La joven aguardó. No quería interrumpirlo.

Feidos tardó varios minutos en darse cuenta de que alguien lo miraba. Entonces bajó de la pequeña escalera, dejó a un lado sus herramientas y caminó hacia Linia, quien sintió un chispazo de emoción.

—Hola —dijo él—. ¿Sucede algo?

Extraña forma de saludar, pensó ella. Pero todo en Feidos era inusual.

—Se me ocurrió que tendrías sed —contestó Linia—. Has estado muchas horas trabajando al sol.

Sin esperar una respuesta, la muchacha llenó el vaso que reposaba sobre una banca, junto a una bandeja igualmente vacía.

—¿No tienes hambre? ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo?

Feidos se encogió de hombros.

—No lo recuerdo. Creo que desayuné, pero fue muy temprano. —Ella le entregó el vaso de agua y él bebió su contenido—. Gracias, Linia.

—De nada. Podría traerte algo de fruta. O quizás una empanada o dos. Me llevo bien con la cocinera.

La joven sonrió, pero Feidos se veía un poco ausente, incluso melancólico. Ésa era, sin embargo, su actitud más común.

—Algo de fruta estaría bien —respondió él al fin, y devolvió el vaso—. Gracias. Eres muy amable.

Parecía indicarle con eso que se marchara, pero ella fingió no comprender el mensaje y se aproximó al bloque de mármol.

—¿En qué estás trabajando? ¿Es para la plaza nueva?

Feidos asintió con la cabeza.

—Es la mejor pieza de mármol que he visto —continuó la joven—. ¿En qué parte de la plaza irá? Espero que en el centro, para que todos la vean.

Feidos se encogió de hombros, pero también se ruborizó un poco. Linia sonrió.

—¡Ah, lo sabía! ¿Y qué va a ser?

—Bueno...

—¿Qué?

—En realidad, preferiría que fuera una sorpresa. Por eso me vine a trabajar aquí.

El tono de Feidos no fue tajante y tampoco sonaba molesto, pero esta vez hubo firmeza en su indirecta. Sin embargo, Linia decidió presionarlo un poco. Él le gustaba mucho.

Acercándose a Feidos, y agitando un poco su larga cabellera para que él pudiera sentir su perfume, Linia dijo:

—Pues yo quisiera verte hacer esa escultura.

Él volvió a sonrojarse.

—Preferiría que no.

La desilusión fue tan grande que Linia se asustó un poco. ¿Cómo podía tener sentimientos así de intensos por un hombre que apenas conocía? Procurando que no le temblara la voz, dijo:

—Quédate con el cántaro y me llevo la bandeja. Te traeré algo de fruta. Dejaré la bandeja en el pasillo, para no molestarte.

Ella empezó a retirarse, y malditas fueran las ganas que tenía de llorar, pero entonces él la llamó.

—¿Linia?

—¿Sí?

—Tú no me molestas. Eres muy buena conmigo. Lo de la escultura es... bueno... sólo quiero que sea una sorpresa. No es nada personal. La terminaré en poco tiempo.

—¿Eso quiere decir que podré verte hacer otras?

Él asintió.

—De acuerdo —dijo Linia, sintiendo que su rostro se iluminaba—. Serán otras. Nos vemos luego. Tal vez en la cena.

Feidos volvió a asentir. Ahora estaba morado, como cualquier joven normal frente a una chica guapa, y Linia pensó que sí había valido la pena dejarse el cabello suelto sólo para él. Aunque tuviera que cepillárselo media hora cuando volviera a casa.

—Nos vemos luego, Feidos. Sigue trabajando.

Linia se alejó por el pasillo lo más rápido que pudo, para no hacer o decir algo estúpido que arruinara su victoria.

Mientras caminaba, por fin sintió que él la estaba mirando.

(Continuará...)

Gissel Escudero

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El dragón de piedraحيث تعيش القصص. اكتشف الآن