Tormenta 3

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Se sentía sumamente incómodo.

No sabía exactamente qué estaba haciendo en la Residencia Rivera.

No entendía porqué ahora era merecedor de estar allí con la familia que le fue negada por tanto tiempo.

Y sobre todas las cosas, no se podía explicar a sí mismo porqué había aceptado tan fácilmente el ofrecimiento de Imelda.

Hacía muchos años que no hablaban ni se veían. La última vez que había intentado dialogar con la zapatera, ella lo había echado con suma violencia y él también lanzó algunos reproches, luego de ese encuentro se resignó a pasar el resto de su muerte separado de su esposa. Pero en medio de esta horrenda tormenta que se había llevado su casa y sus amigos, le era devuelto aquello que le fue arrebatado tantas décadas atrás. El músico no se permitía ilusionarse, parte de él se preguntaba si al día siguiente Imelda lo echaría de una patada, una vez que haya recapacitado y consultado con la almohada la situación, la mujer que tanto amaba volvería a rechazarlo y a prohibirle acercarse a los suyos.

Victoria tendía la cama que le prestaban con mucha dedicación. Le colocó las sábanas y cambió la manta con la que cubrían el colchón. Le proporcionó frazadas extra por si tenía frío de noche y le dio distintas opciones de almohadas para asegurarse que dormiría cómodo.

La mujer, que no conocía más que de vista, le transmitía una sensación cálida y placentera. Algo en ella le recordaba a su Coco y en su interior sentía que un vínculo muy fuerte los conectaba. No quiso preguntar, pero tenía mucha curiosidad.

-Que descanses, Héctor. - Le dijo en un tono suave.

-Gracias. Tú también. - Le sonrió con ternura y la chica se marchó, cerrando la puerta tras de sí.

El músico observó la habitación atentamente. Estaba pintada de un color celeste muy claro, no tenía nada de decoración. La ventana tenía las cortinas blancas cerradas. Se acercó y las apartó un poco, comprobando que daba al enorme patio de la propiedad, también verificó que continuaba lloviendo con fuerza, pese a que con solo escuchar el golpe de las gotas contra el vidrio alcanzaba para saberlo. Había un escritorio modesto contra la pared contraria a la cama, el cual no tenía nada en su interior, y frente a la puerta se alzaba un armario alto en donde Victoria había guardado las mantas extra y le ofreció guardar allí su guitarra. En el suelo se encontraba una alfombra densa con forma circular de color azul oscura.

Se sentó en la cama y comprobó que era tan cómoda como parecía, el catre que ocupaba en su casilla de Shantytown no podía compararse con aquel colchón mullido. Se levantó y tomó su bolsa que había dejado en el escritorio. En su interior había una gran cantidad de papeles y lápices de distintos grosores, los dispersó sobre el mueble y los miró con aire nostálgico. Eligió sólo algunas hojas y el resto las guardó nuevamente.

Los papeles eran dibujos que él mismo había hecho. En las hojas elegidas, tenía plasmados distintos escenarios del barrio en que vivía (antes que fuera azotado por la tormenta) y en algunos había retratado a varios de sus amigos en situaciones cotidianas. Ya los extrañaba, a todos ellos.

Decidió que en la mañana (después de comprobar que no lo echaran violentamente de la propiedad) intentaría pedir prestado algo de cinta para colocar los dibujos en las paredes, le haría bien a su estadía en esa casa poder recordar tan vívidamente a su familia adoptiva.

Luego volvió a la cama, apartó las sábanas, apagó la luz y se acostó, cubriéndose con la manta que le habían dado. Se sentía cálido, cómodo, pero muy extraño. Sus ojos se fijaron en el techo blanco y su mente volvía a divagar en preguntas que no tenían respuesta.

TormentaWhere stories live. Discover now