mí se rompió, y a lo mejor fue la esperanza de que ella no fuese como todos los demás, pero otra vez volvía a decepcionarme. Todos eran iguales, sin excepción alguna.

—Ya déjalo Debby, lo has arruinado —alcé mis mano a la altura de mi pecho, haciendo una seña para que se detuviese— No te vuelvas a acercar a mí, por favor. Ya lo dijiste todo: solo soy un idiota que esperaba demasiado de la persona equivocada.

Sus sollozos se hicieron más fuertes, y la gente giraba a mirarnos por la escena que formábamos. Realmente ya no me importaba, Debby de ahora en más no me importaría.

Antes de salir del centro comercial pude escuchar cómo su llanto se convertía en un grito desesperado y ahogado, un grito que no fue ni más ni menos que mi nombre. Ella no era benévola, no era amable.

Había roto la promesa que hice con la madre de Debby: yo no podía cuidarla, ella misma ya lo hacía. Y mejor que nadie.

Quédate a mi ladoHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin