Tiempos de luz y oscuridad: la creación del tiempo y la limitación humana

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"Dijo Dios 《Sea la luz》. Y fue la luz. Vio Dios que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. Llamó a la luz 《Día》, y a las tinieblas llamó 《Noche》. Y fue la tarde y la mañana del primer día."

Génesis 1.3-5. RVR (1995)

Cuando uno llega a su casa de noche, lo primero que hace es encender la luz para tener una mejor visibilidad de su entorno. Sin esta luz, resultaría imposible distinguir las cosas que están ocultas por la oscuridad. Una vez iluminado el espacio, uno puede ingresar y disfrutar de todas las comodidades que ofrece el hogar. De manera similar, Dios, en el primer día de la creación dijo: "sea la luz" refiriéndose al sol. Esto es crucial, ya que, sin la luz solar, la vida tal como la conocemos no sería posible. El sol es la principal fuente de energía para nuestro ecosistema.

En el principio la Tierra fue creada con agua, vientos y oscuridad (puesto que los planetas no emiten luz propia, sino que reflejan la luz de su estrella). Cuando Dios dice "sea la luz", crea el sol, iluminando así el planeta Tierra, para ordenarlo y así pueda sostener la vida. Sin embargo, junto con la luz, también se crean el ciclo día-noche y, como consecuencia, el tiempo.

Desde el principio de la creación, el tiempo ha estado presente. Sin embargo, el ser humano solo se hace consciente de su paso cuando puede visualizar la transición entre el día y la noche. El ciclo día y noche nos enseña que el tiempo avanza constantemente, lo que nos hace entender que nuestra existencia en este mundo es efímera y está sujeta al cambio y la descomposición. Como dice 2 Samuel 14:14 RVR (1995). "Todos de cierto morimos y somos como agua derramada en tierra que no puede volver a recogerse."

El ser humano, por más que lo intente, no está capacitado para detener, controlar o postergar el paso del tiempo. Por ende, todo lo que llega a su fin posee el valor de lo irrepetible. Este concepto lo aprendemos del rey David cuando expresa: "Mientras el niño vivía yo ayunaba y lloraba, diciéndome ¿Quién sabe si Dios tenga compasión de mí y viva el niño? Pero ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podre yo hacerle volver? Yo voy hacia él, pero él no volverá a mí." 2 Samuel 12. 22-23, RVR (1995).

El paso del tiempo es el recordatorio que Dios nos brinda de nuestra naturaleza limitada. Aunque estamos compuestos de cuerpo y alma, nuestra esencia reside en el alma. A pesar de que nuestro cuerpo, como cualquier entidad material, eventualmente se descompone, nuestro espíritu tiene la capacidad de perdurar eternamente, incluso más allá de la muerte física. En este sentido, el transcurso del tiempo nos insta a reconocer la importancia de buscar a Dios, y cada día nos ofrece una oportunidad única para crecer en conocimiento y acercarnos más a Él. Cada día que vivimos representa un potencial inigualable para fortalecer nuestra conexión con el Señor.

Gloria a Jesús.

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