—Los psicólogos no son buenos para nada... Por eso renuncié... No tiene sentido que vayas. No gastes tu dinero en eso. Tú estás dolido y confundido porque te fui infiel pero... con el tiempo va a pasar. Ya verás que...

Las palabras se desvanecen. No puedo contener más el llanto, como tampoco aguanto lo que está sucediendo. Lo estoy perdiendo. ¿Cómo voy a vivir sin él?

—Lo siento mucho. —es lo único que sale de su boca tras unos momentos en los que sólo se oyeron mis sollozos

—No, no lo hagas. ¡Te lo suplico!

—Viviana... cuídala.

Tras decirle eso, hace amago de dejar la sala. Por suerte reacciono a tiempo y lo agarro del brazo antes de que se aleje. Clavo los dedos en su ropa, asegurándome de que no se me va a escapar. Aunque dudo que le cueste trabajo zafarse... es más fuerte que yo. Sólo que ni lo intenta. En cambio Viviana se nos acerca y coloca su palma en mi hombro, sin tardar en pedirme que lo deje.

Dios, esto ya lo había vivido cuando se fue de la casa sin embargo ahora es mucho más doloroso. Ahora sé que se va para siempre, ya no me queda ni una esperanza. Y mientras más lo pienso, más lágrimas inundan mis ojos, más roto siento el corazón. Y la impotencia me atormenta cada parte del cuerpo, tanto que quiero romper algo para liberarme.

—Amiga, en serio, suéltalo.

— ¡Deja de meterte! —grito tan fuerte que me duele la garganta

No vuelve a sacar palabra, mientras que Eduardo traga en seco. Sus ojos parecen estar al pendiente de mí, como si... como si no deseara que algo lo pillara desprevenido. Como si estuviera un poco asustado.

—Te lo suplico, quédate conmigo.

—Por favor, Daniela... —su voz suena quebrada, ahogada— No me hagas sentir culpable. Yo... No puedo hacer esto. Por favor.

— ¡Pues tienes motivos para sentirte culpable! —replico golpeando su pecho con mis puños— ¡Me estás dejando! ¡Me juraste que sería para toda la vida! ¿No es así?

Agacha la cabeza y ya no puedo ver su rostro. Entonces lo tomo por la barbilla, obligándolo a encararme, a contemplar cómo me deja con su decisión. Mis dedos hacen presión sobre su piel hasta que poco después decido apartar la mano con brusquedad y usarla para otra cosa. Le doy una fuerte cachetada.

Me arrepiento de ello de inmediato. Algo tarde. Estando demasiado ocupada con asimilar lo que acabo de hacer y cómo me siento al respecto, no veo cuando mi amiga actúa. Apenas cuando siento sus manos sujetándome y tratando de alejarme de Eduardo, compruebo que decidió intervenir. No me opongo, simplemente estoy paralizada. Estoy rememorando una y otra vez la cachetada, pensando en que si los milagros fueran posibles, yo volvería atrás y no haría lo mismo. Abro la boca con intención de disculparme pero cambio de opinión. Debe haber algo más útil que pueda hacer para remediarlo...

Decido buscar su mirada, anhelando descubrir que él me entiende, que sabe que no era mi intención hacerle daño, que sólo estaba desesperada y que perdí el control. Sabe que la ira es mi enemigo. Sabe que actúo así.

Sin embargo veo lágrimas. No veo despecho pero tampoco algo que me tranquilice. Veo aturdimiento. Pena. Veo una razón más para dejarlo ir. Y de repente ya ni tengo el valor de seguir insistiendo... Lo he golpeado. ¿Con qué cara le pido que no se vaya? Lo único que puedo hacer es observar.

—Viviana, no la dejes sola. Cuento contigo.

Después de hablar como si yo fuera una niña y necesitara que otros me cuiden, desaparece del cuarto. Casi enseguida, mi amiga trata de abrazarme, cosa que no me apetece aceptar.

Llámalo infierno © |COMPLETA|Where stories live. Discover now