Fragmento 3 23:11 (Parte III)

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Y desde que supo la noticia hace exactamente tres días, Alicia pasaba las noches repasando las distintas situaciones posibles hasta caer en el más profundo sueño. Soñaba despierta hasta soñar dormida. Solía pensar en lo que hablarían, en cómo averiguaría si le gustaba otra chica, si podrían verse de nuevo de alguna manera...

—¡ALICIA!

El grito de su hermano hizo que Aliceia dejara de soñar despierta. En su intento de alcanzar unos pocos cereales había derramado toda la taza de leche sobre el uniforme de Pedro. Estaba por todas partes. Un charco inundaba media mesa y goteaba hasta el suelo. Los pantalones y el jersey de Pedro estaban calados y él, mientras gritaba mil maldiciones a su hermana pequeña, trataba de secarse sin resultado. Aquella escena era un desastre. Pedro se fue a su habitación a cambiarse, pero sus gritos seguían sonando por toda la casa. Corriendo, Alicia agarró un puñado de servilletas de papel para intentar arreglar aquel estropicio. Mejor que Papá no se enterase, no quería empeorar la situación más todavía.

Medio minuto después, Alicia tenía las rodillas empapadas. En el suelo, unas pisadas acompañaban recorridos de leche que circulaban de la mesa a la papelera en intentos fallidos de tirar las servilletas sin gotear.

Entre las voces de su hermano, a Alicia le faltaba tiempo para decir que lo sentía, que su cabeza había estado en otra parte. Que no sabía con que limpiar todo ese desastre antes de que viniese Papá... Que no sabía qué tipo de galletas le podrían gustar a Marc o si le daría tiempo a dibujar sus sueños antes de irse al colegio. Las palabras se atragantaron en su boca. Su autopista de ideas se había colapsado, chocando unas contra otras en un accidente fatal. Y sin quererlo, Alicia empezó a llorar.

—¡Pedro! ¡No me hagas ir ahí! —gritó Papá desde el baño. Fue suficiente para hacerles callar. Nunca hizo falta mucho más. Pero esta vez para Peter no fue suficiente. Acercó su cara a la de su hermana pequeña.

­—Como vuelvas a hacerme el numerito de víctima­ —susurró mientras amenazaba con el dedo —. Te juro que te haré llorar hasta que te quedes sin lágrimas.

Alicia ahogó su último sollozo y se quedó en el sitio mientras veía como Pedro se marchaba de casa con un portazo. Ya ni llevaba uniforme y encima había olvidado su cartera, pero ella no sacó valor para decir nada. ¿Qué le pasaba? ¿Sería por lo que discutieron él y Papá la noche anterior? Desde su habitación apenas podía escuchar nada. Nunca sabría lo que pasó, pero sabía claramente que su hermano no solía ser así. Normalmente era todo dulzura para su hermana pequeña, era lo que más quería en el mundo. O eso creía.

Cuando terminó de limpiar la cocina, volvió a acordarse de Marc y corrió a su habitación. Cogió todas sus muñecas para guardarlas apelotonadas en un cajón y guardó un par de peluches ñoños bajo la cama. Arrancó un par de posters y los dobló con cuidado y, tras darse cuenta que en la vida volvería a ponerlos, los tiró a la basura con cierta pena. Llevaban años ahí, pero eran sacrificios necesarios. Tenía que parecer mayor. Mayor y madura para su edad.

Se giró hacia el escritorio y vio de nuevo el papel que había dejado en blanco junto a los lápices de colores. Aún tenía unos minutos. Cogió uno de los lápices y lo apoyó sobre el papel. Concentración, concentración, concentración. ¿En qué estaba pensando antes de empezar ese estresante día, antes de que Papá abriese la puerta? Ya lo tenía en la cabeza. Pero, ¿cómo recibirá a Marc cuando venga? Era algo de un calabozo... ¿Se haría la simpática o la pasota? Quizás tenía dos o tres torreones... ¿Y si era él el que pasaba de ella? No podía permitirlo. Ladrillo rojo, negro... ¿Azul? Quizás debería de hacer galletas para romper el hielo...

Pii Piiiiiiiiiiiiiiiii

El claxon del coche de Papá sonaba impaciente, así que Alice salió corriendo de la habitación dejando el papel en blanco. Iba a ser un gran día. A primera hora iban a salir fuera a identificar clases de pájaros y a lo mejor podría buscar recetas de galletas en clase de informática. Por no decir del torneo de baloncesto que harían en educación física. Estaba más que segura de que iba a ganar.

Su cabeza era una autopista de pensamientos e ideas. Iban y venían. Pero había un pensamiento en concreto que había desaparecido. Pues, por primera vez en muchísimo tiempo, Alicia había olvidado su sueño. La niña que fue no volvería jamás.

Fragmentos de vida de un sábado cualquieraWhere stories live. Discover now