Prólogo

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1985

Una esencia melancólica inunda la recámara de Alex. Por un momento piensa que se trata del frío invernal de Mánchester, pero la realidad es que le pesan los recuerdos. La habitación les queda grande sin tantas cosas en su interior, a pesar de que solo es de unos pocos metros cuadrados. Una suerte de desolación la carcome por dentro. Reconoce aquella sensación de las lágrimas acumulándose en sus ojos, pero se niega a dejarlas salir, por lo menos hasta que encuentre un momento de soledad.

La canción que suena en el tocadiscos abre paso al sonido molesto de los rasguños cuando acaba el vinilo. Ninguno hace nada hasta que la máquina se detiene por sí sola, dejándolos en completo silencio. La mirada de Noel había permanecido en el techo durante las últimas canciones del Abbey Road, y es hasta ese momento en que le vuelve a poner los ojos encima a su vieja amiga. Los resortes del colchón rechinan bajo su peso cuando se sienta para luego acercarse a donde está ella y sentarse a su lado en el piso.

–Sé que va a ser difícil, pero al menos vas a ser la primera de nosotros que salga de esta pocilga– la voz de Noel suena como de costumbre, seria, con un cierto tono de burla entre líneas.

–Todavía no me voy y ya empiezo a extrañar Mánchester.

–Eres la chica más inteligente que conozco, encontrarás la manera de no extrañar tanto la ciudad. Ya encontrarás algo con lo que mantenerte ocupada. Vas a estar ocupada conociendo gente nueva y abriéndote paso para llegar a Rolling Stone.

–No sé si quiero conocer gente nueva.

–Tendrás que hacerlo si quieres lograr tu sueño, cariño. Además, vas a tener que cuidar mejor del viejo David, ya sabes que es algo...

–Torpe, sí.

–Tú lo dijiste. No me sorprendería que tu papá se perdiera en cuanto aterrizaran.

–Como cuando llegamos a Mánchester y dio cinco vueltas a la manzana sin encontrar la casa.

–Justo así.

Una sonrisa cálida iluminó el rostro de ambos. Aquellos habían sido buenos años de amistad que se veían interrumpidos por la ambición de la familia Miller. 

En un par de años, la constructora en la que trabajaba David Miller había crecido tanto que ya era una empresa transnacional. Su siguiente proyecto era una torre de departamentos en San Francisco y necesitaban a su mejor ingeniero al frente de la construcción. La paga era más que buena y además representaba una oportunidad para Alex para adentrarse en el periodismo musical de manera aún más profesional.

Está orgulloso de ella, le faltan pocos pasos para lograr su sueño y aunque parece algo difícil, sabe que lo logrará. Mientras tanto, él sigue con un trabajo que a duras penas le alcanza para la vida, además de que de vez en cuando tiene que soportar verle la cara al mierda de su padre.

–Te tengo un regalo de despedida– le dice mientras urga en sus bolsillos.– Me estaba esperando a dártelo mañana, pero ya no me aguanto.

–Noel, desde que te dije que me iba a mudar me has atiborrado de regalos y por más que insisto en que no tienes porqué comprarme algo no entiendes.

–Te prometo que este es el último, además, lo vi camino al trabajo el otro día y pensé en ti.

Saca una cajita de plástico amarfilado. Cuando le quita la tapa revela un collar con un dije peculiar en forma de plumilla. Ella se queda boquiabierta al ver el obsequio y luego le propina un golpe en el hombro a su amigo.

–¿Cuántas veces te tengo que decir que no gastes en tonterías?

–No es una tontería. Es una promesa.

–¿Cómo que una promesa?

–Prometo que, en donde quiera que te encuentres, te voy a seguir. No pienso quedarme aquí por mucho, menos si no estas tú.

Alex ablanda su mirada y abraza a Noel con cariño. Quizá si hubieran tenido más tiempo se hubieran dado cuenta de lo que sucedía entre los dos, de ese amor callado que se hacía presente en los pequeños gestos, oculto como una amistad de años. Si hubieran tenido más tiempo, tal vez Alex se hubiera envalentonado para darle un beso en ese preciso momento, pero si las cosas ya eran difíciles no quería que empeoraran. Si hubieran tenido más tiempo, cuando Noel le puso el collar al cuello le hubiera inundado de besos la piel, pero estaba casi seguro de que ella la veía solo como un amigo. Sin embargo, en cuanto cerró el broche parecía haber quedado hipnotizado ante la figura de Alex. Estuvo a punto de abrazarla cuando el ruido de pisadas por el pasillo lo hacen arrepentirse.

–Knock, knock –imita el ruido mientras toca.– ¿No se supone que deberías de estar trabajando, Brézhnev?

El entrecejo de Noel se frunce al escuchar la voz irritante de su hermano. Alex intenta ocultar la sonrisa que amenza con aparecer en sus labios cada que escucha aquel apodo.

–¿Y no se supone que tú deberías de estar en la escuela?

–El idiota de matemáticas me corrió de su clase. Estaba insoportable el pendejo.

–Sí, claro, tú tampoco eres un ángel –dice Alex.

Liam entra y se deja caer en la cama con un salto, se acomoda a sus anchas y luego le ofrece una cantidad por el colchón a la castaña.

–¿Cómo piensas pagarlo?– le reclama Noel.

–Con tu dinero, obviamente.

–Maldito bastado, de seguro volviste a robarme ¿no es así?

–Lo encontré en la lavadora.

–Ni siquiera sabes usar la lavadora, maldito parásito.

–Chicos, por favor.

La voz de Alex tranquiliza a los hermanos. Ella hace un trato con ambos, le dejará la cama a Noel, como había prometido, y le ofrece su consola a Liam a cambio de que se comporte.

–Te prometo que no haré enojar al idiota de mi hermano por tres días y no brincarme clases por un mes, y te estoy ofreciendo mucho– Liam hace una pausa y observa el aparato entre sus manos. –No va a ser lo mismo si no estás para romper tu record de Spaces Invaders en tu cara.

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