Prólogo.

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Hace ocho mil años.

—Deberíamos firmar, es lo más sensato.

La sala se convirtió rápidamente en una mezcla de varias voces masculinas hablando a la vez y prácticamente a gritos, todos sentados alrededor de una mesa rectangular la cual lideraba el rey de los vampiros de aquellos tiempos.

El rey se levantó del trono, dando un golpe seco con su bastón negro.

—Orden en la sala, señores. Dado que mi hijo será el heredero de mi legado y, por tanto, de este reino; será él quien hable y decida en mi lugar.

Un joven de apenas unos ciento diecisiete años vampiros —que corresponden a diecisiete años humanos—, se situó al lado del rey.

Era su hijo.

Harrison II, el primogénito.

Su hermano, Harrison III, lo acompañaba en silencio, situándose a su lado mientras recorría la sala con la mirada. Solo tenía ciento quince años en ese momento, era dos años humanos menor que su hermano.

—Yo digo que sí, firmemos el tratado de paz. Han sido muchos años de guerra y calvario, y ya es hora de que se detenga.

Harrison III miró a su hermano mayor con una mueca de desagrado.

Él no quería que se firmara ese contrato.

Pero por desgracia para él, no tenía ni voz ni voto en lo que respectaba a las decisiones de la corona.

—Con el apoyo de nuestro futuro rey, cerramos el acuerdo de que el tratado será firmado en el plazo de tres días. Llegado el momento, nos reuniremos aquí.

Todos los presentes se mostraron de acuerdo antes de levantarse de sus asientos, dando por finalizada la reunión.

El rey y sus hijos se retiraron también, cada uno resguardado en sus habitaciones, con pensamientos distintos surcando por su cabeza.

Harrison III pensaba en que si hubiera sido él, no habría aceptado firmar ese dichoso tratado de paz entre especies.

El rey pensaba que su hijo lo haría bien, llevaría bien el trono y sería un buen líder.

Mientras, Harrison II ni siquiera estaba pensando en asuntos de la corona. Estaba pensando en su hermano pequeño, en la expresión de su rostro cuando vio a todos los reyes reunidos en la mesa.

Era la expresión de un verdadero líder, uno que algún día se sentaría en esa mesa.

Y eso le hacía darse cuenta de que su lugar no estaba en el trono, y tendría que hallar su verdadero destino.

(...)

—Vamos hermanito, ¿a eso lo llamas pelear?

A menudo el futuro rey entrenaba con su hermano pequeño en los jardines del lúgubre palacio donde vivían.

El silencio reinaba por todas partes aquella mañana, únicamente interrumpido por el sonido del metal de ambas espadas al entrechocar y de las risas de ambos hermanos.

—Cuando sea mayor, te ganaré en todas las peleas.

—No seas ridículo, renacuajo, solo eres un crío.

Call me Desstiny.Where stories live. Discover now