Me dirijo hacia la mesa hallada al centro de la sala y cojo mi celular, pues lo tengo que llamar. No aguanto la incertidumbre. Y si no va a contestar, no sé qué opciones me quedan.

¡Ah, menos mal!

—Oye ¿dónde estás?

—Disculpa pero no puedo hablar en este momento. Cuando vuelvo te explico.

—Pero-

—Tengo que colgar —avisa, callándome—. Nos vemos más tarde. Adiós.

Y es justo lo que hace: cuelga. Alejo el celular de mi oído mientras mis dedos se encorvan, lo sujetan con más fuerza. Ganas no me faltan de arrojarlo contra el suelo pero al final opto por el sofá. Al tener ambas manos libres, vuelvo a revolverme el cabello. ¿Por qué no me dijo? Hubiera podido utilizar esos segundos para decirme donde está, no para avisar que no puede hablar... ¿Y por qué está tan ocupado? De lo que sé, ya no le interesa su carrera. ¿Habrá cambiado de opinión? ¿O estaba con otra?

Dos horas después, lo oigo abrir la puerta principal y salgo al pasillo sin pensarlo dos veces. No puedo esperar más, quiero oír ya sus explicaciones y ojalá no se trate de lo que sospecho. Mi repentina presencia parece dejarlo impasible. Lo único que obtengo es una mirada pero las palabras no salen.

— ¿Dónde estabas?

—Trabajando. —replica

— ¿Cómo? Pero habías... ¿Cuándo lo decidiste? ¿Por qué? —hace amago de abrir la boca pero no alcanza contestar— Ah, ya sé. No quieres verme la cara durante todo el día. Necesitas una ocupación y estás dispuesto a retomar esa carrera que había dejado de interesarte.

—Últimamente ninguno de los dos trabaja. No podemos seguir así ¿no crees?

Tal vez tenga razón. Aun así, aquí hay algo que no me gusta.

— ¿No merecía que me avisaras? Sé que te cuesta hasta dirigirme la palabra pero...

No continúo. Se me hace que solita di con la respuesta. Él casi no me habla, somos como dos extraños que viven bajo el mismo techo. Supongo que tampoco piensa darme explicaciones cada vez que sale o que toma una decisión. Pero no puedo aceptarlo. No es así como quiero que sea nuestro matrimonio.

—No me hagas esto...

—No te estoy haciendo nada. —apunta él

— ¡Eres distante! Y por lo visto, muy reservado —disminuyo la distancia entre nuestros cuerpos—. No me castigues...

Noto que mi cercanía lo hace girar la cabeza hacia un lado, como si quisiera evitar algo, como si quisiera escapar. El gesto me quema el alma. Pero no puedo rendirme. Atrapo su rostro entre mis palmas y lo obligo a encararme. Siento su mandíbula tensándose tras el acto y veo en sus ojos que no está de acuerdo con lo que hago. Sólo que yo tampoco estoy de acuerdo con lo que él hace. Y no soporto que me rechace... cuando yo me muero de ganas de besarlo.

Mis ganas terminan venciendo. Sus labios son destino irresistible para los míos, así que no espero más y me aferro a él, uniendo nuestras bocas en un intento de besarlo. Por desgracia, Eduardo se opone, echando un poco la cabeza hacia atrás. Lo suficiente como para romper el contacto.

— ¿Lo ves? ¡Por eso hice lo que hice! —estallo empujándolo con todas mis fuerzas

Retrocede pero no pierde el equilibrio.

No me siento mejor. Mis músculos no se relajan, de hecho mi cuerpo está cada vez más tenso. Mientras más consciente estoy de que fui rechazada por mi esposo, más me hundo. No hay justificación que valga y que calme lo que hay ahorita en mi corazón. Y no hay muchas maneras de lidiar con ello... más que desquitarme.

Llámalo infierno © |COMPLETA|Where stories live. Discover now