Todo el mundo dio un grito y dio un respingo hacia atrás, incluida Eira, que miró con pánico al animal. Avryen tiró de ella hacia delante mientras seguía andando ignorando a la gente.

—Tenaz, déjalo —ordenó con un tono autoritario, y el lobo obedeció y se bajó del pecho del mercenario para seguir al montaraz, que se giró hacia Eira y le dijo—: tranquila, no te hará daño.

Eira miró a su amigo entre horrorizada y sorprendida, y luego al lobo, que parecía obedecer cada orden que el montaraz le soltaba. El timbre de su voz había cambiado, era más grave, con un temple serio y si él quería, amenazante. Eira lo tomó en cuenta.

Llegaron enseguida al centro de la aldea. Eira seguía emocionada por el reencuentro, pero al parecer a Avryen ya se le había pasado y tenía un temple serio y amenazante, y caminaba con seguridad, como si estuviera preocupado en la seguridad de la chica.

—¿Dónde vamos?

—¿Dónde te quedas?

Eira supuso que se refería a dónde vivía.

—En la casa de una anciana —señaló una calle que seguía a la derecha un poco más adelante—. Es allí.

—Bien —murmuró Avryen, y echó a caminar hacia allí. Antes de que se alejara, Eira trató de pararle para poder hablar con él y le agarró de la manga, que se le echó hacia atrás. Eira se quedó de piedra cuando pudo ver el tatuaje en tinta negra que su amigo lucía en la cara interior del antebrazo. Avryen también se paró. Miró de un lado a otro y luego a Eira. Se bajó de nuevo la manga.

—¿Qué es eso? —preguntó Eira.

Avryen suspiró y antes de que ella pudiera volver a agarrarle de la manga, la sostuvo de ambos hombros.

—Te prometo que te lo explicaré todo, con detalles —dijo, asintiendo—. Pero ahora tenemos que irnos. No estás a salvo aquí mucho más.

—¿Por qué? ¿Por los huargos?

—Los huargos no te harán nada, Eira.

—Matan a...

—¡Por favor! —Avryen volvió a pararse. Parecía preocupado—. No... por favor, déjame ponerte a salvo. Te lo explicaré todo. Te lo juro.

Eira se quedó mirando durante unos instantes aquellos indescifrables ojos grises. Respiró hondo. Toda su mente estaba plagada de preguntas que necesitaban respuesta. Preguntas sobre Varshan, sobre Daercgor, sobre qué sucedía en Vreynem fuera de aquel aislado pueblo. Preguntas sobre aquel Avryen que había aparecido de la nada.

Al final cedió y asintió con la cabeza. Siguieron caminando y señaló la casa de Valenia.

—Es ahí.

Avryen pareció relajarse.

—¿Quién más hay?

—Sólo Valenia —dijo ella. Se explicó—: es una anciana viuda.

—¿Te ha cuidado todo este tiempo?

—Sí.

El montaraz asintió, sin opinar nada. Parecía alegrarse de que alguien hubiera tenido la caridad de darle un hogar a Eira después del infierno por el que había pasado.

—Sube a tu habitación, y haz un macuto —le dijo.

Eira no daba crédito a lo que oía. La emoción de reencontrarse con Avryen se mezclaba con todas las preguntas que tenía en la cabeza y, ahora, con la confusión al ver que Avryen parecía preocupado por algún motivo.

Festín de AlmasWhere stories live. Discover now